Los que acarician el magnicidio

Es el magnicidio una salida extrema entre quienes, acorralados en un odio estructural que los mantiene en orillas de locura, lo ven como la única posibilidad de dar rienda suelta a su desenfreno político. Porque es que la pérdida de los privilegios ostentados por siglos, quién dice que no milenios, se convierte en una insoportable carga para los que contienen en el fondo de sus miserables entrañas, el egoísmo y el extremo materialismo como pautas de su existencia. Por eso este tema es más patológico que político. Y también por eso, el presidente Chávez debe al igual extremar su seguridad. Es una lidia que tiene ya diez años casada. Son dos extremos tirantes de una cuerda cuya tensión mayor da resultante del lado del presidente. Y eso la oligarquía criolla y el imperialismo, jamás lo ha perdonado en el transitar de la historia contemporánea. Y no ven, cuando un halo de racionalidad posa en sus mentes, alguna posibilidad objetiva de que Chávez no se mantenga en el liderazgo gubernamental por lo manos en unos quince años mas. Eso los extenúa en aborrecimiento visceral a todo lo que se parezca a socialismo. Peor vuelcan toda esa ingrata pasión contra el gobierno, cuando figuran una Venezuela socialista redimida en distribución equitativa de ese torrente de recursos que ellos siempre han soñado para unos pocos, en groseras actitudes de exclusión. No les importa que de esa forma seria Venezuela, ejemplo de igualdad y receptor de la máxima felicidad de convivencia entre sus ciudadanos. Es el egoísmo que extrema sus tentáculos cuando se le alejan cada vez más las posibilidades de saciar su malcriada sed de acumular para sí, lo que por derecho natural es de todos. Y el presidente se ha enfrentado a eso con incisiva y frontal decisión. En eso no arruga el presidente. Entonces arrullan el magnicidio. Pero el espejo donde miran esa posibilidad, ya en mil momentos se las reprocha. Sino, miren en esta patria que las muertes forzadas de sus hijos más relevantes no produjeron más que padecimientos en los cimientos de los pueblos. Salven la distancia y observen que el asesinato de Sucre, malogrado por la ingratitud de la oligarquía, desgarró a Venezuela que todavía lo llora. Miren a Gaitán, aún zarandeando la paz perdida de la oligarquía colombiana que nunca encontrará. Ahora piensen en el pueblo redimido. Y verán que la hora aciaga de un magnicidio presidencial, se convertiría en incalculable número de años por donde habrá de pasar la vergonzosa afrenta de no haber comprendido que este pueblo se decidió por un socialismo que nunca podrán asesinar.


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Neri la Cruz (*)


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