Volver a Chávez: Mi Comandante, ¿me escuchas?

El sol despuntaba en la ciudad de los techos rojos mientras arribaban agresivas voces que al grito de ¡Longaniza! ¡Longaniza! sumaba cada vez más adeptos.

De repente, un fuerte estruendo se sintió en el cuartel; se removieron sus cimientos. Los guardianes, estupefactos, no supieron qué hacer; desde hacia tiempo las novedades eran desatendidas en el palacio de Misia Jacinta. Ella, hábil como siempre, aprovechó el desconcierto y se infiltró subrepticiamente en la flor de los cuatro elementos.

El caos iba y venía; el cielo encapotado anunciaba tempestad. Mientras tanto y sigilosamente para que no la descubriesen, se aproximó para susurrarle: "¿Mi Comandante me escuchas? Muchos no te pueden ver, pero yo a ti sí te veo, cada rato y en tropel. Sé que no me vas a responder, pero por ti yo respondo, porque ya sé responder. Respondo con mis verdades, con nuestro común querer, se tatuaron en mi piel, desde aquél atardecer. ¿Qué nos amaste con locura? quién lo puede ya dudar, si nos ofrendaste tu vida y eso es una gran verdad. Vengo a responder por tantos, que no supieron honrar, el juramento sagrado, de la Patria resguardar".

Una suave brisa los abrazó amorosamente; él la identificó al instante, la incitó a continuar. "¿Mi Comandante me escuchas? Yo te vengo a responder, con mi corazón de niña y mi tierno comprender. Nos portamos todos mal, no supimos defender, lo que con tanta osadía, legaste a la humanidad. Ya no te veo en la luna, cansada de llorar, ni en la risa de los niños, ni en el triste amanecer. Ni en la abuela que reza, ni en el poeta sin musa; ni en la mujer que lucha y el campesino que brega. ¿Mi Comandante, me escuchas? ¿Por qué no te podemos ver? Dime si me escuchas, Hombre.

La sublimidad del momento se apagaba lentamente. La violencia arreciaba en los espíritus sufrientes, en los cuerpos ateridos por la miseria y el hambre. Sus conciencias, obnubiladas, gritaban unánimemente: ¡Longaniza! ¡Longaniza! Se cumplía así la sentencia de Bolívar: "Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción".

Ella no se amilanó, se aproximó un poco más y casi en el oído le musitó: "¿Mi Comandante, me escuchas? Yo a ti te escucho siempre y también te puedo ver. Huelo tu alma cerca y tu Amor en mí florecer. La cobardía no es mi signo, no me amilano esta vez. Levántate como Lázaro, yo te puedo proteger, conozco bien el camino, no nos vamos a perder. Apresuremos el paso, no nos van a detener. Allá los ciegos y sordos, los duros de corazón, olvidaron tu idea y tu obra, la Historia los juzgará. Elevemos el morral, junto a Fabricio, Alí y el Che, Bolívar se juntará luego, con el General Ezequiel, la Mamá Rosa también, acompañada de Fidel".

De repente, un portazo anunció que todo estaba perdido. Las fuertes detonaciones se escuchaban cerca mientras el humo de las lacrimógenas enrarecía el ambiente. Ella, angustiada, le suplicó: "¿Mi Comandante, me escuchas? Vamos, no hay tiempo que perder. Los pueblos serán libres, no cambiarán de parecer. Si yo te veo a ti siempre y tú me ves a mí también ¿para qué desfallecer?"

El tumulto avanzó, la confusión también hasta el gallo cantó por tercera vez. En el Palacio de Misia Jacinta se multiplicaron las caras complacidas.

Cuenta la leyenda que uno de los lugareños avistó en el firmamento, en ese preciso instante, a dos extrañas figuras penetrando en la Vía Láctea mientras la tierna voz anunciaba la buena nueva:

SI YO LOS VEO A USTEDES Y USTEDES A MÍ ME VEN

VÉANME PORQUE YO SOY CHÁVEZ Y CHÁVEZ TAMBIÉN USTED

PORQUE CHÁVEZ SOMOS TODOS COMBATIENDO HASTA VENCER

¡¡¡VIVA CHÁVEZ, CARAJO!!!

 

elgaropa13@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 666 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter