El circuito cuatro de Maracaibo: al oeste de un pueblo que espera

Todavía tenemos en la memoria aquellos años de entusiasmo con Chávez, cuando surgió la creencia (no se sabe de cuál mente maravillosa) de que el socialismo iba a surgir en nuestro país sin transformar las relaciones sociales de producción, o sin promover la propiedad social de los medios de producción, o sin una distribución equitativa de las riquezas del país o, más importante aún, sin transformar la base cultural de nuestra sociedad colonizada. No. Se creyó que el socialismo llegaría por ruta más fantástica: colocándole a cualquier entidad, acción, objeto o evento el apellido de «socialista». Recordemos aquellas «areperas socialistas», «fábricas socialistas», «currículo socialista», «rutas socialistas», o «alcaldías socialistas». La lista de combinaciones y posibilidades era infinita. En esa efervescencia también se habló de «ciudades socialistas».

Los sistemas socialistas organizan la jerarquía de valores a partir de poner a la «equidad» como valor superior (el liberal burgués pone, por ejemplo, a la «libertad» individual). Un sistema socialista asume, entonces, que el orden social determina las relaciones económicas de manera fundamental y de allí lo importante de que este orden sea equitativo y justo. Visto así, una ciudad se pensaría y se visualizaría como «socialista» en la medida en que presente las menores discrepancias posibles entre los diversos sectores que la componen. Esto implicaría que, para pensar a Maracaibo como una «ciudad socialista», debe existir entre el Marite y La Lago (en lo material, en lo social y en lo cultural) las mínimas desigualdades posibles.

Soy candidato a la Asamblea Nacional por uno de los sectores de Maracaibo que más evidencia la estafa de ese método político de «crear» socialismo y que bastante traumatismo ideológico ha causado. Los barrios que componen el circuito electoral 4 del oeste de la ciudad presentan la mayor desatención que pueda imaginarse. Claro que no es una desatención reciente. Ha sido histórica. Los barrios que hoy lo componen se asientan en esos «límites» urbanos hacia donde siempre (en toda Latinoamérica) se empujó a la gente pobre. Pero a medida que la ciudad crecía, esos barrios excluidos, se pegaban más a la ciudad ya consolidada. Pero se integraban sin sus «beneficios».

El oeste de Maracaibo no solo ha sido olvidado, sus barrios padecen problemas estructurales que hacen más complicada su planificación urbana. De esa zona, las constructoras privadas hicieron (durante años) saques de arena para levantar los edificios de la ciudad «urbanizada». Literalmente se destruyeron unos territorios para construir los otros. Esos dónde hoy vive la clase que se hizo una ciudad para sus privilegios urbanísticos y que, hoy, no todos los habitantes del municipio disfrutan, a pesar de tener el mismo derecho.

He recorrido las calles de los barrios que hoy componen el circuito 4. He visitado, casa a casa, a las familia de ese sector. Los he mirado a los ojos y he visto su templanza, su férrea disposición a que, a pesar de las adversidades de su entorno, no permiten que los aplaste la desesperanza. Es gente que, mayoritariamente, ha sido simpatizante del proyecto revolucionario de Chávez y que, quizá por eso, los gobiernos locales (antes de la llegada del actual alcalde) los despreciaban con desdén y olvido. En muchos de esos patios he escuchado las quejas también contra el gobierno (local, regional y nacional). Pero también han sido contundentes en expresar la urgencia de ser escuchados y respetados en sus demandas. Me han calentado un cafecito en fuego encendido con leña, porque no tienen gas. Se nos ha ido la electricidad en muchas de nuestras reuniones y ellos, pacientemente, se despiden diciendo «a ver cuándo llega otra vez». Los veo padecer para trasladarse de un sitio a otro. Recorro pocas calles con un asfalto defectuoso, muchas más de arena y huecos. Veo su basura acumulada, enterrada o quemada en cañadas amenazantes. Y a pesar de todo esto, ellos mismo insisten en que solo un gobierno revolucionario puede entender y atender sus horizontes.

Solo desde un sistema de gobierno que jerarquice a la «igualdad» como valor superior pueden concebir que ellos sean pensados desde la igualdad y la justicia. Porque de seguro debe existir suficiente «igualdad» y bastante «justicia» para el barrio Miraflores, para Chino Julio, El Níspero, El Modelo, Patria Bolivariana, Etnia Guajira, San Juan, Raúl Leoni, Barrio El Carmelo, Santa Inés, Calendario, Flor del Campo, Etnia Guajira, El Samide... Su gente es merecedora de los mismos servicios, los mismos parques y plazas, la misma agua potable o la misma arbolización y limpieza en sus calles. Es decir, de los mismos espacios públicos sanos y agradables que tienen La Lago, Monte Bello o a las múltiples «villas» del norte de Maracaibo.

La experiencia de estar pateando esas calles, de ser recibido por tantas mujeres y hombres luchadores, por tantos jóvenes desesperados, por tantos niños que aparentan 2 años a pesar de tener 5, todo esto te transforma. Solo me piden que los acompañe. Que no los deje solos si llego a ser diputado. Saben que soy un candidato sin recursos económicos, que hago una campaña modesta, que no puedo gastar en una rueda prensa pagada de antemano para declarar que no voy gastar lo que ya gasté o estoy gastando en aparentar ser el político que no soy. Solo me reclaman que construya la lucha con ellos y que, juntos, seamos (como debe ser) el motor de esa historia.



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