Para Fundapatrimonio: ¡Basta! ¡No Soy INDIO!

Ese homenaje a la resistencia “indígena” es mejor cambiarle el nombre, en homenaje al heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes.

Leímos en Aporrea, hoy 23 de julio de 2008:

Hacemos un llamado a (sic) concurso de ideas para erigir en el Paseo de la Resistencia Indígena un parque urbano, que de manera lúdica y didáctica contribuya eficazmente a la difusión de esa sabiduría, a hacerla nuestra, a tenerla siempre presente. (Homenaje a la Resistencia, de Mercedes Otero, Presidenta  de Fundapatrimonio. Publicado en Aporrea, el 22/07/08)


Espoleado por las palabras de la señorita Otero y atendiendo a su llamado, muy a pesar mío (por menos me han aporreado aquí, en Aporrea), intentaré exponer de manera somera una idea ajena, pero, que comparto de manera absoluta y total. Y, que en nuestro caso, el de nuestra República Bolivariana de Venezuela, a tenor del Preámbulo de la constitución, es legalmente viable. La propuesta más que idea, pertenece al boliviano Oscar Pacheco Ríos, quien tiene muchos años abogando o mejor clamando, justa y muy razonadamente, para que ese terminacho; indio y sus derivados sean extirpados, a tal efecto plantea en la introducción de su enjundioso ensayo (¡Basta! ¡No Soy INDIO!), cuyo URL, es:
http://www.quechuanetwork.org/yachaywasi/BASTA1a.htm):

Nuestra propuesta desde un comienzo tiene un solo objetivo indeclinable, es el de extirpar el mal uso de la nominación "indio. Para ello recurrimos a nuestro sentido común antes que a una investigación científica, pues la cruda realidad en la que vivimos, antes que científica o epistemológica, es empírica y está a flor de piel, la sentimos en la casa, en las calles, en las fiestas, en las discusiones, en los discursos políticos, etc., etc.
 
Pensé, desde que leí a la Srta. Otero, exponer algunos aspectos del trabajo de Pacheco Ríos, sin embargo me resulta ocioso porque quienes amamos a nuestra patria y somos antiimperialista (la pleonástica redundancia es adrede), debemos leer a Oscar Pacheco Ríos (invito con vehemencia a todos los compatriotas a que lo lean), esa lectura es más que suficiente. Pero, si no lo fuera, de la introducción de su trabajo copiaré lo siguiente:

El presente ensayo nace como consecuencia de nuestra incursión en Etnogeometría y Etnomatemática, con la aclaración de que no es la línea a la que estamos abocados a trabajar, pues lo que hoy presentamos  correspondería más a un lingüista, sociólogo, político o a un etnólogo, pero, habiendo estado y aún estamos en permanente contacto con las personas y situaciones que nos proporcionaron y nos proporcionan tanta y tan riquísima información no sólo sobre su Etnogeometría y Etnomatemática, además, sobre su Etnolingüística, su Etnocultura, en suma su Etnociencia y, de modo especial, añadido a ello lo que nos cupo escribir, un otro ensayo que analiza la Semiología del Lenguaje y la Etnomatemática, consideramos que de modo insoslayable llegó la hora de rectificar un hecho histórico que nos mantiene aun en el tiempo pretérito vilipendiados y estigmatizados.
 
Confiado en que al menos la Srta. Mercedes Otero, Presidenta de Fundapatrimonio, lea el magnifico, y sin desperdicio, trabajo del boliviano Pacheco Ríos, aunque (yo) haga, de repente, alguna alusión al mismo, me deslizaré aventuradamente por un terreno ajeno; escabroso; difícil y desconocido para mí; lego en esto y en todo lo demás, por decir lo menos. Cometeré tal despropósito en honor al heroísmo y sacrificio de nuestros pasados aborígenes, como reza el hermosísimamente poético Preámbulo de nuestra constitución. Preámbulo desbancado por nuestros constituyentes al introducir el terminacho indio y sus derivados (en todo el texto constitucional), que yo, aclaro, a semejanza de Pacheco Ríos: “toda vez que usemos esta palabra y muy a pesar nuestro, lo haremos por extrema necesidad y para ser comprendidos, porque así se ha educado nuestro lenguaje dentro de esa cultura segregante (sic). Por mi parte, en especial, escribo en honor a los uaraos (léase warao o guarao, como los capuchinos catequizadores los mientan). Escribo y, a la vez, abogaré por ellos.

Con ellos conviví en los caños, en uinikina, a finales del siglo XX e inicios del actual. No sólo viví la mágica poesía de su hermoso y melódico idioma; su trato afable; su connatural socialismo; los arrebatadores paisajes donde transcurre su melancólica pervivencia; sus exuberantes y exóticas flora y fauna y qué sé yo, cuántas cosas indescriptibles bellezas más. Hasta entonces me creí poeta, por ellos, por los uaraos y por mis caños, entendí lo ridículo de tamaña pretensión.

No quiero que se escape que soy deltano, tan sólo porque nací en el Delta, pero que amo profundamente al Delta, ese Delta destruido por la IV república, durante el oprobioso puntofijismo, para favorecer los intereses imperialistas de las compañías ferromineras. Se estima que con el abstruso cierre del caño Manamo, murieron no menos de 3.000 compatriotas uaraos. Impotente y con el más intenso dolor, durante el corto tiempo que conviví con ellos, supe de la muerte, en un día, de más de una decena de niños uaraos.

Ese Delta mancillado por los impunes e incalculable número de traficantes de estupefacientes que, a través de los miles de brazos del Río Padre transportan, o transportaban, la mayor cantidad de droga que sale de nuestra Venezuela, antes con el visto bueno de adecos y copeyanos (en Tucupita hay, o había, un hotel al cual se le llamaba, o llama, el Hotel de la Droga). Ese delta depredado por empresas de explotación (destrucción) forestal. Y, ahora parece que también por las turísticas. En fin, de ese Delta que no conozco, o que no conocemos, pero que la Revolución Bolivariana, le ha tendido la mano.

De mi lejos, en caracas, un ejemplo digno de ser mencionado; en los caños, en la comunidad el Guamal, hay una escuela de nombre Rómulo Gallegos (de Preescolar al sexto grado), cuya Coordinadora se llama Miriam Mújica, asisten a clases 105 niños quienes son transportados en tres embarcaciones (imagino que curiaras), con sus respectivos motores. Antes, asistían sólo cinco alumnos que disponían de una sola embarcación a canaletes. Esta información la obtuve de un programa de Venevisión, Horizontes de Venezuela, que se transmitió el domingo 25 de mayo, a las siete de la mañana, conducido por la señorita Aparicio, omito su nombre para evitar yerro. Empero, creo que es Eleidi.
Sé, perfectamente, que sin darme cuenta me desvié del asunto del término indio y sus derivados, así como de lo de la constitución. Volvamos a ellos. Todos sabemos (y sino sépase), que el Preámbulo de nuestra constitución es autoría del homenajeado e insigne poeta margariteño Gustavo Pereira, decir margariteño, es como decir deltano, o al revés, pues los margariteños fueron los primeros pobladores del Delta. El gran aedo Pereira, luego de mencionar al pueblo de Venezuela, invocar la protección de Dios y el ejemplo heroico de nuestro Libertador Simón Bolívar, dice en el Preámbulo de la constitución: y el heroísmo y sacrificio de nuestros antepasados aborígenes. . . . (Destacados y subrayado míos).

Mas, luego injusta e indebidamente, empezando en el artículo 9, ejusdem, los constituyentes se lanzan desenfrenadamente con el uso de indio; indígena y sus derivados. Artículo 9. El idioma oficial es el castellano. Los idiomas indígenas. . . . Por favor, qué pasó con la sindéresis, para no mencionar la técnica jurídica, aunque repito lo que dije al inicio, soy: lego en esto y en todo lo demás, por decir lo menos. Pero, hasta un indio se daría cuenta de la inconsecuencia jurídica de los diputados. Sé que nada he dicho y que, si he dicho, no se debe comprender lo dicho, ¡qué enredo! Pero, no por eso me voy a detener.

Ahora bien, si nuestra bandera pasó a tener, con justicia, ocho estrellas, si el caballo de nuestro escudo de armas galopa brioso a la izquierda, porqué no extirpamos esos peyorativos, despectivos y, para no decir más, ultrajantes términos, como indio, indígena, etcétera. Digamos que lo hagamos, sino de la constitución, de los homenajes; parques; paseos y otras cuestiones parecidas. Señorita Mercedes Otero, seguro estoy de que usted le prestará atención al camarada Oscar Pacheco Ríos y, de ser así, también estoy seguro, dada las irrefragables razones de él, que usted llevará esa propuesta a la instancia o instancias llamadas a rectificar lo rectificable.

En otra oportunidad me referiré a eso de afrodescendientes, lo cual es más absurdo que lo anterior. El poeta Pereira, nuevamente Pereira, dijo en un programa televisivo que estaba en contra de eso que llaman afrodescendiente y, a la sazón, repitió; todos somos afrodescendientes, todos somos afrodescendientes. Cuánto lamento haber perdido la grabación de ese programa, aunque lo de: todos somos afrodescendientes, todos somos afrodescendientes, es textual.
Claro que todos somos afrodescendientes, como lo probara Raymond Dart, a comienzos del pasado siglo, con el fósil conocido como el Niño de Taunga, el primer hombre fue africano. Dart, probó, como dijimos, el origen africano del hombre, después de mil peripecias; desplantes y desprecios de los científicos del siglo pasado, quienes apoyaban a Sir Arthur Keith, autor del fraude científico más grande del siglo XX, con su Hombre de Piltdowun, fósil falsificado por Keith, para, en aras y en nombre de la más abominable discriminación, atribuir a Inglaterra el origen europeo del hombre. Pero eso será para otra ocasión.

Sin embargo, no puedo terminar sin referirme, de nuevo, al artículo 9 de nuestra constitución, que establece que nuestro idioma oficial es el castellano. Está bien, pero no se le puede añadir, a castellano, el término americano. Es decir que lea: El idioma oficial es el castellano americano. Por qué, porque nuestro ínclito; eximio e infinito don Andrés Bello, al legarnos la más monumental de sus obras, la llamó: GRAMÁTICA DE LA LENGUA CASTELLANA DESTINADA AL USO DE LOS AMERICANOS.
Sam Robin



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