En el tablero de la política internacional contemporánea, pocos actores encarnan con tanta claridad la persistencia de un discurso de odio anticomunista como el senador estadounidense Marco Rubio.
Su figura se ha convertido en un símbolo de la instrumentalización del miedo y la manipulación ideológica, al servicio no de los intereses genuinos del pueblo estadounidense, sino de las mafias políticas y económicas radicadas en Miami, que financian y sostienen su lobby.
Rubio representa la continuidad de una narrativa que, lejos de responder a las necesidades reales de su país, reproduce los viejos esquemas de la Guerra Fría y los adapta a un contexto latinoamericano que exige soberanía, paz y autodeterminación.
Rubio ha construido su carrera política sobre la base de un antagonismo visceral hacia América Latina y el Caribe, particularmente contra los procesos soberanos que han buscado emanciparse del tutelaje imperial.
Su alianza con sectores de la ultraderecha latinoamericana más corrupta lo ha convertido en portavoz de intereses ajenos a la democracia y a la justicia social. El resultado es un discurso que, aunque estridente, carece de legitimidad y eficacia: un rotundo fracaso político y moral.
La insistencia en demonizar gobiernos y pueblos que defienden sus recursos naturales y su independencia revela la desconexión de Rubio con las prioridades de los propios ciudadanos estadounidenses.
En lugar de promover políticas que atiendan las necesidades internas de su país (salud, educación, empleo digno), se dedica a sostener una agenda de agresión externa que solo beneficia a grupos económicos que lucran con la desestabilización regional.
Como señaló el canciller venezolano Yván Gil, la verdad ya ha quedado expuesta: los ataques y las campañas de desinformación impulsadas por Rubio y sus aliados no son más que intentos de justificar el saqueo de petróleo, tierras, minerales y otros recursos estratégicos de Venezuela.
La retórica del "peligro comunista" es apenas una máscara para encubrir la voracidad de corporaciones y mafias que buscan apropiarse de riquezas que pertenecen legítimamente a los pueblos.
La exigencia de devolver a los Estados Unidos los activos que fueron robados en el pasado es un recordatorio de que la historia de las relaciones hemisféricas está marcada por el despojo y la violencia económica.
Rubio, en este sentido, no es un innovador, sino un continuador de una tradición imperial que se resiste a aceptar la emergencia de un mundo multipolar.
Frente a este panorama, la respuesta de Venezuela y de los pueblos latinoamericanos es clara y contundente: ¡No a la guerra por el petróleo! La consigna "No hay sangre por petróleo" sintetiza el rechazo a cualquier intento de justificar intervenciones militares o bloqueos económicos bajo el pretexto de la defensa de la democracia.
América Latina y el Caribe han sido reconocidos como una zona de paz, y esa condición debe ser defendida con firmeza frente a los intentos de Rubio y sus aliados de convertir la región en escenario de confrontaciones geopolíticas.
La apuesta por la paz no es ingenua ni pasiva: es una afirmación de soberanía y dignidad. Significa que nuestros pueblos no aceptarán ser sacrificados en nombre de intereses ajenos, ni permitirán que se repita la historia de invasiones y saqueos que han marcado el pasado.
Marco Rubio encarna la personalización del odio político anticomunista. Su figura sintetiza la persistencia de un discurso que, aunque disfrazado de defensa de la libertad, en realidad sirve a los intereses más oscuros de la ultraderecha y de las mafias económicas.
Su fracaso político y moral es evidente: no ha logrado doblegar la voluntad de los pueblos latinoamericanos, ni ha conseguido legitimar su agenda de agresión ante la opinión pública internacional.
La historia terminará por ubicarlo en el lugar que corresponde: el de quienes, en nombre del odio y la mentira, intentaron frenar el avance de la soberanía y la justicia social en nuestra región. Frente a ello, América Latina y el Caribe seguirán levantando su voz: zona de paz, territorio de dignidad, espacio de resistencia y esperanza.