La Espiral del Ser como reflexión profunda y provocadora

Miércoles, 17/09/2025 01:16 PM

Vuelvo con el planteamiento que toca todas las fibras del ser en la compleja espiritualidad, desde una filosofía y la epistemología de la ciencia, que cubre de imaginarios mientras se conversa entre pares dispares, científicos escépticos y pensadores encarnados desde distintas perspectivas, que dejan la crítica de lado y se aferran a los conocimientos integrados desde Aristóteles, de quien los que más han comulgado en ese origen de sentido y razón se encuentran atados a los dogmas de Occidente, sosteniendo conversatorios fluidos desde sus narrativas iconoclastas, desdibujadas por los nombres que arrastran seculares hábitos, escandido en siglos y cuyos reconocimientos creados por los dueños de las universidades y academias, con sus revisionismos constantes y la permanente renovación de las reformas como verdad. Si no las hay eternas pues solo se dispone de modelos provisionales, cómo entonces se sigue adheridos a la religiosidad perenne, aferrados a tales relatos sin absoluta y decidida verificación, que ni siquiera se ha intentado.

Será parte de nuestra naturaleza, los símbolos, mitos, metáforas, magia, y conexiones herméticas de lo que podemos llegar a medir, hallando belleza incluso en lo no comprobable. Puede ser por caso que hayamos hecho metáforas, nichos de poder dogmatizados y excluyentes de lo bello y perfecto, trocados por las historias saturadas de guerras y genocidios, propuestas que al sol de hoy siguen siendo como las verdades absolutas. Qué otra vía nos queda, habrá alternativa, cuáles se proponen, cuáles se eligen, entre filosofía, ciencias, religiones, o para estar más al día desde la mística o la cuántica, posibles canales de comunicación más fiables, en la nueva era después de la transmodernidad dialógica y de descolonialidad, que debe superarse a sí misma de las trampas que sugieren revoluciones, que como sofismas inalcanzables, apelan a ellas siempre, desde la comodidad de sus acumulaciones, y llegan sin más arrastrando bajo sus trillas todo anuncio de cambio real, pero caen en la ideologización del mito ya decadente, al cual le imponen otro mito que nada nuevo puede incluir, otra excusa que tampoco revela nada.

Será que podríamos ser un experimento cósmico de una conciencia desplegada o ambas cosas, o un instante en que nos preguntamos a nosotros mismos si el ser hace lo humano, o es otro quizás lo que la vida nos depara en la espiral de una existencia que vamos hilando sucesivamente, con agregados de la herencia genética en una escena situada en un espacio atemporal, especie de ágora suspendida, entre dimensiones en las cuales convergen las voces y los susurros, a través de la boquilla de su máscara, arrojando ideas y pensamientos que son el deleite de los humanos. Seguir esta tónica nos lleva a imaginarnos al borde de las manifestaciones en escena, situada entre tales dimensiones que convergen hacia la espiral del ser. Allí será el primer acto un encuentro de personajes conocidos de la filosofía espiritual, o del científico escéptico, del chamán ancestral, o el historiador crítico, todos envueltos en la voz del tiempo como el narrador inverosímil, mientras el murmullo del viento alienta desde el centro de la espiral, apuntando hacia todos los puntos ordinales y cardinales a la vez, donde no hay posible ayer ni mañana, solo el instante preguntándose a sí mismo, mientras las voces plañideras hilan en su madeja de un origen de sentido sobre el deber del ser.

Pero, y si el universo no comenzó, sino que simplemente despertó, y si somos el sueño de una conciencia que se despliega en formas infinitas. Suena poético y si lo piensas tal vez llegue a explicarlo todo, pero la realidad necesita datos, evidencias, un Big Bang como modelo sólido, aunque incompleto, y recurrimos a los ancestros que nos hablaron no de explosiones sino de cantos, de un mundo que fue tejido por el verbo al ritmo de los elementos, de donde se desprende conocimiento. Y sin apelación recurrimos de nuevo a viejos manuscritos de antiguas civilizaciones y sus génesis, en la que todos coinciden en que el ser se empeña en buscar el sentido, la razón. Y en esa búsqueda, crea sistemas, dogmas, ciencia, arte, eso que al final pareciera extraído de un impulso realmente divino, tal vez no se trate de encontrar la verdad solamente, sino más bien de vivirla, uniendo lo disperso y juntando lo separado sin que sea el competir el fin de quién tiene la razón, y comenzar a escuchar lo que en verdad cada saber revela.

Y si el saber no es uno sino múltiples, a lo mejor hemos errado por querer reducir todo a una sola fórmula, por lo que deberíamos celebrar toda diversidad del conocimiento mientras las ciencias miran hacia las estrellas y la espiritualidad escucha los sueños, mientras la historia recuerda, y que el presente despierte, mientras sigue el giro de la espiral hacia ningún fin sino hacia una conciencia plena, y mientras el ser no se halla, creándose de lo que previamente está. En dicho acto, todos pasamos a ser coautores de la danza del misterio. Aquí pareciera haber una fractura escribiendo un nuevo acto, una nueva narrativa con personajes frente a sus crisis existenciales, obligados a replantearse otras ideas y apuntar a nuevos derroteros, decisión que lleva a profundizar sus visiones del mundo. Están en un escenario y una espiral en el suelo se desdibuja a medida que todo se oscurece, mientras oyen ecos de voces que se contradicen, como si el mundo estuviera colapsando en sus propias ideas, uno observa una proyección holográfica de datos que se distorsionan, otras tiemblan como sintiendo una ruptura en el tejido del mundo, otro hojea frenéticamente sus manuscritos y está quien permanece en silencio y con los ojos cerrados. Será la angustia de saber que los modelos no encajan, las constantes cambian, las leyes se resquebrajan. Y si la realidad no es estable, si lo que llamamos verdad es solo una ilusión temporal que tejen los sentidos. Puede que los espíritus andan inquietos ante el equilibrio roto, mientras que el mundo ya no canta, sino grita.

Si las narrativas como sabemos se contradicen, por qué la historia no se deshace, cómo reconstruiremos el sentido, cuando todo lo que creíamos sólido se vuelve polvo. Habría que volver a abrir los ojos lentamente y percatarse de que esta fractura sea necesaria, o puede que el colapso sea el umbral, porque se ha creído que en el vacío no es donde nace lo nuevo. Pero y qué hacemos con el miedo, con la incertidumbre, con la pérdida de todo lo que nos daba algo, mucho o poco de seguridad. Nos enfrentamos a todo ello como lo hacen los árboles, enraizados y abiertos al viento, porque sabemos también que lo que no se adapta y medra perece, y lo que se transforma, florece. Será que debemos dejar atrás nuestras certezas, abandonar los sistemas que nos dieron identidad, o más bien, no abandonarlos sino trascenderlos, usándolos como peldaños, no como muros.

La espiral no se rompe, se reconfigura en medio del caos, debemos tener presente y reconocer que no es una acumulación, sino una metamorfosis, porque el ser no se define, se reinventa, y que la conciencia despierta cuando se atreve a mirar su propia sombra. De ahí que la espiral vuelva a iluminarse y difuminarse de nuevos colores, invitando a acercarse al centro, sin miedo de colisión. Puede haber una nueva forma de vivir y de pensar y de actuar más allá de los sistemas tradicionales, tanto así que superen las filosofías platónicas, socráticas y aristotélicas; tal vez se trataría a lo mejor de alguna síntesis desde el renacimiento. Entonces notamos como la espiral del suelo se transforma en un árbol de luz creciendo hacia el cielo y el centro de la tierra, un espacio saturado de símbolos que flotan, mientras fórmulas, palabras, cantos, imágenes vibran en total armonía.

Llegará el momento en que ya nadie discuta y se escuchen mientras comparten y crean, atravesando las fracturas, imaginando cómo la vida no es una lucha por imponer verdades, sino una danza de saberes entrelazados. La ciencia no es capaz de explicar todo, aunque se requiere de un método para que el pensamiento no se disperse. Cuál sería la propuesta, otra ciencia, una que escuche y contemple; que sepa decir no sé sin miedo al ridículo, a los prejuicios. Hay que volver a ofrecer los cantos de la tierra, los sueños del fuego, la memoria del agua, el saber del viento, no encerrados en libros, sino respirando cada cuerpo en los ancestrales rituales de la intuición. Entonces la historia se volverá un fino tejido no lineal ni continuo, sino con sus retornos y saltos hacia atrás, donde cada cultura aporte su hilo sin jerarquías, emprendiendo las narraciones sin exclusiones. Sería el nacimiento de una nueva conciencia sin individuos aislados ni sistemas rígidos. Sino del ser que se sabe parte, que se reconoce en el otro, que se transforma sin perderse, de esa manera la espiral se convierte en árbol y el árbol en red, y la red en conciencia; sin principio ni final, solo el continuo donde la única verdad sea solo una resonancia, sin separación, sino solo encuentro. De manera que el árbol vuelto luz se expande en el escenario lleno de murmullos, como muestra de que el cosmos con sus infinitos universos está escuchando.

Qué aspira el hombre, no todo hombre, sino aquellos que desean convertir su vida en una obra, en un manifiesto, en un legado para que sean recordados para la posteridad. Sin embargo, dejar un legado no es una simple manifestación de deseo, ni de imponer verdades, sino abrir caminos, un llamado a la conciencia desde el diálogo entre iguales, desde los saberes, desde la reinvención del ser humano en su tiempo. Es un manifiesto de esa espiral que aspira el ser, en el nombre de todos los que buscan, dudan, sueñan y despiertan, dándose cuenta que el origen no es un punto sino un pulso, ya que no nacimos ni de una explosión ni de un dogma, sino del misterio encerrado en cada cultura, en su narrativa, su modo, su razón, saben que el origen es movimiento, no definición. El saber no es propiedad sino resonancia, la ciencia no es enemiga de la espiritualidad, la intuición no contradice la razón, el conocimiento verdadero surge cuando los saberes dialogan sin miedo ni jerarquía, el ser humano no está separado del cosmos, ni es un observador externo, sino parte del tejido, del entramado, la conciencia es una hebra más de la red infinita de la existencia. Ni lineal ni espiral la historia avanza y retrocede mientras se despliega en cada instante que la contienen, un pasado que no está detrás sino dentro, y un futuro que no está adelante sino naciendo ahora.

Son las crisis como umbral, no como castigo, los sistemas colapsan cuando las ideas se fracturan, siendo la oportunidad para seguir creando en el caos como su caldo fértil para su cultivo. La verdad no se impone, se comparte y no hay una sola forma de entender el mundo sino muchas, como cabezas componen a la humanidad, todas merecen ser escuchadas, sin dogmas excluyentes, sino diálogos inclusivos, haciendo que el ser se haga humano al encuentro. Somos relación, no individuos aislados, somos lenguaje, miradas donde se reflejan y reconocen las demás miradas. La conciencia es el arte de despertar y alcanzar a saber que no sabemos, de vivir del asombro, de la humildad, de la apertura, del estar como presencia presente. Es declarar que la espiral es infinita en cada pensamiento como la semilla, esta potencia en cada cultura como una estrella, donde cada vida es un verso del poema cósmico. Y tú, que estás leyendo esto, eres parte de este manifiesto, por lo tanto, tu búsqueda, tu duda, tu intuición, tu ciencia, tu arte, tu silencio, todo eso es la espiral, todo eso es la conexión del ser. Es la obra visual, simbólica, el manifiesto convertido en el mural en la instalación artística conceptual.

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