La característica más inmediata de la escritura de Han es su estilo fragmentario y
aforístico. Sus libros se componen de frases cortas, lapidarias y altamente repetitivas
que evitan sistemáticamente el desarrollo argumentativo tradicional en filosofía en
especial la marxista leninista. Como señala el profesor Jesús Zamora Bonilla, sus
obras consisten principalmente en una "yuxtaposición de frases brillantes y cortas,
más típicas de la literatura y la poesía" que de los ensayos filosóficos,
caracterizándose por ser "poco argumentativas" y "más bien categóricas" . Este
formato le ha valido críticas por parte de colegas que cuestionan el rigor de su
método, acusándolo de preferir el impacto retórico sobre la solidez conceptual.
El propio Han parece admitir esta aproximación cuando describe su proceso de
escritura: "Soy extremadamente perezoso... Tal vez escribo tres frases al día, que
luego se convierten en un libro. Pero no intento escribir, no. Recibo pensamientos...
Las palabras en mis libros no son mías. Las recibo, las que me visitan, y las copio" .
Esta declaración, que podría interpretarse como una pose de humildad, revela en
realidad una evasión de la responsabilidad intelectual que conlleva construir y
sustentar sistemáticamente un argumento.
Una revisión de su obra muestra cómo Han repite constantemente sus temas
centrales sin desarrollar su pensamiento de manera significativa. El crítico Wolfram
Eilenberger lo compara con "un pájaro carpintero que golpea continuamente una
porción muy estrecha de un tronco muy grueso" . Esta observación apunta a una falta
de evolución en su pensamiento: desde "La sociedad del cansancio" (2010) hasta sus
obras más recientes, Han repite incansablemente los mismos conceptos, la sociedad
del rendimiento, la autoexplotación, la transparencia, sin añadir matices significativos
ni profundizar en sus implicaciones.
Las características de la filosofía de Han se pueden enmarcar en su estilo aforístico
manifestado en frases cortas y lapidarias, que eluden la argumentación sistemática,
utiliza la repetición temática, reutilizando conceptos centrales, dejando ver la falta de
evolución conceptual, muestra poca autocrítica, haciendo que sus conceptos no
tengan límites, desarrollando así un dogmatismo encubierto de escepticismo, por
último el uso selectivo de referentes, en citas descontextualizadas de grandes
pensadores, ejecutando la apropiación superficial de tradiciones filosóficas..
El pensamiento de Han sobresale en el diagnóstico de los males contemporáneos,
ofreciendo descripciones potentes y evocadoras de nuestra condición actual. Su
caracterización de la "sociedad del cansancio" donde los individuos se convierten en
"emprendedores de sí mismos" que se autoexplotan voluntariamente , o su noción de
"psicopolítica" donde el poder neoliberal "no reprime sino que seduce" , resultan
incisivas y capturan dimensiones importantes de nuestra experiencia. Sin embargo,
estas descripciones no van acompañadas de propuestas concretas para transformar
esta realidad. Como señala Josh Cohen en Aeon, la postura de Han es esencialmente
melancólica en el sentido freudiano: "sellada dentro de su propio dolor, transmitiendo
una convicción absoluta en el destino de autodestrucción del yo y del mundo" .
Esta melancolía se traduce en una filosofía que, aunque aparentemente crítica,
resulta en el fondo conservadora, pues al no ofrecer alternativas viables,
implícitamente sugiere que ninguna transformación es posible. Como el propio Han
escribe: "El agotamiento y la revolución se excluyen mutuamente" , afirmación que
parece desactivar de antemano cualquier potencial transformador de su propio
pensamiento.
Han posee falta de rigor académico, Su estilo aforístico y "grandes
pronunciamientos" pueden no sostenerse bajo un escrutinio riguroso; se le describe
como un "DJ de la filosofía" que mezcla referencias de forma atractiva pero
superficial, Un análisis materialista histórico consideraría insuficiente un diagnóstico
que no se sustente en una argumentación sistemática y en datos empíricos
concretos.
El humanismo anticuado, su crítica se enmarca en una tradición humanista que
prioriza la experiencia subjetiva y espiritual frente a las fuerzas materiales y
económicas. El marxismo, como materialismo, buscaría las causas en las
estructuras económicas (ej. plusvalía, lucha de clases), no en la psicología o la "fatiga
del alma".
Exageración del diagnóstico, Algunos de sus conceptos, como el paso de una
"sociedad inmunológica" a una "neuronal", pueden ser reduccionistas y no explicar
realidades como el resurgimiento de fronteras y nacionalismos, Subestima la
persistencia de la violencia estructural (Estado, fronteras, ejércitos) y las formas
clásicas de opresión material que el marxismo analiza.
Individualización del malestar, su teoría de la "auto-explotación" sitúa la coerción en el
interior del individuo, quien es "amo y esclavo a la vez", se oscurece el papel del
sistema de clases; el conflicto ya no es entre burguesía y proletariado, sino una
"lucha interna contra uno mismo", despolitizando el problema.
Falta de alternativas estructurales, su filosofía ofrece un diagnóstico pesimista
("melancolía") pero pocas salidas prácticas más allá del retiro individual (jardinería,
contemplación), un marxista buscaría soluciones en la acción colectiva y la
transformación revolucionaria de las bases económicas de la sociedad, no en el
escape individual.
Frente a la incapacidad de proponer alternativas estructurales, Han recurre a lo que
podríamos llamar "escapismo burgués": la jardinería, tocar piano, visitar restaurantes
exclusivos y cultivar una vida contemplativa. Estas actividades, valiosas en sí
mismas, se presentan como respuestas individuales a problemas profundamente
sociales y estructurales. Resulta sintomático que el propio Han viva en una "burbuja
de su propia creación", dividiendo su tiempo entre dos casas—un apartamento en el
suroeste de Berlín y una casa con jardín entre un lago y un bosque desde donde
critica la sociedad digital.
Esta postura revela una contradicción fundamental: mientras diagnostica los males
del capitalismo neoliberal global, sus "soluciones" están reservadas a aquellos con
los recursos económicos y el capital cultural necesarios para acceder a este estilo de
vida contemplativo. No existe en Han una reflexión sobre cómo extender estas
posibilidades de "vida contemplativa" más allá de los círculos de élite, ni cómo
transformar estructuralmente la sociedad para hacerla más habitable para todos.
Uno de los aspectos más desconcertantes del pensamiento de Han es su ausencia
de un posicionamiento ideológico claro. Aunque sus críticas al neoliberalismo son
mordaces, no se adhiere a ninguna alternativa política identificable. Como señala
Fernando José Ciello en su análisis antropológico del poder, Han busca un "concepto
móvil" de poder, "capaz de unificar diferentes representaciones" , pero esta búsqueda
de flexibilidad conceptual puede fácilmente convertirse en una evasión de tomar
partido en debates políticos concretos.
Han parece operar bajo la suposición de que su diagnóstico es tan radical que
trasciende las divisiones ideológicas tradicionales. Sin embargo, esta pretensión de
trascendencia ideológica enmascara lo que en realidad es una falta de compromiso
con proyectos de transformación política concretos. Su filosofía se mantiene en el
nivel de la crítica general al "sistema", sin especificar qué tipo de organización social
alternativa propone.
El enfoque de Han tiende a reducir problemas sociales y económicos complejos a
dinámicas psicológicas y culturales. Por ejemplo, conceptos como "la sociedad del
cansancio" o "la agonía del Eros" transforman contradicciones estructurales del
capitalismo contemporáneo en malestares subjetivos, desplazando la atención de
los mecanismos económicos y políticos hacia fenómenos de orden psicológico.
Esta psicologización de lo social resulta profundamente acrítica, pues invita a una
transformación interior en lugar de a un cambio estructural.
Como explica Han en "La sociedad del cansancio", el sujeto contemporáneo "se
desgasta en una carrera de ratas que corre contra sí mismo" . Aunque potente, esta
descripción individualiza lo que son problemas colectivos, sugiriendo que la solución
reside en cambiar nuestra actitud personal más que en transformar las condiciones
sociales que producen esta carrera de ratas.
Hay una cualidad casi esteticista en la manera como Han describe los sufrimientos
contemporáneos. El burnout, la depresión y el cansancio aparecen en sus textos
como experiencias casi sublimes, descritas con un lenguaje poético que las
embellece y las hace aparecer como inevitables. Como señala Cohen, la voz
escritural de Han es "melancólica en el sentido freudiano de estar sellada dentro de
su propio dolor" , creando una identificación entre el sufrimiento individual y el estado
del mundo que resulta paralizante.
Este embellecimiento del malestar tiene un efecto político conservador: al presentar
los males contemporáneos con un aura de inevitabilidad y hasta de belleza trágica,
se desactiva el impulso transformador. La crítica se convierte en un ejercicio de
contemplación estética más que en un instrumento de cambio.
Esta pregunta revela la complicidad estructural entre la crítica de Han y su objeto de
estudio: su pensamiento se ofrece como un producto cultural perfectamente
adaptado al mercado que pretende criticar, proporcionando a sus lectores la ilusión
de profundidad sin exigirles el esfuerzo de un pensamiento realmente sistemático y
transformador.
La popularidad de Byung-Chul Han dice tanto sobre nuestro momento cultural como
sus propias obras. En una academia cada vez más presionada por producir
resultados visibles y alcanzar relevancia pública, el modelo Han ofrece una fórmula
seductora: crítica radical en formato accesible, profundidad aparente sin exigencia
argumentativa rigurosa, y pose de disidencia sin consecuencias prácticas
incómodas. Sus escritos funcionan como distractores de lujo que nos permiten
saborear la amargura de nuestra condición actual sin impulsarnos a transformarla
realmente.
El verdadero peligro de este fenómeno no reside en que Han sea un mal filósofo, de
hecho, sus diagnósticos contienen intuiciones valiosas, sino en que su éxito legitima
un modelo de pensamiento que reemplaza el rigor con el estilo, la argumentación
con el aforismo, y la transformación con la contemplación melancólica. Frente a
este modelo, la tarea urgente sería recuperar una práctica filosófica que no tema al
compromiso ideológico, que no eluda la construcción sistemática de alternativas, y
que acepte la incomodidad de pensar más allá de los formatos comercialmente
exitosos.
En última instancia, la pregunta no es si Han tiene razón en sus diagnósticos, en
muchos aspectos, sin duda la tiene, sino qué tipo de práctica filosófica necesitamos
para enfrentar los desafíos que él tan elocuentemente describe.
Todo marxista reconoce o presiente cuando un texto oculta la lucha de clase,
cuando los argumentos son del capital, cuando la estrategia es conservadora,
cuando la filosofía es del aire, del espacio, en consecuencia valora o no al autor.
INCONFORMIDAD IDEOLOGÍA Y TRABAJO.