El cebo distractor sobre los problemas cruciales

Jueves, 20/11/2025 11:54 AM

En nuestro mundo actual, el de la posmodernidad y también transmodernidad, los cambios abismales por virtuales y por reales, nos dejan anonadados por falta de suficiente madurez entre las colectividades, para que se cumplan las leyes, las reglas y normas, y estemos en consonancia con la propia Constitución, en la que hemos establecido todo lo que es bueno para una República, eso sí, si se cumple por todos y todas a una sola voz, y no solo de los poderosos y prepotentes, que usan y abusan de los recursos públicos, los de la nación, con los que el Estado por decreto, eroga y hasta dilapida a través de las coimas que debe cancelar a quienes hacen el trabajo sucio para que los gobiernos puedan sostenerse pese a los errores sucesivos y las fallas constantes en lo que están llamados a cumplir. No están en los cargos y puestos gubernamentales para desde ahí creerse que tienen una patente de corso, y hacer lo que les place, sin dar razones suficientes de sus acciones y sus omisiones. El chorro dispendioso de los recursos de la nación es tal, que estamos endeudados por las próximas dos o tres generaciones.

En un cuarto de siglo nos hemos llenado de deudas, sin que por ello hayamos logrado un mayor bienestar para los más necesitados, que tienen que hacer de tripas corazón para llevar adelante sus precarias existencias, mientras que un sector bien definido del país, los gobernantes y sus gobernados sujetos y a discreción del Estado, son los que se lucran y obtienen a través de los caminos verdes, lo que por ley le corresponde a todos y a todas, y no de una u otra parcialidad política, porque estén con el gobierno y en el gobierno o en la oposición, que para los efectos es lo mismo, porque se pagan y se dan el vuelto ellos y ellas, dejando al pueblo, al soberano, haciendo colas interminables de día tarde y noche, porque así es que se gobierna, se controla y se somete a las masas, por parte de los agentes del Estado.

Es ese 1% de la población total en el mundo distribuidas en cada nación, país o Estado, del centro, el suburbio o la periferia, los que manejan el poder, tienen el control, y administran el gasto público, los ingresos y los recursos de todos y de todas las personas en las respectivas Estados nacionales. Lo hacen a contracorriente, y es cada vez más temerario decirlo, llamar a capítulo a cada uno de los responsables para que den testimonio en el banquillo de los acusados por el uso y el abuso que se han venido cometiendo día tras día en el último cuarto de siglo, de desvíos y manejos que dejan mucho qué criticar. Y como de críticas y de criterios se trata, sabemos el costo de atreverse a decir verdades a quienes se creen que están por encima del bien y del mal, al parecer un mal que afecta la sindéresis de que está tomado por el ego, y en él se enquistan los más bajos instintos, creyéndose que de verdad están en las alturas, en cargos en instituciones constituidas, pero que al parecer se han abrogado facultades y potestades del propio constituyente, del soberano, lo cual no se cede por ser intransferible dado a los propios fueros como voluntad en derechos y deberes de la persona, por el hecho de serlo.

Sabemos y es una certeza que la CRBV no se ha cumplido a cabalidad como ella misma manda, porque se acata, pero no se cumple, práctica que al parecer se lleva en los tuétanos por esa mezcla de aborigen, blanco y negro arisco y levantisco, que se hace ley por su propia mano, y eso es más peligroso cuando se tiene poder, como ha ocurrido desde que Páez llegó y arrebató el poder como caudillo, y se alió después del costo inmenso de la independencia, y con el desmoronamiento del sueño emancipador, para dejar atrás lo que significó Hispanoamérica, y convertirse en un Estado soberano, pero sin soberanía real, pues se dependió más de Europa y de Estados Unidos, quienes cobraron hasta el último centavo. Es parte de la historia universal, y de nuestra historia venezolana, porque no surgimos de generación espontánea, como muchos llegaron a suponer, atados a cuentos de camino y presuntos creadores de engaños y mentiras, que bien que nos enajenaron durante muchos siglos, pero despertamos.

Hagamos un ejercicio, caractericemos el estado general actual, y planteemos de manera precisa los hechos y circunstancias presentes, puntos de vista y aspectos que he planteado desde mis críticas, pero también con propuestas para el interés de la nación venezolana. Aquí entra en juego lo más preciado que se tiene en el país, su gente, toda, con sus pro y sus contra, pero de buena voluntad, con principios y valores, con virtudes cardinales, con la legitimación de las instituciones normadas, que cumplen con el mandato constitucional, y no de la captura del Estado, para privilegiar a grupos de sectores en el poder, amparados bajo las sombras, sin rendirle cuentas a nadie, sino que se pagan y se dan el vuelto. Es lo que ocurre cuando la fe es puesta en figuras mesiánicas, en líderes de salvación, como si dejaran de ser humanos para convertirse en inmortales, en símbolos y desde la coerción, la mordaza y el silencio de los inocentes, del sometimiento a crueles y difamantes torturas contra los disidentes.

En suma, tomando nota de estos asuntos, describimos que hay regímenes en nuestra política que afectan a toda la sociedad venezolana, son tiempos de crisis, sin obviar lo que han sido los años de lucha, sueños y esperanzas, sin opacidades, para una coexistencia donde todos y todas tengamos lo que nos merecemos, y no lo que otros consideran a rajatabla, para favorecerse como en tiempos de la IV República, de la cual extrajeron lo peor, lo más degradante, pero no lo hubo en avances y progreso nacional.

En teoría el marco sería el del clientelismo y patrimonialista, por la distribución de los recursos públicos, como si de una recompensa política por lealtades personales se tratara, echando por tierra el derecho positivo, subordinado a las relaciones de poder personales. Eso ocurre en los Estado débiles, donde están los que son y son los que están, y ahí no cabe más nadie, que capturan las instituciones formalmente presentes, aunque funcionalmente subordinadas a las élites burguesas revolucionarias y a los privados y redes de poder. No hay legitimidad, falta lo principal, la legalidad, y no la que existe en el papel, sino en la práctica social erosionadas, pues no se cumplen las reglas equitativamente. Entonces se trata de que existe en la cultura política ese sino de dependencia y mesianismo como práctica, que refuerza la dependencia y las expectativas de soluciones milagrosas que caerán desde arriba como el maná.

El neopopulismo y la represión preventivas son de uso corriente por los aparatos coercitivos de la administrar pública, y el consentimiento del castigo a quienes opinen diferente, a los disidentes, porque no hay independencia de criterios ni se toman en cuenta los méritos jurídicos, son los efectos perniciosos sobre los derechos que tiene la gente, sus responsabilidades y las de los que mandan. Se apela más bien a los derechos formales vaciados y viciados, donde los derechos constitucionales permanecen sólo como textos, sin garantías efectivas; sin igualdad ante la ley, y como resultado se fractura el Estado ante tanta fragilidad, erosionando la responsabilidad pública, sus actores electos y los actos que ejecutan, puesto que hay desvíos y se prefiere el privilegio por lealtades que el deber hacia la res pública, generando impunidad y menos hay rendición de cuentas no ante acólitos, sino frente a la nación. Sin desigualdades, con el reparto de los recursos entre todos y todas, no solo con los afines al régimen, porque son políticas públicas, esto es insostenible en el tiempo, porque la desconfianza aumenta, y la norma es la excepción; mientras la convivencia cívica y la cooperación colectiva hacen aguas, se resquebrajan.

Son mecanismos perversos, pues reproducen el fenómeno de la corrupción con incentivos clientelares, recompensas materiales directas a todos los del entorno y sus allegados, lo que resquebraja la economía paralela, la del reparto de divisas y contratos a diestra y siniestra, con acceso privilegiado a los recursos de la nación, en moneda contante y sonante. No existe un control de los espacios de comunicación, la narrativa la tiene el poder y naturaliza cualquier intento por develar la impunidad, y quien ose enfrentarlos es desacreditado y no tiene más alternativas que poner distancia frente a los opresores. En la práctica se ejerce una represión selectiva, criminalizando a los opositores, con el manejo discrecional de la justicia vendida al mejor postor. Además, persiste esa cultura de la dependencia del electorado que premia al inmediatismo, a la promesa de proyectos a largo plazo, sin los que a corto y mediano se dan visos de ir por el camino seguro, ni las posibles estrategias, sistémicas y prácticas, muestran que haya transformaciones y menos tendencia hacia el fortalecimiento de instituciones sostenibles, con profesionales capacitados en la administración pública, con meritocracia, transparencia, responsabilidad y cumpliendo con las leyes. Vemos como los propios mecanismos de rendición de cuentas adolecen de auditorías independientes, de cámaras de la ciudadanía, con publicaciones de resultados, accesibles al público, o conocer los contratos y sus beneficiarios.

Habría en primer término que desarticular el clientelismo político con programas sociales universales, transferencias con condiciones administradas fuera de las redes partidarias, con una educación cívica y memoria crítica, fomentando la formación ciudadana frente a la lógica del mesianismo, reconociéndose los derechos y deberes individuales y colectivos, para salir de debajo de una vez por todas. Es a través de redes solidarias y con medios alternativos, construidos como contrapoderes por la sociedad civil a la cual se integren los militares, y no al contrario, puesto que hace más expedito el visibilizar dónde está la corrupción, ofreciendo propuestas concretas. Lo más importante es la seguridad jurídica, la protección de las personas con criterio propio, con ideas y críticas frente al poder, los que disienten, a quienes se les garantice su vida, legislando al respecto frente a las prácticas perversas, con seguridad para los periodistas, los activistas y quienes denuncian.

Es una descripción somera sobre lo que ha sido la serie de contradicción entre la forma constitucional del Estado y sus prácticas en lo real, con leyes y principios que existen, pero que son desplazados por arreglos desde el poder clientelar que se reproduce desigualmente y con total impunidad. Lo que erosiona la idea misma de ciudadanía, reduciendo la política a una mera distribuidora de favores. Romper con ese ciclo requiere que simultáneamente operen las reformas institucionales, que haya transformación cultural y se construyan alternativas materiales, que se impida el incentivo a la práctica del clientelismo político. Si no hay cambios en esos tres aspectos, lo que habrá es más retórica, y la democracia será el convite de las prácticas corruptas que se vienen denunciando desde hace mucho tiempo.

 

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