Sindéresis

Un Caracazo alegre de insurrección

Es posible que algo de cierto exista en que la brecha entre la muerte y la alegría se estrecha cuando se muere por la justicia. La duda nunca debió estar en la mente de los adalides universales protagonistas de ciclópeas hazañas de revolución. Pero más cercano hay un ejemplo vivido en los días finales de febrero del 89, cuando el pueblo caraqueño en una actitud espontánea y a empeño de sus propias vidas se reveló hasta el sacrificio de morir contento en desprecio a la injusticia que les asediaba. Apenas, entonces, hacía quince días que el presidente recién electo había decretado una lista de ominosas medidas económicas emanadas desde los escritorios neoliberales de USA.Y el pueblo, como si por primera vez se sintiera dueño de calles y avenidas, de parques y jardines, de negocios y auto mercados, se lanzó en rabioso arrebato, contra un sistema de cosas que le ataba día a día con oprobiosas cadenas de miseria y opresión económica. Era la alegría de un intento por desprenderse de una vez, de la soga que en angosto lazo ahogaba hasta la muerte las esperanzas de su redención. Por eso, miles de caraqueños cayeron abatidos en Catia, Petare, Caricuao y Guarenas ante lúgubres retretas de la metralla dispuesta para tal fin. Aquí es posible pensar que sí...que el fin justifica los medios. Porque la gente como que moría contenta al sentirse dueña de Venezuela. Era la expresión del cautivo cuando arremete con rabia contra sus cadenas despedazándolas a sus pies. Y al extremo era, como estar convencido, que la sangre contenida en las venas sería mas útil discurriéndose libre por las calles del barrio. Fue el embrión de una seguidilla de eventos políticos que tienen una lectura histórica muy bueno de apreciar por un reducto opositor que hoy desencajada, pretende en lo imposible emular sin entender que fueron ellos en las figuras de ayer, los impulsores de la rebelión popular. Fue la agenda grosera neoliberal la que produjo en el pueblo caraqueño el deseo infinito de morir antes que arrodillarse a sus opresores. Vano empeño cuando la muerte no cumple sus negros objetivos. Porque allí están aún testigos, miles de cadáveres en una gigantesca fosa del sector la Peste del Cementerio General del Sur. Aun allí trascienden los ruidos de invocación a la justicia. Y cuando ya la grama convertida en césped sirve de extemporánea mortaja a la inmensa tumba, esos ruidos empiezan a convertirse en zumbidos de libertad.


n_lacruz@yahoo.com


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Neri La Cruz


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