Doce buenos propósitos para el "año nuevo"

Domingo, 28/12/2025 10:48 AM

Doce buenos propósitos para el "año nuevo" no son una lista de supermercado moral ni una cartilla de autoayuda, son una provocación histórica que interpela a la realidad con la crudeza de sus contradicciones y la empuja a definirse. Todo "año nuevo" se presenta como un fetiche del calendario, una ilusión aritmética que promete renovación automática allí donde sólo hay continuidad de las relaciones sociales, y ese es el primer engaño que conviene desenmascarar porque el tiempo que transforma todo, no es sujeto histórico consciente ni fuerza emancipadora, es dialécticamente, el escenario material donde chocan las fuerzas materiales, y por eso se lo inviste de poderes mágicos para descargar en él la responsabilidad que el capitalismo rehúye asumir, como si bastara que el número cambie para que cambien las condiciones de vida de las mayorías.

Nuestro problema con el tiempo es, en realidad, el problema con quién lo convierte en arma de explotación y para qué, porque el capitalismo ha aprendido a fetichizar el reloj, a fragmentar la vida en turnos, plazos, cronogramas y vencimientos que organizan la explotación con precisión científica, mientras vende la fantasía de que cada "nuevo comienzo" es una oportunidad individual, nunca colectiva, para adaptarse mejor a lo mismo.

Así, el año nuevo funciona como anestesia ideológica, una pausa ritual que permite reciclar promesas sin tocar las estructuras, un respiro simbólico para seguir respirando injusticia el resto del año, y esa ilusión del cambio es profundamente funcional al orden dominante porque sustituye la transformación histórica por la expectativa psicológica, la lucha por el deseo, la organización por el brindis; la dialéctica del tiempo nos recuerda que no hay ruptura sin conflicto, que toda novedad real nace de una negación concreta de lo existente y no del simple transcurrir de los días, y sin embargo se insiste en un tiempo lineal, vacío, homogéneo, donde todo pasa pero nada se supera, donde las crisis se repiten como estaciones y la desigualdad se recicla con nuevos nombres.

Un año nuevo, entonces, no inaugura nada, apenas maquilla la persistencia de un sistema que necesita convencernos de que el futuro ya está llegando para que no lo construyamos, de que el cambio es inevitable para que no sea revolucionario, de que la historia avanza sola para que nadie la empuje; en esa trampa temporal se diluye la memoria, porque cada enero parece borrar las luchas anteriores, los derrotados, las conquistas arrancadas a fuerza de organización, y sin memoria no hay dialéctica sino repetición, no hay negación de la negación sino retorno eterno de la explotación.

Nuestro problema no es el calendario sino la conciencia histórica, no es el paso del tiempo sino su apropiación política, porque mientras las clases dominantes planifican a décadas vista, blindan sus privilegios y gestionan el porvenir como negocio, a los pueblos se les ofrece la ilusión del "año nuevo" como horizonte máximo, una renovación de doce meses que nunca alcanza para cambiar lo esencial; rabiosamente dialéctico es afirmar que el tiempo sólo se vuelve nuevo cuando cambia la relación de fuerzas, cuando lo viejo es derrotado y no simplemente maquillado, cuando el futuro deja de ser promesa abstracta y se convierte en proyecto colectivo, y eso no ocurre por decreto ni por campanadas sino por acumulación de conciencia, organización y lucha.

Semejante ilusión del cambio anual es, en el fondo, una pedagogía de la espera, una invitación a postergar la indignación, a diferir la rebeldía, a creer que mañana será mejor sin preguntar mejor para quién, y mientras tanto el reloj sigue marcando la plusvalía, el despojo, la precarización y la guerra como normalidad; romper con esa ilusión implica politizar el tiempo, entender que cada día es un campo de batalla y no una hoja en blanco, que no hay "borrón y cuenta nueva" para quienes cargan con deudas históricas, desigualdades estructurales y violencias sistemáticas; el año nuevo sólo puede ser nuevo si se lo arranca a la inercia, si se lo llena de contenido transformador, si se lo convierte en continuidad consciente de las luchas y no en su interrupción ritual, porque la dialéctica no conoce feriados y la historia no se detiene para brindar; en última instancia, el problema del tiempo es el problema del poder, y la ilusión del cambio es una estrategia para desactivar la urgencia del cambio real, ese que no espera al próximo enero ni a la próxima promesa, ese que entiende que el futuro no viene: se construye o se padece.

¿Y los buenos propósitos?

(1) el primero de esos propósitos, sin rodeos ni eufemismos, es la justicia social entendida no como limosna ni como eslogan electoral sino como reorganización radical de la vida colectiva para que la riqueza producida por todos deje de ser secuestrada por unos pocos, justicia social como práctica material que arranque de raíz el hambre, la ignorancia forzada, la precariedad laboral y la humillación cotidiana, justicia social que no se arrodille ante los mercados ni ante las estadísticas maquilladas, sino que se plante de frente a la explotación y la nombre por su nombre.

(2) el segundo propósito es desmontar la maquinaria ideológica que naturaliza la desigualdad y nos la vende como destino, porque sin batalla cultural toda conquista económica es frágil y reversible, y porque el sentido común dominante es hoy una fábrica de resignación que necesita ser saboteada con pensamiento crítico, memoria histórica y organización consciente.

(3) el tercer propósito es la democratización real de la comunicación, no como concesión graciosa sino como derecho estratégico, para que la palabra deje de ser monopolio de corporaciones y se convierta en herramienta de los pueblos, capaz de narrar sus luchas, sus dolores y sus esperanzas sin filtros mercantiles ni censuras encubiertas.

(4) el cuarto propósito es la recuperación del trabajo como actividad digna y creativa, liberada de la lógica de la explotación que lo reduce a mercancía descartable, porque mientras el trabajo siga siendo campo de guerra contra quien lo realiza no habrá futuro que celebrar ni año nuevo que alcance.

(5) el quinto propósito es la educación crítica, pública y emancipadora, una educación que no forme obedientes para el mercado sino sujetos capaces de comprender y transformar el mundo, una educación que enseñe a dudar, a preguntar, a organizarse y a no aceptar como natural lo que es histórico y por tanto modificable.

(6) el sexto propósito es la soberanía en todas sus dimensiones, alimentaria, energética, cultural y tecnológica, porque un pueblo dependiente es un pueblo chantajeable y porque la independencia no se declama, se construye con decisiones económicas y políticas que prioricen el bienestar colectivo por encima del lucro transnacional.

(7) el séptimo propósito es la igualdad sustantiva entre géneros, no como consigna vaciada sino como transformación profunda de relaciones de poder que atraviesan el trabajo, el hogar, la política y el lenguaje, entendiendo que no hay justicia social posible mientras persistan violencias, exclusiones y desigualdades normalizadas.

(8) el octavo propósito es la defensa activa de la naturaleza como condición de supervivencia y no como moda verde, asumiendo que el modelo depredador del capitalismo es incompatible con la vida y que la crisis ecológica es también una crisis social, ética y política que exige cambiar el modo de producir y consumir.

(9) el noveno propósito es la memoria como arma de lucha, memoria de las resistencias, de los crímenes del poder, de las conquistas arrancadas con sacrificio, porque un pueblo sin memoria es fácilmente domesticable y porque el olvido programado es una forma sofisticada de dominación.

(10) el décimo propósito es la integración solidaria de los pueblos frente al nacionalismo excluyente y al globalismo corporativo, una integración basada en la cooperación, el respeto y la complementariedad, capaz de enfrentar colectivamente a los poderes que nos quieren fragmentados y en competencia permanente.

(11) el undécimo propósito es la ética de la organización, la construcción paciente y colectiva de fuerzas populares que no dependan de caudillos ni de milagros, sino de la participación consciente y la disciplina solidaria, porque sin organización la indignación se disuelve y el deseo de cambio se convierte en frustración.

(12) y el duodécimo propósito es la coherencia entre palabra y acción, esa rara virtud revolucionaria que exige vivir como se piensa y pensar como se vive, sin doble moral ni atajos oportunistas, entendiendo que cada gesto cotidiano es también un campo de disputa política.

Estos doce propósitos no caben en un brindis ni se cumplen con calendario, son tareas abiertas que chocan con un sistema diseñado para impedirlas, pero precisamente por eso son necesarios, porque el "año nuevo" no cambiará nada por sí mismo y sólo será nuevo si lo empujamos a serlo, si hacemos de cada día un acto de insubordinación consciente contra la injusticia, si asumimos que la historia no avanza sola y que la justicia social, primer deseo y condición de todos los demás, no cae del cielo ni se mendiga, se conquista.

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