¿Qué abrirá más puertas de las que jamás ofrecerá la arrogancia?

Miércoles, 19/11/2025 12:25 PM

 ​El asfalto de la carretera tronaba bajo el sol inclemente de la Tacarigua de Margarita, aquel mediodía.

El periodista Juancho Marcano, suspiró al entrar en el garaje de su casa.

​Aquel garaje no era un simple espacio; era su santuario anti-clima. Las paredes encaladas se rendían al verdor exuberante de la vida: helechos colgantes se mecían con la brisa que bajaba de las montañas cercanas creando un frescor milagroso. La sombra era agradable, salpicada apenas por el sol que se colaba entre las hojas de una trinitaria. El aire fresco se impregnada del olor de la tierra mojada de las macetas. En ese microclima bendito, el mundo exterior de la Tacarigua ardiente se sentía como un recuerdo distante.

​—¡Juancho! ¡Llegaste a tiempo para salvarte de ese recalentamiento! —Manifestó Pipo que se había recostado junto a un porrón con unas matas de Lengua de suegra.

El periodista oyó a su perro y señaló:​

—Pipo creo que perdí un kilo de agua en esa caminata por el centro. El sol es un dictador hoy. ¿Qué haces tú, tan atento? ¿No me digas que escuchaste ópera?

​Pipo agitó la cola, incorporándose.

—No, Juancho, algo mucho más interesante. Estaba oyendo la emisora comunitaria, y la gente hablaba de la inmodestia y la arrogancia. ¡Un tema candente, viejo! Parecía que todos tenían un cuento de alguien que se creía el dueño de la verdad.

​Juancho se sentó en un banquito de madera, buscando una botella de agua.

—Ah, Pipo. La eterna plaga de los vanidosos. Es curioso cómo algunos confunden inflar el pecho con tener verdadera sustancia. Los vi hoy en el pueblo: el que te mira por encima del hombro, el que habla solo de sí mismo, el que cree que su opinión es ley.

​—Yo no lo entiendo, Juancho. Yo no tengo que hablar de mis hazañas con el hueso para que se den cuenta de que soy el más rápido en el patio —dijo Pipo.

​El periodista rió, acariciándole la cabeza.

—Exacto, Pipo. La gente que vale no necesita un megáfono para anunciarse; sus acciones hablan por ellos. El arrogante, en cambio, está tan vacío por dentro que necesita llenarse con el ruido de su propia voz. La arrogancia es la máscara de la inseguridad. Es un mecanismo de defensa ridículo.

​Juancho tomó un trago largo de agua, y al terminar, miró a su perro e indicó:

—Sabes, Pipo, hay un pensamiento que leí hace mucho tiempo y que hoy, viendo ese calor y esa gente, me resonó con fuerza, y te lo comparto. El escritor y filósofo francés Bernard Le Bouvier de Fontenelle lo dijo con gran sabiduría: "La humildad abrirá más puertas de las que jamás ofrecerá la arrogancia".

​Pipo ladeó la cabeza y pensativo, exclamó:

— Tiene razón, Juancho. La arrogancia solo abre la puerta del rechazo.

​—Así es, amigo. Un poco de modestia y silencio dicen mucho más que mil palabras altisonantes, manifestó el periodista y luego pasó al interior de la casa.

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