Aunque creo que el cebollín no tiene un origen llanero, realmente se empatió mucho con nosotros, de tal manera que en todas las casas había, semi oculto, algún pote con cebollín. En la casa se utilizaba unos cajoncitos de madera en los que venían las velas, y servían perfectamente para cultivarlo. Este era un ingrediente indispensable de la cocina que junto con el cilantro formaban un aliño diario para las comidas. No recuerdo que en la familia alguien se quejara de tensión alta, como ahora, en lo cual asumo ahora que el cebollín tuvo en eso su papel.
Aquiles Nazoa escribió una oda a la sopa de cebolla y creo que bien pudo escribir algo para el cebollín, pero no lo hizo, otros seguirán ese camino. Y es que en el universo de las comidas sencillas, hay preparaciones que no aspiran a ser milagros pero sí gestos de afecto cotidiano. Para mi escaso conocimiento del arte del fogón, creo que el cebollín y el ajo tienen mucho que aportar.
Así una sopa de cebollín con ajo es una de ellas: humilde, aromática, y sorprendentemente generosa. No presume de sofisticación, pero en su vapor se cuece de una forma que puede acompañar a quienes viven con hipertensión, sin pretender ser cura ni receta oficial.
Y el aliño con cebollín y ajo, allá de la calle Cedeño 13, hoy inexistente, juntos formaban el aliño siempre listo en la nevera para darle sabor a casi todas las carnes del hogar. Y también digo que seguro regulaban en algo las tensiones altas con su mezcla de afectos tradicionales con su sabor añorado. Cuantos elogios se recibían gracias a su presencia suculenta.
Es que el cebollín, con su sabor suave y su verde, aporta no solo frescura sino también compuestos que ayudan a relajar los vasos sanguíneos. El ajo, por su parte, es un viejo conocido en la cocina familiar y en la medicina popular: vasodilatador natural, protector cardiovascular, y compañero fiel en la lucha contra el exceso de sal. Juntos, forman una dupla que no exige protagonismo, pero que sabe estar presente. Generalmente son olvidados.
Preparar la sopa de cebollín, según internet, es casi un ritual de sencillez. Se sofríe ligeramente el ajo en aceite de oliva, se añade el cebollín picado, se deja que ambos se cocinen en el calor, y luego se cubren con caldo suave. Un toque de pimienta, quizás una hoja de laurel, una rayita de pimentón y listo. No hay necesidad de sal, porque el sabor ya está completo. Servida caliente, esta sopa no solo reconforta el cuerpo, sino que también invita a la pausa, al recogimiento, a esa forma de salud que nace del tiempo compartido y del alimento consciente.
No traigo esta receta para competir con fármacos ni sustituir tratamientos, pero sí viendo tantas gentes preocupadas por su tensión pensé que puede ser parte de una dieta que respeta el cuerpo y lo acompañe con sabor y salud si se incorpora a la dieta semanal. Lo que si es cierto que en estos tiempos de prisa y alimentos ultra rápidos, esta sopa es una forma de resistencia y un recordatorio de que el cuidado puede ser sabroso, y que la salud se cocina en casa.