No estamos en una ciudad de dementes, ni siquiera en las inmediaciones de un hospital psiquiátrico.
En pleno borde marino costero del sector El Monumento, desde hace algún tiempo se ha convertido en el hospital -si así se puede definir-, de un enfermo mental que de otras municipios y estados fronterizos se exportan o trafican a la capital del Estado Sucre.
Si a la ley vamos, es un venezolano, pero en la práctica sus derechos se discuten. Pues, no lo ampara ni le duele a nadie. Ni al estado, ni a las instituciones que se precian de filantrópicas.
Parece que existe una resignación inhumana, antipatriota y anticristiana, lo cual constituye realmente una grave, trágica y desconcertante aberración sociocultural.
Definitivamente, este enfermo mental constituye una pedadilla que debemos eliminar. Se sabe que representa un flagelo, un reto, una verguenza.
Por supuesto, no hay estadísticas, tampoco investigaciones, ni siquiera números aproximados. Pero, está allí, a la espera de que las autoridades sanitarias pongan freno a este grave problema de salud pública.