El profe Arenas se fue a conversar con la arcilla de húmeda piel

“La Revolución pierde un soldado pero millones seguirán el ejemplo de su lucha”

“¡Abuelo, abuelo, ya comenzó el programa del señor gordito!”, me gritaba uno de mis nietos desde la sala, mientras yo dormía un poquito más en mi día de asueto. ”El señor gordito”, lo llamaba mi nieto, porque en los niños el diminutivo es signo de simpatía y, ¿ a quién podía no simpatizarle aquel hombre que andaba siempre en busca de las verdades y el ejemplo? luego que hacía mi rutina diaria, me colocaba frente al ojo de plata cuadrado a ver que había en su iris.

El profesor arenas estaba ahí, como siempre en SU CONVERSATORIA VECINAL. Era uno de esos seres a los que uno identifica con un hermano, con un padre, con un amigo incondicional, ese que en vez de brindar dolores, alimenta esperanza. Su voz era pueblo. Era escuchar al hombre del barrio, al consejero de siempre, al pedagogo que nunca olvidó sus enseñanzas en cualquier gaveta de la escuela. Era el maestro de mirada lánguida que oteaba sobre el aula en busca de la respuesta lógica y que luego, con una sonrisa devolvía en un vuelo, la aceptación o la diferencia, pero con un equilibrio, contagioso que incitaba a la sana controversia

Se rodeaba de los vecinos y a ellos les hablaba como un padre, sin sonidos estrambóticos, sin fonemas desproporcionados, sin propósitos pantalleros. Su oración variaba de tiempo en tiempo, porque los problemas se multiplicaban y el profesor Arenas hacía de ellos sus grandes contrincantes, a los que pedía vencer entre todos, para que la patria pudiera ser un núcleo de vencedores.

Su figura era la de un irreverente, la de un poeta que sueña con tener entre sus dedos ese mundo utópico que se ha hecho tan esquivo para los de abajo para poder transitar con ellos las amplias alamedas, que como dijo Allende llegarán en libertad e igualdad. Era una figura paternal entre los que mirábamos su programa. Su rostro se había convertido en un logo del canal 8, desde años atrás. Defendía a capa y espada el actual proceso, porque sólo los seres humanistas se entregan a los nobles proyectos sin anhelar otra prebenda, que ver la felicidad de su pueblo.

Sí alguien tiene alguna objeción para desmentir mi admiración, mi dolor, mi desconcierto ante su muerte, le suplico no hacérmela llegar, porque en las retinas de mis ojos, en las cavernas de mis orejas, bajo el tórax que me ruge, en mi deambular ante el hecho, no deseo escuchar otra cosa que no sean plegarias por el camarada profesor Arenas, que se marchó con su obesa figura y su rostro de muchacho travieso al génesis de donde volverá un día a resurgir convertido en árbol, en clorofila, en raíz, a cuyo tronco se entrelazarán los mismos sueños que les dejó a la gente en su CONVERSATORIO VECINAL.

Una palabra por el camarada Arenas, un recuerdo imborrable bajo el cielo de la Revolución Bolivariana a quien le dio aliento con su sencillez, con su mesura, con su talento, con su apego eterno. “los que luchan por la vida no pueden llamarse muertos”

aenpelota@gmail.com


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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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