«La comunicación política sin comunicación política es una bomba de tiempo»

Sábado, 16/08/2025 09:18 AM

La comunicación política en nuestro país sufre de una patología curiosa: mucha gente la «ejerce» sin apenas haber reflexionado sobre ella. Por eso creen que «controlar» los mensajes que producen. Es como si fueran magos novatos jugando con dinamita, convencidos de que dominan la pólvora cuando apenas saben encender la mecha.

Voy a ser más claro: todo acto comunicativo político genera efectos. Algunos los planeamos, otros nos explotan en la cara. Estos últimos son de los que nadie quiere hablar, los que se estudian poco y se sufren mucho.

Durante unos cuantos años he compilado reflexiones sobre muchos fenómenos que atraviesan el camino de la comunicación política en este país. Ese trayecto me ha llevado a una conclusión incómoda: la mayoría de nuestros comunicadores políticos (aquellos que la ejercen y también los que creen producirla) operan como francotiradores vendados. Disparan mucho, aciertan poco y, cuando fallan, el proyectil rebota.

El problema radica en que la comunicación política genera efectos no deseados que muchos ignoran. Es como manejar sin saber que los frenos, eventualmente, pueden fallar y, entonces, te estrellas. Veamos algunos casos que yo he logrado, más o menos, detectar y a los cuales voy a dar una denominación tentativa solo porque los tengo en fase de reflexión:

1. Efecto de legitimación inversa: empiezo por el más perverso. Imaginen la escena: atacas tanto a tu adversario que terminas convirtiéndolo en víctima heroica. Es el equivalente político de pegarle publicidad gratuita a quien quieres derrotar. ¿Cómo funciona esta cruel ironía? Simple: cuando bombardeas constantemente, sin sólidos argumentos y pruebas concluyentes, a una figura o a un evento políticos, la audiencia puede interpretar que «si le tienes tanto miedo, debe ser porque es realmente poderoso». Aquí se activa un mecanismo psicológico fascinante: el sesgo del favoritismo por el más débil.

Los ataques constantes de Estados Unidos sobre Maduro han funcionado, en cierto modo, como otro dispositivo de legitimación involuntario entre sus partidarios. Recientemente han dicho que le han decomisado 700 millones de dólares en bienes, pero no han mostrado una sola prueba, ni una titularidad de las propiedades, ni nada de nada. Cada sanción, cada declaración agresiva, refuerza el marco del «líder que resiste al imperio». ¿Fue esa la intención de Washington? No sé. Lo dudo. Pero estoy seguro que su prepotencia los ciega.

También pasa en escalas menores. Cuando el nuevo alcalde de Maracaibo, Di Martino, revive el eslogan «La primera ciudad de Venezuela», genera una discriminación negativa devastadora con respecto al mensaje político nacional de un sistema político que aspira a ser «una revolución para todos» y «una sociedad de iguales» y donde se menosprecia, precisamente, el valor de la «igualdad», tan defendido por el sistema político que se aspira a instaurar en el país. ¿El resultado? Confusión semiótica que podría beneficiar y usar la oposición para mostrar las costuras del oficialismo. Claro, una oposición inteligente.

2. Efecto de activación de audiencias latentes

Este segundo efecto letal es como activar, accidentalmente, una alarma en un lugar que creías vacío. En este caso, un agente político envía un mensaje dirigido a su base, pero incidentalmente moviliza a otros que estaban políticamente en silencio. Jorge Rodríguez llama a «extirpar» a los «tibios» y, ¡sorpresa!, Elías Jaua emerge del silencio para recordar que una revolución exitosa y verdadera convence y necesita de pueblo, mucho pueblo. El mensaje excluyente de Rodríguez activó voces inclusivas que estaban calladas.

Esto ocurre porque los mensajes políticos nunca se quedan en su carril. Circulan, rebotan, se filtran.

3. Efecto de reenmarcamiento competitivo: es un efecto no deseado desbastador. Sucede cuando le ofreces el momento para que tu adversario tome tu tema y cuente la historia desde otro ángulo. Entonces, te arrebatan el control del marco y pierdes el debate.

El caso reciente del ministro de Educación, Héctor Rodríguez, es un manual perfecto de cómo autosabotearse. En tono de reclamo le increpa a los maestros de que si la exigencia de 60 días de vacaciones es válida, también es legítimo pedirles que cumplan los 200 días de clases establecidos por ley. Parecía un debate razonable sobre derechos y deberes educativos. Pero no...

La conversación digital transformó el tema completamente: «¿Cómo vas a exigir 200 días de trabajo a alguien que gana dos dólares mensuales?». El debate sobre calidad educativa se convirtió, en tiempo récord, en el debate más sensible del país: la crisis salarial. La gente reenmarcó hacia el problema más abarcador y urgente.

Error fatal: Rodríguez abrió una discusión sin anticipar que existían marcos más poderosos esperando ser activados.

4. Efecto de saturación semántica: este efecto ocurre en el momento en que una palabra pierde su magia de tanto usarla. Es como escuchar la misma canción hasta el hartazgo: lo que antes emocionaba, ahora irrita. ¿Recuerdan cuando todo era «socialista»? Panaderías socialistas, alcaldías socialistas, gobernaciones socialistas, mercados socialistas, carreteras socialistas, areperas socialistas, carros socialistas. Nuestro cerebro se acostumbró tanto a esa repetición que la palabra perdió su capacidad de generar emoción o expectativa. Se volvió un ruido de fondo.

Ahora está pasando lo mismo con «narrativa». Todo es una narrativa: la narrativa económica, la narrativa de la oposición, la narrativa del cambio, la narrativa del cambio climático. Una palabra que antes tenía peso conceptual se está convirtiendo en muletilla vacía.

Aquí radica la alerta: en política, las intenciones del emisor pueden ser completamente saboteadas por cómo funciona la psicología humana y la dinámica social. Pero sobre todo, por la falta de pericia de quienes producen los mensajes.

La comunicación política no es un arte intuitivo. Requiere conocimiento, estrategia y, principalmente, cautela para aceptar que cada mensaje es un experimento con consecuencias que se «intentan» controlar. Pero el grado de ese control solo sucede dependiendo de un nivel de dominio conceptual y práctico. Los cientos de nuevos gobernadores y alcaldes (y sus respectivos directores de comunicación o «prensa») harían bien en tomar apuntes.

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