No puedo seguir ocultándolo

Debo confesar la verdad

Y ustedes me disculpan amigos de Aporrea, del mundo, los que han osado leer mis cosas, que no son digeridas por muchos. Mis amigos de años a quienes he ocultado en verdad lo que soy y de dónde provengo. He mentido descaradamente. En realidad, mi nombre no es Ángel V. Rivas. No quiero que vean cómo están mojadas de lágrimas las letras del teclado del pc que utilizo al decidir hacer de esta confesión, un honor a mi vida. Perdón hijos, nietos, amigos, panas, parroquias, compañeras que he tenido en la ardua tarea de lucha revolucionaria. Jamás podré olvidar la alegría que me produjeron en tantos años. A muchas de ustedes, les escribí algunas líneas, que hoy deben estar en alguna gaveta, cubiertas de polvo o colonia, arrugadas o lisas dentro de un viejo libro de amor de Rubén Darío de Herman Hess, de Oscar Wilde o de Pablo Neruda. Recuerdo cuando le declamaba a mi eterna Sharon, los VEINTE POEMAS DE AMOR, bajo la opaca luz de aquellas tardes que se nos hacían interminables, porque las alargábamos, tomando café con leche y comiendo pan con mayonesa. Perdóname Libia, el brillo de tus ojos jamás se irá de mis objetivos y el calor de tu tersa piel, nunca podrá abandonarme, cuando el miedo, la angustia, la soledad, me atenace con sus uñas arpías, pidiéndome una sangre que ya se ha vuelto cristalina acá en la tierra. Y ustedes, mis fieles amores, mis fieles busca gazapos que me han dicho frases amables y ofensas terribles, a quienes añoraré siempre, les pido que me disculpen. No soy Ángel V. Rivas, mi verdadero nombre es Okazei Maruyael y vengo de un planeta desconocido por ustedes, 5.000 millones de años luz, al sur de Venus. Hace treinta siglos fui enviado a este lugar por mi padre, el Presidente de mi planeta, identificado como el 027. Para ese entonces la vida allá se hacía aburrida. Lo teníamos todo. La alimentación era una gota de Cicloe 45, que tomábamos en la mañana y nos servía para todo el día. Allá no había medio de transporte como en la tierra. Cuando uno tenía deseos de dirigirse a cualquier lugar de 027, simplemente se hacía invisible, mediante un chicle con sabor a cretona, el fruto de una planta de diez kilómetros de alto, que la produce y que es bajada a la base mediante un Bokil, una mariposa cibernética que la inhala y que luego la riega sobre quien lo pida. Al llegar al sitio deseado y nos hacemos visibles, se pierde su efecto. 027 está habitado por noventa millones de seres mecánicos. Yo soy uno de ellos. Mi padre es el científico interestelar, y Presidente de 027, Diósfero Maruyael. Mi madre es Rastana Macopa. No tengo hermanos. Allá sólo se permite un hijo que es acoplado en un laboratorio de bioquímica, mediante chips y tarjetas madres, componentes de planfa, que aquí es aluminio. Los cuerpos se fabrican con sarcolema y los ojos son dos moléculas que se agigantan mediante la luz de un peristillo bagendro, cuando el niño sale del laboratorio. Mi padre es astrólogo también. Viaja en satélites artificiales por todo el mundo exterior y anota cuáles serán los cambios que se sucederán en todas partes. Él vio y habló con Yuri Gagarín, el astronauta ruso. Le pidió que les dijera a los terrícolas que gobernaban las naciones más desarrolladas, que nada alcanzarían viajando a las alturas mientras mueren de hambre y en guerras en África y en América, millones de niños. Y QUE SU PAÍS Y ESTADOS UNIDOS irían quedándose cortos en sus diversos sueños de hegemonía. Pero Yuri, además de quedarse pasmado con aquella visión que entró a su nave, se enojó y discutió con mi padre, quien en un momento de ira, lo conminó a desaparecer rápidamente del mundo vivo junto con su sociedad de repúblicas soviéticas, lo cual se cumplió tal fue predicho. Igual le suplicó a Amstrong, el astronauta estadounidense que se había comprometido a que hablaría con su gobernante al respecto. Empero, mi padre no sabía que al cruzar la atmósfera terrestre a los seres humanos se les olvida lo que oyen arriba. Amstrong nunca le dijo nada a su Presidente, pero mi padre creyó que él había incumplido su palabra y lanzó su MALDICIÓN contra el IMPERIO DEL NORTE. Ya verán dentro de poco. En 027, el aburrimiento era terrible, debido a que ya habíamos alcanzado todas las metas científicas, sociales, alimenticias, de salud, deportivas. Allá se juega Perkotl, muy parecido al béisbol, pero con una pelota que pesa doscientos kilos y un bate de quilia equivalente al elemento 94 en la tabla de Dmitri Mandeleyev. Una tarde mi madre habló con papá y le confesó que ella vería con buen criterio que yo fuera enviado a algún lugar fuera de 027 para que aventurara convertido en otro ser. Él asintió. Fui colocado en una microcápsula de metano sólido. Allá no existe el apego por la familia como aquí, por eso al descubrir que el amor es parte de la humanidad terrícola, dilaté mi retorno a 027, que era para 1897. Empero siempre estuve en comunicación con los míos. En la habitación que ocupo mantengo el radio que mi padre colocó en mi cápsula en forma microscópica para que les dijera lo que veía en este planeta. Él, el radio, se alimenta con agua hervida con unas gotas de alcohol común, el cual coloco en su interior de chips alucinantes. Crucé toda la vía que conduce de 027 a la tierra en dos microsegundos. Mi padre la envió con láser direccional a una hacienda por los lados de Los Teques, cerca de un lugar, hoy llamado Zenda. Allí está mi nave esperándome para el retorno, cerca de una quebrada, bajo dos inmensas piedras… Perdón amigos, no puedo más, adiós, adiós…Haré todo lo imposible, por escribirles desde 027 mediante un rayo de esprándola, que envía las letras a través del espacio a los cerebros de las computadoras de todo el mundo. Adiós amigos, no se olviden de mí.

aenpelota@gmail.com


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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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