¿Cuánto cuesta y cuánto vale un pensionado?

 

 

Los adultos mayores hemos sido objeto de la atención de varios comentaristas de este diario durante los últimos meses. ¡Que bueno!, pensamos algunos; por fin se ocupan de nosotros. Pero la alegría ha durado poco. Algunos autores han tenido palabras poco amistosas con nosotros, nos acusan de delitos que no hemos cometido, y no sabemos por qué.

 

Es cierto que también muchos otros colaboradores de este diario han salido en nuestra

defensa y desagravio, lo agradecemos, pero se ha dicho poco de la pobre condición en la que se encuentran muchas personas de la tercera edad. Condición pasajera, sin embargo, porque la vida de los ancianos es dura... y breve. No existe la cuarta… edad.

 

Nadie puede ocultar que la vida de los venezolanos se ha deteriorado significativamente en las últimas dos décadas. Ni siquiera los más férreos defensores del gobierno pueden negarlo, ¡o, tal vez si pueden! El artilugio repetido de los gobernantes de culpar a los demás de sus propios fracasos es harto conocido. Hasta las iguanas han sido culpadas de nuestras desventuras. Pero afirmar que la escasez de dinero en efectivo es producto de las operaciones fraudulentas de los pensionados rebasa los límites de la desmesura. Es ‘demasiado’, como dicen ahora los chamos.

 

La aritmética, que no sabe de política, es clara. Si todos los tres millones y medio de jubilados vendiéramos todo el efectivo de nuestra pensión mensual (360 BsS o 6 dólares al cambio oficial) a las mafias del contrabando no podríamos ---materialmente--- asaltar las arcas de un gobierno-estado, que recién ha puesto en circulación un nuevo cono monetario. Son 252 millones de dólares al año. Es mucho dinero, pero poco si se lo compara con los 2.300 millones de euros esquilmados al Estado y depositados en un solo

banco en Andorra; y mucho menos que la ñapa de 5.000 millones que el presidente acaba

de solicitar en préstamo a China para ‘equilibrar las finanzas públicas’; y casi nada en relación con los 60.000 millones que ya les debemos ‘todos los venezolanos’; y que pocos

pensionados han visto transformados en cobijo, comida y medicamentos.

 

Y si así fuera, que los pensionados desequilibramos las finanzas del Estado, el socialismo

del siglo XXI estaría condenado al fracaso; porque hay mucho viejito, de ambos bandos, arrecho con el gobierno. Por el hambre que pasamos, por la desolación de los hospitales, por los hijos y los nietos que se han ido y se van; por tener que terminar nuestros días hundidos en la miseria, después de una vida de trabajo duro; y luego, encima de todo, tener que sobrellevar la burla de algunos comentaristas desaprensivos. Hay que fuñirse.

 

Las causas de la desaparición del dinero deben buscarse en otro lugar. Nadie, absolutamente nadie puede alegrarse de la sangría de dinero en efectivo que padecemos, salvo los traficantes de dinero. Pero culpar sin pruebas a los más vulnerables sólo sirve, si acaso, para satisfacer el furor religioso de algún habitual comentarista gobiernero. La palabra ‘infamia’ es vieja como la historia. El DRAE dice de ella: “Descrédito, deshonra; maldad o vileza en cualquier línea (ámbito, diría yo)".

 

Ahora el Presidente de la República ha encontrado otros culpables de nuestras desgracias, los emigrantes; que “cruzan nuestras fronteras con los bolsillos repletos de dólares". Quizá pronto leeremos en este diario a algún iluminado, imitador del jefe, que tratará de convencernos de que la sequía de divisas no se debe a la drástica e inexplicable disminución de los ingresos petroleros, sino a las madres adineradas que duermen con sus hijos en las plazas públicas de los países vecinos.

 

Luego, después de la próxima pifia, los más irreflexivos adeptos al gobierno tal vez encontrarán otros culpables de la ruina del país; hay muchos para elegir, los colombianos, los banqueros avaros, la guerra económica, los comerciantes inescrupulosos, el imperio (el gringo, porque los chinos son panas), la extrema derecha, la oposición apátrida,... los pensionados; cualquiera menos el señor presidente y sus geniales asesores.

 

Si algún valor tiene la vejez es que no es fácil engañarnos. Hemos vivido mucho, aunque nunca suficiente. Conocemos todas las excusas del libro. Ya hemos pagado nuestras pensiones, por adelantado; cuando el salario servía para comer completo. Nunca antes habíamos costado tan poco. El único precio que baja en Venezuela, mientras todos los demás suben, es el precio de un anciano; su costo dividido por su valor.

 

rfangulog@gmail.com



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