La saga conceptual entre los antiguos y modernos economistas adquiere vigencia y características épicas globales, por los acontecimientos en pleno desarrollo.
La gente, y también sorprendentemente muchos economistas, entre ellos monetaristas del gobierno y del sector privado, se confunden y piensan que la economía se basa en el poder de la moneda. El dinero no tiene poder por sí mismo, de hecho, la economía real se fundamenta en la capacidad de producción de bienes y servicios, sin esto último el dinero es solo "papel". El dinero es simplemente una herramienta traducida en una base de datos para el intercambio de bienes y servicios.
Lo que sostengo guarda relación con debates económicos históricos, como los que se dieron entre las escuelas keynesiana y austriaca, donde esta última, influenciada por figuras como Hayek, resta importancia al poder del dinero en comparación con la producción económica real. De hecho, es la capacidad de producción de bienes y servicios la que finalmente otorga el valor real de la moneda. Tal es el caso del imperio estadounidense, cuya capacidad de producción va más allá de su propio territorio, que por cierto, Trump pretende ampliar aún más.
Mi perspectiva sobre la economía se alinea con las teorías económicas clásicas que enfatizan el valor intrínseco de los bienes y servicios por encima del medio de intercambio (dinero o moneda), en contraste con las teorías económicas modernas que destacan el papel de la moneda en la facilitación de la actividad y la estabilidad económica, lo cual de por sí presupone una influencia e injerencia en otros estados inmensa, como es el caso del dólar estadounidense.
El aumento del PIB de una nación (un 8,1% reportan las autoridades de la economía venezolana), no implica necesariamente que la generación de la riqueza asociada llegue automáticamente a las mayorías. Eso ocurre cuando los recursos permanecen en manos de unos pocos y no son distribuidos de manera justa hacia la sociedad, ya sea mediante la inversión en sectores clave como industria agropecuaria, educación, salud, transporte público y otros, y con la generación de empleo tanto especializado como no calificado, es decir, actividades sencillas y rutinarias que a menudo exigen un esfuerzo físico, pero fundamentales para la economía se mantenga viva y dinámica.
Es deseable entonces que quienes dirigen la economía en el gobierno tomen se preparen y tomen un curso actualizado en el tema, que acudan a Joseph Stiglitz para que los pula, como hizo Petro, el presidente de Colombia. Eso incluye a todos los gerentes de de Finanzas, de Planificación y del Banco Central.
El Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, durante toda su carrera ha defendido que cualquier gestión de la economía (capitalista o socialista) debe respaldarse con instituciones sólidas, reguladores eficaces y un estado activo capaz de corregir las fallas del mercado. En su trabajo sobre la información asimétrica, ha insistido en que sin reglas claras ni control de monopolios, la economía se convierte en una maquinaria de concentración de riqueza y exclusión social. En obras como 'The Price of Inequality' y 'The Road to Freedom', plantea que un sistema fiscal progresista, inversión pública en ciencia y tecnología, infraestructura vial, bienes y servicios como educación, salud, transporte público e industria agropecuaria, constituyen factores que pueden reducir la desigualdad sin frenar el crecimiento.
Pero el problema no está en la teoría, Stiglitz ha demostrado con la experiencia que países como los nórdicos por ejemplo, pudieron combinar equidad con prosperidad. Incluso en América Latina, Lula en su primer gobierno lo hizo sin dinamitar la estabilidad macro y microeconómica. Recordemos el programa de ayuda económica, "Bolsa Familia" de Lula, que sacó de la pobreza a más de 20 millones de personas en Brasil. El plan aseguraba un ingreso familiar mensual para las familias más pobres (no una bolsa de alimentos), sujeto a condiciones que garantizaran su inversión en la alimentación, salud y educación de sus miembros.
Una cosa es la teoria y otra la gestión político económica, con intereses en conflicto. La propuesta de Stiglitz parte de un optimismo antropológico, que es atacado por el imperio apoyado por los militantes de la oligarquía, quienes nunca han estado dispuestos a dejarse "arrebatar" sus privilegios. El Nobel sostiene que la sociedad, frente a reglas justas, "actuará colectivamente por el bien común". Pero la historia ha mostrado cómo los reaccionarios de siempre contratacan violentamente, así ha ocurrido en Latinoamérica repetidamente, incluso hoy en el caso de Colombia. La lucha del imperio por apoderarse de los recursos naturales, respaldado por las oligarquías locales, la corrupción y el sectarismo suelen imponerse sobre la cooperación. En ese caso, la igualdad no es vista por ese sector como un punto de partida natural, para ellos quienes pretendan implementarla son enemigos, ante esos hechos, la construcción de la igualdad socialista requiere mucha disciplina, gerentes capaces y una práctica democrática del poder. De hecho, existe una lucha ideológica sin cuartel entre quienes abogan por reducir al mínimo la intervención del estado en la economía y quienes sostienen que el gobierno debe asumir su papel para corregir las limitaciones del mercado y así lograr un alto grado de justicia social. Stiglitz está convencido que los mercados no pueden operar solos porque no siempre funcionan como debieran.
Queda claro entonces que aplicar las ideas de Stiglitz en los países de Latinoamérica exige mucho más que invitarlo a foros y cursos, más aún si se trata de una nación acosada y maltratada con sanciones y bloqueos imperiales diseñados para provocar sufrimiento al pueblo. El éxito de la gestión económica requiere entonces la construcción de instituciones civiles y militares blindadas, que asuman que la confianza de los inversionistas, nacionales y extranjeros resulta ser fundamental para lograr la estabilidad económica, un requisito indispensable para conseguir la ansiada justicia social, mediante medidas socio económicas oportunas y pertinentes.
Urge ampliar nuestra mirada hacia los países del Grupo BRICS, parece que a estas alturas ya no hay alternativa.