Mujeres del mundo suman voluntades a paro mundial este 8 de marzo

El 8 de marzo, día internacional de la mujer, organizaciones de todo el mundo han llamado realizar un paro laboral (parcial, en algunos casos) y total de consumo y de cuidados. También a marchar para reivindicar la igualdad real.

Con el lema #nosotrasparamos #womenstrike #8MParo o #mujeresenhuelga han programado paros y movilizaciones en más de 46 países, con especial fuerza en América Latina, un continente con graves problemas de violencia contra las mujeres y donde a raíz del movimiento Ni una menos, la lucha por la igualdad ha cobrado fuerza.

Ciento sesenta y nueve años, es el tiempo que falta para que se alcance la igualdad económica entre hombres y mujeres, una de las variables más medibles del desequilibrio de género. En pleno 2017, una radiografía de la situación todavía muestra un mundo abrumadoramente desigual; un planeta que discrimina a la mitad de sus habitantes y en el que ellas son mucho más vulnerables.

En el que cada 10 minutos una mujer es asesinada a manos de su pareja o expareja, donde una de cada tres ha sufrido una agresión sexual, ellas cobran menos que sus compañeros varones por un trabajo de igual valor, y donde todavía hay países que impiden a las casadas tener un pasaporte propio. Por eso,

Y pese a que se han producido avances, todavía hay países que carecen de una legislación específica sobre violencia contra la mujer. O que, como Rusia, han dado un paso atrás y han despenalizado parte de este tipo de agresiones; todo ello pese a que la violencia machista es allí un gravísimo problema. "Tenemos derecho a vivir tranquilas, sin preocuparnos por nuestra ropa ni nuestras costumbres, y me niego a aceptar ningún tipo de maltrato machista”, reclama la activista rusa Tatiana Sukharev, una de las organizadoras de paro en su país.

En pleno siglo XXI, las paquistaníes casadas no pueden registrar un negocio sin permiso de su esposo. Tampoco las congoleñas, que como las nigerianas además no pueden abrir una cuenta del banco sin la firma de su cónyuge. En Afganistán, Malasia, Omán, Arabia Saudí, Yemen y otros 12 países las mujeres no pueden salir del país sin permiso de sus maridos.

En 32 países, las mujeres casadas ni siquiera pueden tener pasaporte propio (Malí, Jordania, Irak, entre otros). En Bolivia, Camerún o Guinea existen leyes que marcan que las mujeres casadas necesitan el permiso de sus esposos para firmar un contrato de trabajo. En lugares como Líbano no pueden traspasar su nacionalidad a los hijos.

Más de 50 millones de niñas no van al colegio en el mundo —la mayoría de ellas en países de África, según datos de Unicef—, un derecho fundamental sin el que su futuro estará gravemente limitado. Y aunque en algunos países el acceso ha mejorado y se están derribando barreras, otros interponen duros escollos en ese camino hacia la igualdad.

Como Sierra Leona o Guinea Ecuatorial, donde una ley prohíbe a las chicas embarazadas ir al colegio por si “contagian” a sus compañeras. En ese último país, incluso, obligan a las menores a someterse a un test de embarazo para poder matricularse. En otros Estados, estas barreras no son legales, pero las menores embarazadas son tan gravemente estigmatizadas que terminan por abandonar la escuela. Y la inmensa mayoría nunca vuelve.

Un doble castigo en un mundo en el que más de 220 millones de mujeres en edad reproductiva y que conviven con sus parejas no tienen acceso a métodos contraceptivos modernos, pese a que no desean quedarse embarazadas, según datos de la Agencia de la ONU para la Población y Desarrollo (UNFPA). El aborto está todavía prohibido en más de una decena de países (cinco de ellos en América Latina) y los ataques al derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad no sólo no cesan, sino que se han recrudecido.

A nivel mundial, las mujeres sólo ganan 77 céntimos por cada dólar que ganan los hombres por un trabajo de igual valor, según datos de la ONU. Algo que es, según apunta esta organización, la causa fundamental de desigualdad en términos de ingresos a lo largo de toda la vida. También de la brecha de las pensiones. La desigualdad, la discriminación, pervive hasta el último momento.


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