Cuentos de navidad

Cuentos de navidad

Ha llegado diciembre, por fin, después de once largos y agónicos meses en que mucho ha acontecido y otro tanto ha pasado. Lo que, para la mayoría de los países del mundo es la mejor época del año, en Venezuela tan solo es la prolongación de una amarga tragedia que ya se extiende por demasiado tiempo.

En los Estados Unidos, el pasado viernes inició con el Black Friday la temporada de compras navideñas; los ciudadanos del imperio literalmente se abalanzaron sobre las tiendas para adquirir toda clase de productos a precios de descuento. En la más pura versión del capitalismo salvaje, los estadounidenses se convierten en fieras del consumo durante el fin de semana largo que sucede al día de acción de gracias; los negocios baten récord en ventas y los compradores obtienen lo que quieren, sin más limitantes que su propia capacidad adquisitiva. En tanto, en nuestro vapuleado pedazo del mundo, también se hacían colas, pero, para surtir combustible a los vehículos, comprar el gas doméstico ó cualquier otro producto de primera necesidad. La gente protesta a diario por el deprimente estado de los servicios públicos y porque el dinero no alcanza para nada. Ni siquiera el pago de aguinaldos ha podido mejorar en algo la capacidad de compra de los venezolanos; nos encontramos ante una simbiosis criminal: una economía con precios dolarizados y, una clase trabajadora que recibe sus ingresos en bolívares, una moneda que se devalúa a un ritmo tan demencial que casi quema en las manos sostener esos billetes, que pierden valor conforme van cambiando de portador.

El tradicional ambiente festivo a dado paso a la opacidad, al silencio, al aturdimiento colectivo. Los venezolanos deambulan como zombis que buscan alimentarse; se trata de la muerte de los proyectos a mediano y largo plazo. Nadie puede planificar en medio de este dantesco escenario donde no existe seguridad económica de ningún tipo, y cualquier ventisca puede acabar llevándose por delante el esfuerzo de quien se arriesgue a invertir o montar un negocio cualquiera que sea.

Los únicos que realmente parecen alegrarse con la llegada de la navidad, son el usurpador y su corte; para ellos, las privaciones económicas de la casi totalidad de los venezolanos solo representan un eco lejano, un murmullo debajo del agua, un sonido débil e imperceptible dispersado por el viento. Los enchufados se preparan para disfrutar a lo grande, con todos los excesos que te puede permitir el dinero fácil, ese que te cae del cielo sin esfuerzo alguno, y, que, por la misma razón no hay previsiones para dilapidarlo; aquí me llega a la memoria una frase que comúnmente usa mi madre al referirse al poco valor que le damos a las cosas que llegan de la nada, o son ajenas: "lo que no nos cuesta hagámoslo fiesta"

Además, para el régimen, la navidad resulta una tregua conveniente, porque enfría las calles; los educadores están casi por salir de vacaciones y seguramente harán stop en su lucha por reivindicaciones salarias hasta enero. El resto del país también parece haber izado la bandera blanca. Inclusive, las últimas actividades convocadas por el Presidente (e) Juan Guaido no han tenido la contundencia necesaria para hacer tambalear a Maduro, quien se aferra a la silla de Miraflores con la convicción de un poseso, mientras juega al paso del tiempo y, al desgaste como estrategia para perpetuarse en el poder.

Por otra parte, estos últimos días han producido más noticias desalentadoras: siguen muriendo niños por falta de insumos en el Hospital JM de los Ríos; Calderón Berti es destituido sin muchas explicaciones, pero bajo la sospecha de ser un pase de factura por haber denunciado la corrupción en el manejo de fondos de la ayuda humanitaria en territorio colombiano; también, un grupo de diputados del parlamento nacional otorga carta de buena conducta a uno de los testaferros del régimen, y ahora son acusados de recibir sobornos en una operación maletinazo al mejor estilo de las películas de mafiosos.

Estos acontecimientos no son precisamente estimulantes de cara a la lucha que tenemos por delante. Sumado al desaliento generalizado de la población, ahora resulta que, dentro del liderazgo opositor empiezan a aflorar vergonzosos casos de corrupción que continúan minando la confianza de un país que ya no consigue en quien creer. Si el Presidente (e) Guaido quiere salir bien librado de esta trama tendrá que tomar medidas ejemplares que marquen un cambio radical en la forma de hacer política en Venezuela, de lo contrario, se expone a que su liderazgo termine por diluirse arrastrado por la podredumbre circundante. Es hora de grandes decisiones para avanzar, si en verdad queremos devolver la libertad a nuestra nación.

Tenemos por delante un largo mes para reflexionar, un mes para recargar baterías de cara a 2020. Algunos intentaran entregarse a un jolgorio ficticio; otros, lamentaran la ausencia de sus seres queridos alejados por la crisis; la mayoría, continuara con su férrea lucha por sobrevivir en medio del caos, un día a la vez, mientras se pueda. Unos pocos tal vez, nos acerquemos a la maravillosa aventura de los libros para despejar la mente; para despojarnos de las influencias negativas de un entorno político contaminado; para abstraernos de Maduro; para mantener prudente distancia de las practicas reduccionistas del denominado G-4, o sencillamente, para buscar en las letras la fe que a veces se escapa sin que podamos evitarlo.

La lectura siempre resulta una fuente de inspiración para el alma, y, aunque no estemos precisamente de ánimo festivo, de vez en cuando puede ser aleccionador leer alguna buena historia de navidad. En lo particular, leí a Charles Dickens y su "Cuento de Navidad": la historia de Ebenezer Scrooge, un viejo avaro y solitario que odiaba la navidad y no era capaz de sentir empatía por nadie. Sin embargo, como en la vida real, todo cambia finalmente; Ebenezer Scrooge acaba siendo un hombre de bien y generoso con sus semejantes. La moraleja: lo malo siempre termina desapareciendo, aunque tarde un poco.

Dice Dickens en una de las líneas iniciales de la obra:

"El viejo Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta"

Los venezolanos no podemos darnos el lujo de estar "tan muertos como un clavo de puerta", necesitamos estar más vivos que nunca para arrancar el nuevo año con la incontenible fuerza de un huracán. Ojalá así sea, y si puede ser antes, pues, mucho mejor, porque, aunque pareciera poco probable, no se puede descartar que ocurra algo que cambie todo el día menos pensado.

Que Dios nos bendiga a todos, y nos preserve para las próximas batallas que deberemos afrontar.

 

Leisserrebolledo76@gmail.com



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