Definitivamente el miedo a perder los privilegios y las relaciones existentes es un factor significativo que acentúa la exclusión y el clasismo de los privilegiados y que debe tomarse muy en cuenta en los análisis y diseño de políticas revolucionarias ya que ello explica en parte de los esfuerzos represivos sobre los otros grupos sociales que están social, económica y políticamente oprimidos.
Este miedo opera a través de muchos mecanismos psicológicos, comunicacionales y sociales y se cubre y enmascara para que no sea percibido por los grupos oprimidos, ya que ocultando sus debilidades disminuyen la posibilidad de perder privilegios y redes de poder.
Sin embargo en quienes ocupan posiciones privilegiadas, inclusive políticos, este temor no siempre se expresa abiertamente, sino que opera ante cualquier situación que amenace su estatus, operando de forma encubierta y sostenido con elementos psicológicos que lo disimulan ante los grupos sociales oprimidos.
Los privilegiados desarrollan narrativas de orden o tradición que justifican su posición sin mostrar el temor que la acompaña con la intención de convencer a los oprimidos de la necesidad de la opresión. Si ese miedo se hiciera evidente, se revelaría que el poder no es invulnerable, eterno, sino más bien defensivo, reactivo y que existen caminos trazables y factibles para desplazarlos del poder, para lo cual deben incorporarse varios grupos de oprimidos en este camino de lucha.
Por eso se refuerza sistemáticamente mecanismos como la racionalización, el desplazamiento simbólico o la negación empática en lo comunicacional. A nivel social, se construyen barreras culturales, estéticas y discursivas que refuerzan la imagen mental de imposibilidad de cualquier acción desplazadora de los grupos dominantes. Desmontar esa especie de fortaleza requiere procesos de verdad afectiva y desarme simbólico.
La exclusión se convierte entonces en una estrategia de conservación para la clase empresarial y sus políticos. Se marca distancia, se estigmatiza lo diferente, se naturaliza la desigualdad. No se trata solo de preservar bienes materiales, sino de proteger una imagen de superioridad clasista construida sobre la hegemonía comparativa de los excluyentes sobre los excluidos.
Las relaciones sociales, los espacios simbólicos y los códigos culturales se blindan para evitar la "contaminación" por lo popular o lo marginal. Se percibe a los excluidos como agentes contaminantes, "si andas muchos con esos tierrúos, vas a terminar como ellos. Bicho". Las religiones son el gran medio de aceptación de esta situación.
Es que las clases dominantes viven en una especie de "ansiedad del descenso", donde el otro no es visto como igual en potencia, sino como amenaza latente, por lo que el clasismo, no es solo prejuicio sino una arquitectura emocional que sostiene el orden social. La empatía se bloquea porque reconocer al otro implicaría exponer los propios privilegios y de lo que se trata es justificar la exclusión como un "orden natural" o consecuencia del "mérito personal", invisibilizado las estructuras que perpetúan la desigualdad.
En contextos de crisis o transformación, este miedo se intensifica aún más y con él, la rigidez clasista. Por eso, desmontar el clasismo requiere no solo políticas redistributivas, sino también procesos de formación política. Es fundamental reeducar tanto a los militantes como a los dirigentes del partido revolucionario para incrementar su capacidad discursiva y de convencimiento sobre otros grupos sociales dominados y no abandonarlos a que operen solo con su "instinto" de clase.
Para los revolucionarios y chavistas la defensa de los privilegios por el explotador debe ser vista como una estructura ideológica de las clases dominantes para perpetuar su poder bajo el capitalismo. No pueden verlo como un fenómeno cultural o psicológico, sino una expresión concreta de la lucha de clases en cada momento de ella y que por lo tanto los grupos avasallados deben identificar claramente que la superioridad comparativa es una construcción ideológica que sirve para justificar la explotación y bloquear la conciencia de clase.
Este miedo lleva a los grupos dominantes utilizar lo religioso como un cómodo refugio para los desprevenidos. Y es que la religión ofrece consuelo y sentido, convirtiéndose en una herramienta para canalizar el sufrimiento de la explotación sin confrontar sus causas estructurales y se legitima el statu quo mientras se apacigua la ansiedad colectiva.
El miedo de los privilegiados a perder su estatus se traduce en mecanismos de represión, estigmatización y fetichismo en el orden social. Y tal como Hugo Chávez lo señalo de alguna u otra forma la "estrategia de conservación clasista" no es estática ya se adapta, se disfraza, pero siempre responde al interés de clase.
Solo una revolución permanente, constante, sistemática, como la chavista y bolivariana, que desmonte tanto las estructuras materiales como las simbólicas de la desigualdad, puede romper ese ciclo de exclusión legitimada.