Invasión militar: ficción o guerra inminente

Se ha hecho común en Venezuela el hablar y leer sobre la intervención militar por parte de los Estados Unidos y sus compinches imperiales de los gobiernos neoliberales de américa latina y el caribe. Las conversas se dan en lugares públicos y privados llama la atención. Develar si lo que piensa el pueblo es ficción o guerra inminente resulta importante para los aviesos de las ciencias sociales y para los que no lo son conocer parte de la interioridad interna en el plano emocional, social y político. La espontaneidad y la jocosidad de quienes intervienen en la tertulia, más de los que mucho se imaginan, transmiten en primera fase la idea de incredulidad en la eventualidad de una acción belicista que orbita sólo en el pensamiento pero carece de importancia dada la ausencia de consistentes razones que sustenten su concreción.

No se oye en las pláticas de la cotidianidad casos de personas que hayan tomado como cierto la opción de la guerra e intempestivamente salieron del país, ante la eventualidad de una severa conmoción social, rasgo común en todas las guerras, en la fase de pre inicio. No se oye la asistencia masiva de personas de ningún estratos sociales de acudir a los neurólogos, psicólogos, orientadores y psiquiatras para recibir atención médica como consecuencia de la preocupación que suscita un hecho bélico que, según la tradición, deja siempre un vertedero aterrador de desastre y horror; tampoco la masificación del llanto o la depresión como medio de expresión por la bruma que se teje como consecuencia del miedo y la desesperación ante el hecho inminente de la desaparición física de seres queridos, el lodo de sangre y heridos, la pérdida de un patrimonio bien o mal habido durante largo tiempo con sacrificio por las mayorías, y como juego de casino para otros. No se observan marchas de protestas ni pintas de grafiti llamando a la paz y no a la guerra. No se observan ni se oye una mediática que incline su opinión a favor o en contra. Todo parece que el tema se confunde con otros sin que se pueda decir cuál de todos tiene mayor importancia.

Los que conocen o han vivido el mundo de las guerras ven o verían, oyen u oirían desconcertados la actitud criolla anti parabólica e irreverente ante la posibilidad de un exterminio y destrucción masiva que la guerra acostumbra dejar, diciendo por aquí pasé y dejé mis huellas. Las expresiones de despreocupación, sobre ese particular, llevan a pensar que los venezolanos y venezolanas somos insensibles a ese tema o no creemos que EEUU y países satélites a su mandato lleguen a esos niveles de locura.

Difícil afirmar a ciencia cierta si lo que ocurre es ingenuidad o ignorancia, si somos un país en extremo pacifico incapaz de creer que la vida de una nación se vea envuelta por el manto del horror sin que se haya producido motivos que la justifiquen y la desarrollen; que la intervención belicista no será ejecutada por gobiernos vecinos sólo porque así lo manda el país con fuerza militar más grande que haya tenido la humanidad, en un escenario donde pensar y actuar de manera contraria es un hacer propio del ejercicio democrático; que es público y notorio que el gobierno de Venezuela no ha provocado delitos de lesa humanidad, ni ha puesto en peligro la paz y el ejercicio de los derechos fundamentales de los venezolanos ni de pueblos vecinos ni distantes que justifiquen la intervención masiva de las fuerzas militares de los países industrializados, ni nada parecido que valide el por qué y el para que de la guerra; otros pensaran que EEUU tiene demasiado poder económico y financiero para pensar en el país con las primeras reservas petroleras certificadas, el quinto en gas, con abundante bauxita, oro, diamantes y paremos de enunciar.

Por otro lado, otra versión que se teje como red de telarañas es que la guerra militar se ha ido convirtiendo en una posibilidad real, más corta que distante. Que se observa a una mayoría que tiene conciencia de esa factible realidad, que está dispuesta a quedarse cuidar lo suyo y la de los demás, en un hacer solidario y de corresponsabilidad; un pueblo que sabe cuenta con el apoyo de los vecinos de otra nacionalidad que está dispuesto a defender al país que no lo parió, pero le brindó abrigo de hogar que el Estado-nación que certificó su nacimiento no hizo ni intento hacerlo; extranjero-nacional que no se ven como enemigos, sino como amigos que no se cansas de darse las manos de ayuda cada vez que se necesitan. Un pueblo que decidió quedarse y tiene todo un potencial para asumir tareas de defensa integral a favor de su patria de derecho y de hecho, con todo lo que representa, con su yo-somos como elemento identitario, su cultura, su historia, y sus costumbres.

La historia de los Estados Unidos es de racismo, expansionismo, de extrema violencia, de invasiones y de guerras. Estados Unidos tiene en la actualidad casi el triple del territorio inicial, obtenido de mala e ilícita manera. Tiene la creencia, inventada -por ellos mismo- de ser un Estado-nación elegido por la divina providencia destinada a cometer las más horrendas masacres, todas a nombre de Dios, que se tengan noticias en los últimos 8 milenios.

La historia de américa latina y el caribe ha sido de injerencia de todos los niveles, de guerras y dictaduras, de invasiones y de despojos, promovida por quien se ufana de poseer la sociedad democrática mejor del planeta, la mejor Constitución del mundo, auto afirmaciones que pregonan, insostenibles y distantes de ser ciertas.

Invasiones y triquiñuelas que han hecho a todos sus países vecinos, salvo Canadá, la cual lo tienen en la mira, pero el coloniaje que ejercen hacia él, no lo han asumido como objetivo del destino manifiesto.

No hay país en nuestra américa latina y el caribe que no hayan sentido la acción de verdugo de los gobiernos estadounidenses. No hay país de este continente que pueda agradecer su prosperidad y bienestar a la gestión gringa. Ni sus aliados se escapan del actuar demencial psicótico del fundamentalismo de predestinados de los factores de poder de los Estados Unidos.

Si de antecedentes se trata hay muchos. Si son los legados probatorios lo que se buscan, los hay en demasía. Si se trata de saber hasta donde ellos han tenido y tienen sus manos en Venezuela desde el la mitad del Siglo XIX hasta el 2018, no hay mes de cada año donde no hayan actuado para quitar lo que nos pertenece, para tumbar y poner gobiernos, negociar y calentar los oídos a las fuerzas armadas, torcer el brazo y amenazar, imponer sanciones y promover bloqueos, demandar al Estado y sus empresas, distraer a los gobiernos en urgencias y evitar se dediquen a atender asuntos esenciales.

No hay país de américa latina y el caribe que tengan la exigencia de agradecer por exigencia moral y ética a los Estados Unidos por la prosperidad y bienestar alcanzados. Los pueblos indoamericanos se alzaron contra las franquicias políticas de los EEUU no por antojos caprichosos sino por sufrimientos proferidos por estrictas razones de acumulación de riqueza y de rapiña, de pisoteo a su dignidad y de holocaustos quedados en el anonimato por la cultura oficial.

La mayoría de los países hoy llamados industrializados obtuvieron ese nivel por haber sido imperios o segundones imperiales. Lo robado a África, a los países asiáticos, américa del sur y américa central, al caribe, en la actualidad forma parte del patrimonio de los conocidos países ricos que lucen sin empacho y con cínico orgullo, a costa del hambre y la miseria de los pueblos robados.

Cuantos sacrificios sufrieron los pueblos para alcanzar la independencia política. Cuantos sacrificios han padecido y siguen padeciendo en su lucha por lograr la independencia económica y cultural.

Proscribir a los imperios, a de convertirse en un mandato político y ético. Mientras existan, la vida de los pueblos estará amenazada.



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