Ojo con la estrategia de la reacción

No seamos ingenuos ni no nos perdamos en los detalles cotidianos. Hay una gran estrategia, clara e inteligentemente elaborada en los “think thanks”, “centros de pensamiento” del imperio,  para detener el avance de la izquierda en Latinoamérica, golpeando principalmente a Venezuela. La reacción del imperio, a través de sus piezas locales y endógenas, ya ha rectificado sus planes y los ha ajustados a las nuevas condiciones creadas por el crecimiento de los movimientos populares. Es imprescindible que nos demos cuenta.

Pero primero partamos de los hechos, esto es, de tres fuertes e influyentes problemas de nuestra realidad social: Uno, la CORRUPCIÓN. Dos, la INEFICIENCIA. Tres, la INSEGURIDAD.
Estos problemas, que implican emergencias críticas en nuestra sociedad, son los más graves entre muchos otros, pero además en este momento son determinantes en el  destacado soporte que ofrecen a la estrategia de la derecha criolla e internacional en el ataque a la revolución bolivariana.
¿Porqué son claves en la estrategia reaccionaria? Veamos: la corrupción rampante a todos los niveles, niega el presupuesto inicial de la revolución, que fue el de acabar con ella. El pueblo esperaba una acción decidida para limpiar la práctica democrática y se halla en cambio con un mar de indicios y pruebas de que la corrupción más bien ha aumentado y se ha difundido según antiguas modalidades y muchas otras nuevas, involucrando además a los mismos actores del proceso. Cada vez más frecuentes las observaciones, “todos son iguales…” o “son iguales a los de antes”. Difícil calcular en que medida se desvían inversiones y se incrementan los costos, pero el peso económico y moral ciertamente es demasiado grande. Resultado:  decepción creciente.
La ineficiencia combinada con la burocracia obstaculiza todo movimiento hacia adelante de la revolución. Toda iniciativa es frenada o desviada. De manera involuntaria, con el desconocimiento o ignorancia de las nuevas autoridades que demasiadas veces carecen de horizonte cultural y/o de conciencia política, y no son capaces de impulsar con suficiente imaginación y libertad al movimiento progresista. A ello hay que agregar el oportunismo descarado, trabajando para su propios intereses, y la dura resistencia de la oposición todavía infiltrada en todos los ámbitos del Estado. Sobre todo en los hechos pequeños, en la lucha diaria, en lo que toca directamente los intereses inmediatos de las masas, es donde no ha habido suficientes adelantos y beneficios. Suena contradictorio si se constatan las grandes obras y los extraordinarios programas y proyectos. Pero en realidad, o se trata de obras de gran infraestructura, o de decisiones políticas alejadas de visibles e inmediatas consecuencias, o se trata, lo que es más grave,  de acciones que demuestran demasiadas  discrepancias entre las expectativas  y lo realizado en la práctica. Es general el dicho: “Muy bueno, pero…”. Se ha repetido con sabiduría política: Si se pierden las esperanzas se pierde la revolución. Cuando se promete mucho pero se consigue poco, cunde la frustración.  Resultado: decepción creciente.
La inseguridad, finalmente,  es un hecho contundentemente real. Ha penetrado en todos los resquicios de la sociedad y afecta a todos. Con diferentes modalidades y niveles de gravedad, la criminalidad ha invadido el tejido social. No es el caso de analizar aquí las causas. Lo que conviene es señalar que la inseguridad en lo físico y en lo material, es un veneno potente que perturba las relaciones interpersonales y afecta gravemente a los individuos y a los grupos familiares en lo sicológico. Inseguridad significa concretamente temor, pérdida de la estabilidad síquica, y su omnipresencia hace crecer la añoranza por un régimen autoritario, y lo justifica esperando de él las decisiones draconianas que supuestamente acabarían con la situación de peligro. Hay que hacer énfasis en  que donde la inseguridad y la violencia son más frecuentes y difundidas, es justamente en los estratos sociales más pobres y más fieles al llamado de la revolución, pero también más expuestos a los mecanismos perversos de la delincuencia, del malandraje, del sicariato, del narcotráfico y de la infiltración de los paramilitares, con los cuales necesariamente deben convivir.   
El razonamiento frecuente es el siguiente: Si este régimen “socialista” no es capaz de asegurarme una vida con una cierta tranquilidad y normalidad , estaría dispuesto a aceptar un cambio drástico hacia otras ofertas políticas,  aunque persistan las injusticias y las penurias, porque la inseguridad es lo más grave. Es por ello que la táctica de la reacción, evidente en las enormes campañas de los medios de comunicación, insiste en destacar y magnificar, por todas las formas y maneras, los resultados diarios de la violencia urbana. Aumentar su peso, hacer sentir su presencia y ubicuidad, es propiciar una sensación sicológica de ahogo, de temor, de rabia y de desesperanza que afecta sin dudas a las clases medias pero que incide sobre todo a los estratos pobres. Resultado: decepción creciente.
En conclusión: la estrategia de la derecha criolla e internacional es la de aprovechar inteligentemente la acumulación de decepciones y desilusiones que se multiplican en el pueblo, causadas por los tres monstruos: la corrupción, la ineficiencia y la inseguridad. Con ello intentan aumentar la creciente separación entre el pueblo y la revolución encarnada por su máximo dirigente, el presidente Chávez. Suponen,  correctamente, que esa creciente distancia puede llegar a aumentar el volumen de la abstención y de los votos en contra (voto castigo), en las próximas elecciones. Objetivo: lograr mayoría en la Asamblea y mediante ella repetir el mecanismo del “golpe legal” al estilo ensayado en Honduras. Esta estrategia está andando y funcionando. Si ello nos parece cierto y claro, entonces, frente a la extrema gravedad que ello significa para la salud y el éxito de la revolución socialista en Venezuela, es sumamente urgente asumir, en colectivo, una estrategia que permita contrarrestarla.
 La corrupción, la ineficiencia y la inseguridad son los tres vértices de la contrarrevolución.


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Juan Pedro Posani

Arquitecto y artista plástico. Director General del Museo Nacional de Arquitectura de Venezuela.


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