El Partido

Domingo, 09/11/2025 12:00 PM

 

Una de las tantas cosas que llaman la atención de las lecturas acerca de la revolución rusa (de octubre, según el antiguo calendario; de noviembre, según el actual), es la cantidad de debates, divisiones, polémicas entre los máximos dirigentes de ese proceso, incluso en momentos tan delicados como cuando se ejecutaba el plan de la insurrección armada (¿o toma por las armas del cuartel de invierno?) o cuando se discutía un acuerdo de paz con Alemania en plena guerra, con una guerra civil en ciernes adentro. Es asombroso cómo miembros de la dirección del Partido Bolchevique (Kamenev y Zinoviev) hicieron hasta mítines y agitación CONTRA la insurrección, cuando esta ya estaba en marcha, de acuerdo a los planes del mismo organismo directivo donde ellos participaban. Lo más asombroso es que entonces no fueron objeto de ninguna medida disciplinaria.

La historia oficial soviética y la revisión de la vulgata marxista en la época cuando se leía en las organizaciones marxista leninistas donde militábamos, resaltaban la oposición entre mencheviques y bolcheviques, no sobre aspectos sustanciales del programa de la revolución, sino acerca de un detalle estatutario del partido naciente: la definición operativa de la militancia, si ser militante implicaba ser parte de un organismo del partido o solo responder a una orientación de este. La diferencia era una minucia hasta para líderes tan brillantes como Martov, Trotsky, o el maestro de todos ellos, Plejanov, a quienes les parecía un pecado ir a una escisión por ese detalle. El único que fue capaz de dividir la incipiente organización clandestina por ese motivo, fue Lenin. La razón se reveló mucho después, incluso para Trotsky, quien a la postre, al calor de los acontecimientos de noviembre (¿u octubre?), decidió integrarse a los bolcheviques, la mayoría. Integrar un organismo del partido OBLIGA al individuo a una disciplina que, para Vladimir Ulianov, debía ser "férrea".

Otro asunto que, para mí, era y todavía es de la mayor importancia, y que rondaba en la consciencia de los protagonistas de aquellos hechos "que cambiaron el mundo" (como dijo Reed), era el surgimiento de un Robespierre, un dictador que, a nombre de la pureza revolucionaria, aniquilara, no solo a los contrarrevolucionarios, reales o supuestos, sino también a lo más granado de aquel equipo de brillantes dirigentes, justificando aquella frase de que "la revolución devora a sus propios hijos", atribuida a veces a Robespierre, y otras, a su opositor Dantón, dicha curiosamente en la misma circunstancia de cuando los llevan a empujones a la guillotina. Específicamente Trotsky, por un lado, rechazaba el terror, pero, por el otro, lo defiende. Es de él mismo, el gran dirigente de la revolución junto a Lenin, para disgusto de Stalin, el señalamiento de la lógica del "sustitutismo": la clase es sustituida por el Partido (en mayúscula), el comité central sustituye al Partido y, al final el secretario general sustituye a comité central, al Partido y a la clase", ilustración adelantada de la ley de hierro de la oligarquía, formulada por el sociólogo gringo Michels, mucho después de Trotsky, según la cual las organizaciones políticas tienden a concentrar el poder en una élite, eliminando la democracia interna.

Si leemos "Cien días que cambiaron el mundo" de John Reed o la biografía monumental de Trotsky de Deutscher, nos damos cuenta de que la eliminación de los otros partidos políticos diferentes al bolchevique, que florecieron en Rusia después del derrocamiento del Zar, respondió a decisiones de emergencia para controlar el caos en un Estado en pleno derrumbe, donde ya se vislumbraba una feroz guerra civil que, de todos modos, se produjo. Todos los partidos fueron sucesivamente reprimidos, unos, por apoyar intentos golpistas restauracionistas del poder zarista, otros, por promover la resistencia al naciente poder, surgido de la organización espontánea de las masas de trabajadores, soldados y campesinos en consejos ("soviets"). Todos, por no tener la voluntad ni la capacidad de conseguir alguna de las tres consignas que levantaron al pueblo: la paz en la guerra mundial, el pan proveniente del campo hacia las ciudades paralizadas por el conflicto y la tierra, para los campesinos, expropiando a los aristócratas. En pocos meses, por alguna de esas razones, todos los partidos fueron derrotados políticamente, ilegalizados y reprimidos, motivando las protestas de importantes revolucionarios como Rosa Luxemburgo, quien clamaba porque la naciente democracia rusa consistía, precisamente, en darle libertad a los partidos opositores.

Lo que fue emergencia provisional, no solo se convirtió en "normalidad"; sino que se convirtió en artículo de fe revolucionario. Tenía que haber un solo partido, vanguardia de la clase trabajadora y de todo el pueblo, que dirigiera el "proceso" hasta la superación de la división de las clases, el desarrollo de las fuerzas productivas, la extinción del Estado y el acceso al comunismo sin clases ni Estado. Stalin, cuando codificó el "leninismo", incorporó al credo el nuevo dogma del Partido único, formado por la "vanguardia", esa élite de líderes esclarecidos, sabios, poseedores de la verdad de la teoría marxista, única ciencia. Con razón, el propio Marx había dicho, al saber de las extravagancias de sus discípulos, que él no era marxista. Al llegar a China, el leninismo impuso la tesis del Partido dirigente, con esas connotaciones imperiales y burocráticas propias del confusionismo, y los contenidos militares de Mao, y al ser apropiado por estos lares latinoamericanos, el Partido pasó a ser el hogar del "Hombre Nuevo", lleno de virtudes santas (esforzado, sacrificado, abnegado, sencillo, lleno de amor a la Humanidad, etc.), concepto robado por el Che a la ortodoxia católica, y ahora trasplantado a una nueva Iglesia.

A la luz de esta historia, lucen muy descoloridos los lineamientos para reorganizar el PSUV que Diosdado, en estos días, dio a conocer. Cabe destacar que, incluso, se ha perdido ese espontáneo entusiasmo de los primeros días del chavismo, movimiento aluvional de masas, que acudía a resguardar, por ejemplo, las instalaciones de PDVSA, frente al paro de 2002. Lo cierto es que todas esas expresiones de respaldo popular, fueron controladas, intervenidas, cooptadas, por la élite dominante. Así ocurrió con los consejos comunales, los CLAP, los movimientos que aparecieron por todos lados. Ha habido varios intentos de organismos de base, llegando a las UBCH y los jefes de calle. Lo que era solo una confusión, se instituyó como algo adrede. Los límites del Partido son los mismos del Estado. Las autoridades del Partido SON las autoridades del Estado. Pero, además, se extinguieron todos los mecanismos democráticos, en beneficio de la cooptación, es decir, la designación de "dirigentes" por la cúpula. La única acción que tenía alguna apariencia de participación, fue la postulación que, en ese contexto, reveló su esencia de burla. Ni hablar de debate interno. Cristalizó la orden de arriba, el "adular para arriba y patear abajo", el acuerdo para las cuotas de cada jefe y, de remate, el aclamacionismo: lo que diga Maduro (antes, Chávez), la consolidación del muy nazi principio del líder (Fuhrer Conzept), la lealtad a la persona del caudillo, la realización máxima de la ley de hierro de las oligarquías de Michels.

Ya no hay programa de una nueva sociedad. Lo sustituye la justificación, hecha también por Diosdado, de las ganancias de empresarios de "líderes revolucionarios" como Saab, el Padrino de Lacava (entre padrinos te veas). Como en el fascismo de Hitler, Mussolini y Franco, solo quedó la justificación del poder por el poder mismo, las órdenes del Jefe y la noción del Partido Único, fundido con el Estado y, ahora, con una justificación "patriótica", las fuerzas armadas y (¡el colmo!) la policía política de la dictadura. Ahora hasta chamos de 15 años podrán participar en estos organismos partidistas, estadales, policiales, de sapos, en la distopía que se está implementando. Por supuesto, es la muerte de la Constitución, de la democracia, hasta del mismo chavismo de los rimeros tiempos aluvionales. La distopía cubana, con todo y hambre desesperante, apagones diarios y nuevas epidemias.

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