El Inspector Clouseau anda suelto por Caracas

"En concreto, hablo de ese discurso del 11 de octubre en el llamado Congreso Constituyente de la Clase Obrera. Allí, ante obreros afines a la revolución, lanzó una descarga de desprecio gratuito: creo más en los consejos de la clase obrera que en los consejos de mil intelectualoides que jamás han construido ni han vivido el trabajo de todos los días… El adjetivo despectivo intelectualoide, según el diccionario, se aplica a la persona que pretende parecer intelectual o muestra rasgos que parecen de intelectual sin serlo…"

LOS INTELECTUALOIDES.

J.M. RODRÍGUEZ

Él es uno de los últimos hombres que aún luce con cierto donaire, algo de dignidad y un toque de bizarría su mostacho, adminículo éste de la estética masculina, que otrora llevaran con orgullo los líderes más disímiles de otras comarcas -Pancho Villa, Lenin, Roosevelt, Stalin, De Gaulle, Emiliano Zapata y quién sabe cuántos más-, y que ahora es considerado un arcaísmo por la tendencia metrosexual imperante, aunque de vez en cuando de patadas de ahogado y hasta a barba cerrada se atreva.

Pero él no sólo enarbola con orgullo su peludo aditamento facial en vías de extinción, sino que además proclama su falta de estudios, como tarjeta de presentación. Nacido en los años 60, realmente ha resultado ser un torpe e incompetente trabajador, si es que alguna vez ha trabajado, como inspector de la Sureté francesa.

Sus iniciativas siempre están marcadas por el caos. Por donde quiera que se mete la destrucción lo persigue, los desastres van de su mano y los accidentes en su política, perdón en su policía, son causados en gran medida por él mismo. Sus torpes intentos de resolver los problemas de la economía conducen con frecuencia a la desgracia para él y también para los demás.

Cuenta el cantautor Gino González que, recién hubo culminado el bachillerato comenzó a trabajar con un tío en calidad de ayudante de albañilería y pasados unos quince días éste "me despidió con estas palabras: Sobrino, no venga más que usted es un inútil, y estudie porque el inútil tiene que estudiar para ganarse la vida".

Pero de plano se equivocaba el pariente de Gino al pronunciar esa cruel sentencia, pues existe una "tercera vía" y no es precisamente la del ex Primer Ministro del Reino Unido Tony Blair, no. Éste "tercer camino" es el de entrar en la política.

Para hacer carrera en este sector, se puede comenzar por abandonar los estudios bien temprano pues estos no hacen falta necesariamente, se permite incluso hasta no concluir siquiera el bachillerato. Luego le toca al aspirante a político el encontrar un trabajo sencillo, puede ser como chofer de transporte público, de autobús está perfecto, y después de unos pocos días de andar en su nueva función intente convertirse en sindicalista. Eso no es nada de otro mundo, con tan sólo saber alzar la voz, pegar unos cuantos gritos, despotricar del patrono, contar chistes soeces, misóginos, homofóbicos o sexistas mientras bebe cerveza y juega bolas criollas con los compañeros, el camino hacia el éxito comienza a consolidarse.

Pero por favor, si decide hacerlo, ponga todo su empeño en estas cosas sencillas, que de esos eventos primigenios dependerá su futuro, seguramente será aclamado como representante de la clase obrera, de la casta trabajadora sobre la cual descansan el presente y el futuro del país. De allí en adelante use su fuero sindical hasta que en su camino se atraviese alguien que lo apadrine y lo impulse a cargos de mayor relevancia y por lo que más quiera, por nada del mundo, se salga de allí, menos aún se deje sacar. Tenga presente como un credo, como un mantra, el dicho popular que reza: "Es mejor jalar bolas en la sombra que escardilla bajo el sol", recuerde eso siempre.

Pero volviendo al tema, el Inspector Clouseau al parecer desde hace tiempo anda suelto por Caracas y al igual que en la película La Pantera Rosa, de 1963, demuestra día a día sus escasas habilidades académicas a la vez que enseña su prodigiosa fortuna.

Éste excéntrico personaje ni siquiera puede entrevistar a los testigos de un crimen sin caerse y rodar por unas escaleras, sin que se le quede atrapada una mano dentro del guantelete de una armadura medieval o en la boca de un florero, pero abjura de los "Intelectualoides" que pretenden resolver acudiendo a la ciencia, los desaguisados y las fechorías que le toca investigar. Sin querer nuestro Inspector destruye un piano de gran valor o le dispara a otro oficial en el trasero. Sin embargo, Clouseau tiene tan buena suerte que finalmente soluciona el caso.

Como se observa Clouseau no es muy inteligente que digamos, y suele seguir una teoría completamente estúpida acerca del crimen, resolviendo el asunto en cuestión sólo por pura casualidad. Puede entonces que haya decidido planificar una votación para dilucidar cualquier desavenencia y con eso lograr la paz en algún país tercermundista.

Su incompetencia y torpeza lo llevan a escoger colaboradores cuya estupidez termina por comprometer el dinero de los contribuyentes. Prepara entonces cientos de planes uno más enrevesado que el otro, pero sin embargo, ocurre finalmente un hecho fortuito que demuestra al límite que el tipo tiene razón.

Su extraordinaria habilidad para escapar de situaciones peligrosas resulta suficiente como para acabar transformando a sus adversarios en hebefrénicos de instintos homicidas, hasta el punto de que llegan a crear poderosos movimientos de calle que amenazan con destruir el mundo en un desesperado intento para quitarle el poder al Inspector Clouseau.

Independientemente de su limitada capacidad, es Clouseau quien al final resuelve los casos con éxito y desenmascara a los auténticos culpables, aunque este logro se produzca completamente por casualidad. Quizás por ello, fue que su jefe y protector lo ascendió a Inspector Jefe, a lo largo de los años que ha durado esta saga revolucionaria. Ha sido entonces considerado, por otros personajes que no lo conocen bien, como el mejor detective de Francia.

Clouseau es tremendamente egocéntrico y presuntuoso, siempre está creyendo que él ordena, que él es quién manda. Y mientras que los personajes que lo adversan, rápidamente tratan de hacer notar su incompetencia y sus limitaciones, sus seguidores parecen incapaces de apreciar sus deficiencias. A pesar de sus numerosos fallos, Clouseau parece estar convencido de ser un brillante político, digo policía, destinado por la providencia a tener éxito y ascender sin ayuda al más alto escalafón de la Sureté.

Eventualmente, Clouseau parece darse cuenta de que no es la persona más brillante y competente, pero rápidamente se le pasa. No se avergüenza de su notable ignorancia pero se da prisa en ocultar sus actos de torpeza con frases como "Yo ordené", "Yo lo sé", "Yo no lo hice", y trata de mantenerse elegante y refinado independientemente de la calamidad que haya acabado de causar.

A pesar de su excéntrica y arrogante manera de actuar, contrariamente a su tendencia a ocasionar accidentes, Clouseau es mucho más competente e inteligente de lo que la oposición le concede, y es capaz de deducir al final quien es el criminal causante de los delitos cometidos.

El Inspector Clouseau siempre confiesa ser un patriota, insiste en mencionar que para él su país es la mayor prioridad. Peter Sellers manifestó en varias entrevistas que el secreto del personaje de Clouseau era su enorme ego. Si no fuese tan patético, este rasgo de la personalidad del Inspector resultaría divertido. Las cosas que comenta, el acento que emplea, sus constantes metidas de pata, hacen que resulte difícil de entender lo que está diciendo aunque para tratar de explicarse abuse de las alocuciones. Cuando va a intervenir en alguno de los organismos internacionales el doblaje desde su lengua de origen hacen que gran parte del humor se pierda y para mantener la caracterización del personaje, el personal de cancillería recurre a alguna que otra artimaña diplomática.

Desde su primera aparición en la gran pantalla Jacques Clouseau ha tratado de evitar -con la misma determinación con la que ha eludido el trabajo- el robo del diamante denominado La Pantera Rosa por parte de sus adversarios. Eso no sólo ha confundido al público sino que lo ha persuadido a votar por él.

Clouseau está casado y su esposa Simone es la primera combatiente que, rodilla en tierra, al lado de su marido, se encuentra presta siempre a viajar con éste, cuando el Inspector necesite salir a recorrer el mundo en búsqueda de recursos para detener a los malvados o tratando de obtener ayuda internacional para resolver algún crimen.

Como en El hijo de la Pantera Rosa, se revela en esta trama que Clouseau tuvo un hijo, que evidentemente se llama como su papá y que, aupado por éste, trata de seguir los pasos de su progenitor en el trajinar político, digo policial, pero el muchacho parece haber heredado la incompetencia paterna aunque no su suerte.

Los seguidores de Clouseau acaban enloqueciendo debido a las meteduras de pata del inspector. El pobre Cato Fong, su sufrido sirviente, ha pasado las de Caín a lo largo de esta película. El infortunado tiene que hacer colas, pasar hambre, privarse de los servicios básicos, y de paso fue instruido por Clouseau expresamente para atacarle cuando menos se lo espere. Es entonces cuando nuestro protagonista y sus subalternos se enfrascan en discusiones bizantinas de donde jamás sale nada bueno.

De eventos como éste salen osadías como las de "Burguesía Revolucionaria" o atrevimientos como el de aconsejar a una población que no alcanza a llegar a fin de mes con su sueldo que ahorre, que invierta su escaso peculio en oro, metal del que sólo le darán un papelito en donde consta que en alguna parte, en medio de la materia oscura que compone el universo, usted tiene un dorado pedacito de seguridad.

Al final de la película seguramente Clouseau saldrá victorioso. Seguramente con la ayuda de Say Baba dará en el clavo nuevamente investigando alguna insólita e inesperada conspiración para asesinarle, luego de que un criminal travesti haya sido encontrado ultimado por error en su lugar. La película tendrá éxito, seguro. Y las aventuras de Clouseau a pesar de haber perdido la frescura del actor aquel sin canas y con menos kilos que lo interpretaba, seguirán produciéndose para angustia de nosotros los actores de reparto que demás somos sus espectadores.



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Carlos Pérez Mujica


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