Desde que en el mundo se hicieron presentes las religiones, o desde el momento en que la Fe se religionalizó, comenzaron las grandes contenciones humanas, inspiradas en sus creencias unilaterales, sin tomar en consideración los sincretismos culturales, provocando movimientos místicos. Cada credo tiene su representante. Es por ello, que se hace necesario traer a colación el término Disidencia, el cual, el Diccionario de la Real Academia Española, define: "Acción y efecto de disidir. Grave desacuerdo de opiniones". Asimismo, la Gran Enciclopedia del Círculo de lectores señala Disidente, así: "Designación aplicada en Inglaterra desde 1688 a las comunidades religiosas (protestantes) no pertenecientes a la iglesia anglicana". Como puede apreciarse, la cosa no es desde ahorita. Aunque también se aplica a otros contextos, como en la política. "Respeta mis creencias, y, yo respetaré las tuyas" –Dijo alguien por ahí--. Nadie es el amo de la verdad.
En consecuencia, es por ello que, esto de la Fe, en sus inicios, -dice la literatura- fue una constante predicación del inminente fin del mundo, establecido por los evangelios de la época y, precisamente, desde allí comenzó todo este alboroto, ya que cualquier asunto de orden pedagógico, donde se resaltaba la razón, la ciencia, por nombrar algunos, carecía de importancia, no se le prestaba interés, lo que trajo como efectos las carencias por la educación y la cultura, que forman parte de la formación de la persona como sujeto de derecho y, no ser tratada, solamente, dentro del contexto religioso. Era algo así como cuando al caballo se le colocan las gríngolas para que no distraiga la visión hacia otros lados. Fueron horas de obscurantismos, donde el estudio científico era especie de herejía y, el que lo practicaba, un hereje. Ya desde esos anales, comenzaron a surgir los conflictos, las disidencias con los protagonistas y los hacedores de tales doctrinas impuestas.
En efecto, los conflictos o disidencias colectivas, empezaron a surgir de una manera vertiginosa, estableciendo las discrepancias que se mantenían vivas, como una hoguera, entre la educación religiosa, cuya meta final era la preparación de las almas para el más allá. Una especie de metafísica que mantenía vivo el interés de quienes la practicaban. Empezaron a dimanar los argumentos antropocéntricos que se oponían de alguna manera a la pedagogía cristiana o cristrocéntrica. Las fuertes concepciones entre el antiguo y nuevo testamento formaron parte de toda esta contienda que, poco a poco, fueron dilucidándose a través de los evangelios de Pablo, por mencionar alguno. Significativas resistencias se endosaron, en especial, sobre el castigo, el cual se contemplaba como instrumento educativo de Dios. Muchas de las interpretaciones, trajeron como consecuencia que no se adaptaban a las prácticas y la obediencia hacia los testimonios y las palabras de Jesús.
En conclusión, los fanatismos religiosos, en lugar de unir, lo que han hecho es dividir a los genuinos creyentes de cada consigna dogmática. Cuánta sangre no ha sido derramada entre mujeres, ancianos y niños, producto de guerras, por pretender hegemonizar, desde el punto de vista espiritual a grandes masas humanas de una y otra creencia. Las hostilidades de origen religioso que surgieron al inicio de las grandes civilizaciones, hacia la educación, fueron un punto pivote, porque muchas de las primeras, estaban contenidas con ataques ofensivos de charlatanerías, absurdos y desvaríos. Graves y serios enfrentamientos entre el cristianismo y la religión pagana, fue provocando una debilidad que era incompatible con la cultura. El pueblo católico apenas fue afectado por las herejías a pesar de que muchos obispos, suscribieran dogmas dudosos de Fe. Es por ello, que se orienta a pensar que las disidencias religiosas, a ciegas, crean el germen de la intolerancia.
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Nos vemos en la próxima estación.
FUENTE:
.- Deschner, Karlheinz (1993). La Iglesia antigua. La lucha contra los paganos y ocupación del poder. Ediciones Martínez Roca, S.A. Barcelona. España.
.- Hünermann, Peter (1997). Cristología. Segunda edición. Editorial Herder S.A., Barcelona. España.