Nuestra civilización moderna, si la comparamos con las grandes civilizaciones de la Antigüedad (romana, egipcia, persa, inca, azteca, maya, china, etc), ha sido la civilización que más ha contaminado el medio ambiente y deteriorado la naturaleza en apenas 250 años!
Mientras que las antiguas civilizaciones o imperios prosperaron durante miles de años respetando el entorno natural, y se desarrollaron en armonía con la madre naturaleza, nuestra civilización por el contrario, en un arrebato de vanidad y de soberbia de sus reyes y demás gobernantes, permitieron que sus mentes se ofuscaran de tanto dominio y potestad, para terminar convencidos de ser los dueños y señores de la creación o la naturaleza del planeta.
Ese fue el inicio de la pérdida paulatina del respeto y del cuidado que se merece la madre naturaleza o la Pacha Mama, como la llaman cariñosamente las civilizaciones originarias del nuevo continente.
Con la aparición del capitalismo, como resultado de las teorías económicas de Adam Smith y la industrialización en Inglaterra a mediados del siglo 18, se propagó en Europa y en Norteamerica el modo de producción capitalista derivado del aprovechamiento de los medios de producción en propiedad privada, utilizando el capital disponible.
La combinación de los nuevos sistemas de producción capitalista de la tierra y de la producción industrial de bienes a gran escala, abrió de par en par las compuertas a la explotación desenfrenada y depredadora de los rescursos naturales en todo el mundo, con el único propósito de ganar siempre más dinero y acumular capital, para después establecer monopolios y alcanzar aún más poder.
Si fabricar un nuevo producto no hace sentido por ser innecesario, contaminante y despilfarrador de recursos, lo que cuenta para los accionistas es solo que haga grandes ganancias de dinero. Igual no les importa en absoluto a los empresarios, que se desperdicien millones de toneladas de alimentos en buen estado cada año, que no se han podido vender por estar saturado el mercado de alimentos en toda Europa y Estados Unidos.
La madre naturaleza, que es la fuente indispensable de los medios de vida para todos los seres humanos del planeta, ha sido la más grave víctima del desarrollo capitalista industrial, que ha estado avanzando como un embriagante torbellino de lucro, consumo y bienestar colectivos durante un siglo y medio, sin pensar en absoluto en el terrible legado de deterioro del medio ambiente y agotamiento de recursos naturales, que se esta dejando a las futuras generaciones.
Las antíguas civilizaciones e imperios desaparecieron y dejaron apenas algunas reliquias, estatuas e infraestructuras en ruinas, pero sobre todo dejaron el gran legado de una naturaleza intacta, sin contaminación química, industrial y nuclear a la humanidad.
Nuestra civilización junto con sus avances tecnológicos, altos edificios y su formidable infrastructura inevitablemente desaparecerá igual que todas las culturas anteriores, pues esa es la ley natural del ciclo de vida en el mundo material, pero dejará un planeta con una naturaleza contaminada, agotada y deteriorada, es decir, una vergonzosa huella de egoísmo, irresponsabilidad y negligencia para con las generaciones sucesivas.
Desde hace más de 40 años, los investigadores biológicos y meterológicos nos vienen advirtiendo sobre el deterioro del medio ambiente y su directa relación con el crecimiento industrial y el desarrollo económico.
Nosotros de la generación actual, quienes estamos muy concientes de los daños a la naturaleza y al clima mundial que nuestro estilo de vida contaminante y derrochador causa al entorno natural, tenemos el deber de reaccionar y actuar responsablemente con medidas efectivas a favor del medio ambiente y su conservación.
Forzosamente los pueblos debemos sustituir el sistema capitalista por otro sistema de desarrollo que sea más humanista que económico y más conservador del medio ambiente y la naturaleza.
En Venezuela la revolución socialista bolivariana iniciada por Hugo Chávez es sin duda alguna una opción de desarrollo viable y concreta, que va en la dirección justa y acertada, para alcanzar la meta de una civilización sostenible y preservadora de la naturaleza.