Es la una de la tarde. El sol bajo el firmamento es una torta de casabe hecha de oro. Sus rayos caen sobre la ropa de los transeúntes y los hunden en el sofoco loco del calor. Los autos pasan raudos. Parece que se devuelven en la esquina porque vuelven a pasar. Una muchacha más bella que la bellota pasa cimbreando su cinturita nena, cinturita pa´ ti, ayyyyy cinturita no me hagas sufrir. Veo sus dos poderosas razones que parecen bolas criollas. Sobre su tórax cuelga un carnet del Nazianal…¡se perdió esa cosecha! Estamos por Los Cortijos. La gente pasa y pasa y no sé que hacer el ritmo de la vida me parece mal…
Bajo la torta de casabe llegó a la estación Los Cortijos. Hay puerta libre. Nadie paga. Eso sucede siempre. Cuando le pregunté hace poco a una de las muchachas de la caseta me contestó; “Es que no hay casi empleados para vender los tickets ” Soy viejo pero tengo dignidad y me voy a otra caseta a comprar mi boleto. Bajo al andén. La gente dice que ”el calor es una vaina bien arrecha, hasta aquí abajo”. La culpa y que la tiene el fenómeno llamado El Niño, ¿será el niño de la Capea?
Se escucha el sonido de las ruedas sobre los rieles. Se acerca el tren 111. Antes de que por millonésima vez digan que…”manténganse alejado de la franja amarilla”, se acercan dos muchachos con sendas guitarras. Se detienen y entramos. Está caliente y algunos se salen. A mi no me importa y entro. Un viejo de pelo y bigote pintado, dice que: “Me he metido en tres vagones y en todos el infierno es el mismo”. La demás gente asiente. Comienza el cuchicheo: “la culpa es de este gobierno revolucionario”…”Ahora además de no tener frío afuera menos tenemos adentro”, dice un obeso muchacho de argollas en las orejas.
A medida que el tren avanza la queja es mayor: “Chávez es el culpable”, “Chávez tiene la culpa”, “Chávez no se ocupa de nosotros” “Chávez está más pendiente de otros países”. Un vejete calvo de rostro redondo agrega: Y eso no es nada dentro de poco se acabarán los repuestos de estos trenes, no sé que carajo va a hacer el gobierno”.
La tarde transcurre lenta. Un muchacho de franela roja me dice: “Esto es saboteo de los escuálidos que trabajan en el Metro. Fíjese, ¿cómo hace un pasajero para echarle pintura con un spray a los afiches del gobiernos sin que nadie se de cuenta: eso lo hacen los mismos empleados para desprestigiar al gobierno, señor”. Una señora pide permiso: se queda en la estación Colegio de Ingenieros: “¡Coño apártense, no ven que están todos en la puerta como una caterva de estúpidos”. Uno agrega: “Ah no señora, si no le gusta yo sé donde están vendiendo un helicóptero”, Otros ríen. Un anciano agrega: “En mis tiempos las mujeres no decían tantas groserías; hoy dicen más que los mismos hombres” Un flaco responde: “Es que en su tiempo mayol no había Metro”
El tren se detiene de repente, frena, hace que la gente se bambolee. Al fin llegó a donde voy. La queja por el calor del Metro es unánime. ¿Será en verdad que cómo se aproximan las elecciones los escuálidos que los hay más que en el INCES están planeando saboteo en el gusano de colores? Llego a la avenida Sucre. Camino en dirección oeste.
Me sorprende ver la avenida cubierta de agua. ¿No estamos en el ahorro del preciado líquido? Pienso que en Catia está lloviendo y me emociono, pero los sueños, sueños son. Resulta que a la puerta de la Clínica Popular se rompió un hidrante y el chorro que sale es descomunal, ¿nuevo saboteo? El colmo es que a una camioneta de los bomberos el chorro le pega en la rueda. Pregunto a estos servidores públicos que por qué no hacen nada y uno me contesta: “Es que la rosca de donde va el tornillo se aisló, ¿otro saboteo? No sé, me voy a mi diligencia y pienso, ¿es que los bomberos no tienen otra solución para estos casos? El agua se pierde, el calor mata, en la calle y en los vagones del tren 111.
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