Elección 20-M: Votar contra el imperialismo y por el derecho a la autodeterminación de los pueblos

Las cartas están echadas. En el horizonte no hay lugar para Utopías, ni para filósofos diletantes obstinados en cantarles las mañanitas, mientras el mundo se desliza por la pendiente de la barbarie. La escena está dispuesta para las fuerzas que a lo largo de estos últimos años han marcado la vida del país con su enfrentamiento, avances y retrocesos, ataques y contra ataques: las de la revolución Bolivariana por un lado y las de la contrarrevolución burguesa por el otro. Se encuentran nuevamente colocadas en posición de combate, ahora sobre un terreno en que las dirigidas por la derecha imperialista daban por negado hace apenas un año, para no decir desde el momento mismo en el que desataron las hostilidades hace 4 años atrás: la elección presidencial. Aunque la contienda será electoral, se juega algo más que candidatos: se juega el derecho del pueblo venezolano a determinar soberanamente su propio destino, frente a la única opción que ofrecen los candidatos del capital imperialista: subordinación y vasallaje ante las clases explotadoras, de adentro y de afuera, con un país de rodillas como colonia de potencias extranjeras.

En una coyuntura latinoamericana como la actual, en la que conceptos como autodeterminación, independencia y Soberanía nacional se encuentran francamente en cuestión, cuando de las relaciones entre los pueblos y gobiernos de la burguesía en países como Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Méjico, Ecuador, Paraguay, Guatemala, Honduras, Perú (entre otros) se constata una franca subordinación al gobierno yanqui y un marcado acento a la expolición de las masas laboriosas y una destrucción implacable de derechos y sistemas de protección social a favor del gran capital financiero (que no excluye la represión y el asesinato político), la disputa electoral venezolana adquiere, de por si, connotaciones telúricas y sus repercusiones no pueden dejar de constituir un motivo de atención para las viejas clases dominantes. Por este conducto, lo electoral-democrático se ve condicionado por el peso de las tensiones y contradicciones entre clases contrapuestas, que llevan a plantear al sector más virulento y guerrerista de la oligarquía burguesa la opción de la violencia (militar, terrorista) como única vía para acabar con la posible continuidad de un gobierno nacional (Bolivariano) que, a la par de gozar del respaldado mayoritario en términos electorales, da sobradas muestras de no acatar los dictados de los centros del poder mundial capitalista.

Para Washington, vencer el obstáculo que la Venezuela Bolivariana representa se ha convertido en una cuestión de vital importancia para la consumación de sus planes en la región latinoamericana y caribeña, determinados por la recuperación de la antigua hegemonía perdida en aras de revertir la crisis terminal que descompone todo el organismo económico de su sistema. No se trata, sin embargo, de planes cuya ejecución se hallan sujetos a un periodo de espera: Ya están en marcha y sus consecuencias prácticas la están sintiendo en carne propia las masas trabajadoras y demás sectores del pueblo, ahí donde sus gobiernos las llevan a cabo con relativo éxito.

Pero tal "éxito" se sostiene en una lógica irracional que los relativiza por completo, agravando tensiones internas que, hasta hace poco, prometían subsanar: la expoliación del capital financiero se está extendiendo con rudeza a las finanzas nacionales del propio país que les abre las puertas –el ejemplo Argentino es elocuente-, exponiendo a sus gobiernos burgueses a condiciones de inestabilidad que pueden poner en peligro su permanencia. La maquinaria represiva del Estado burgués se vuelca entonces a aplacar y aplastar el descontento social desatado, para impedir a todo trance que emerjan respuestas políticas de masas que puedan resultarles incomodas a sus necesidades actuales (caso Lula da Silva en Brasil, cuya política de colaboración de clases ya no les es afín y buscan "desterrarlo" por medio de una suerte de secuestro judicial en su propio país). El capital se encuentra en guerra con el trabajo, con los pueblos oprimidos y hasta con él mismo, y no puede menos que comprobarse que su sola existencia es incompatible con la vida misma de la humanidad. Poco o nada le importa la letra de las Constituciones Nacionales ni mucho menos el llamado derecho Internacional: la orden es imperar, así arrastre consigo al mundo entero a una hecatombe mundial.

Si alguna determinación debe permanecer incólume en las fuerzas revolucionarias venezolanas antes, durante y después del 20 de mayo próximo, es la de continuar, más que resistiendo, enfrentando las andanadas rabiosas del imperialismo, principalmente el yanqui, que se ha propuesto barrer con todo vestigio de autodeterminación e independencia política en la Venezuela Bolivariana.

La firme posición antiimperialista del gobierno venezolano solo pueden negarla algunas personas que han devenido, directa o indirectamente, en agentes de la propaganda de las fuerzas reaccionarias. Sin embargo, la dramática situación económica y social que atraviesa el país nos indica que nos basta con encarar y denunciar al imperialismo y sus acechanzas, si en la misma medida y con igual determinación no se lleva delante una política definidamente anticapitalista en el campo de la economía, capaz de aunar y poner en tensión la voluntad militante de las clases oprimidas para colocarlas en función de una transformación radical de las estructuras económicas y políticas de la sociedad, vale decir, en función de la transición del capitalismo al Socialismo.

De lo que se desprende que votar por la Revolución no puede consistir en la apuesta de cumplimiento de una promesa de "milagro económico" que vendrá de la mano de la fe en "un dios salvador", gracias a lo cual la "paz económica" y la "prosperidad para todos" serán toda una realidad. En nuestra modesta opinión, de lo que se trata es de sacar al proceso revolucionario de la ciénaga en la que lamentablemente ha caído, precisamente luego de haber comenzado a transitar el camino de la superación del capitalismo bajo la perspectiva de la edificación del socialismo, para terminar debatiéndose entre "la superación del rentismo" y la construcción de "un nuevo modelo económico productivo" que no cuestiona ni se propone superar los limites de la decadente sociedad burguesa capitalista; única vía para garantizar los derechos del pueblo a una existencia digna y decorosa. Y única manera, también, para no terminar volviéndole la espalda a los trabajadores y pueblos expoliados del continente, y para replantear la esencia internacionalista que acompaña por definición a toda Revolución Socialista.

En rigor, la direccionalidad del gobierno revolucionario se debate bajo el peso asfixiante y acorralador de la gran burguesía local e internacional, a buena parte de la cual, por paradójico que parezca, no dejó nunca de estimular con incentivos y facilidades de todo orden, sin que por ello se hubiese consumado el "milagro" productivo que tanto ha ansiado el país. Son parte de las contradicciones que pesan como lapida.

Sin embargo, con todo y esto, lo que esta en juego en nuestro país es la posibilidad de mantener abierto el proceso a través del cual los trabajadores y el pueblo podamos conseguir la salida de la trampa estratégica en la que se encuentran las fuerzas de la Revolución, o sencillamente cerrarla para que la burguesía imperialista, el gran capital financiero y sus socios menores terminen de hacer su obra de destrucción y "restablecimiento".

La clase obrera y el conjunto de los trabajadores venezolanos, no debemos dar la espalda a nuestros hermanos de clase en el continente (y en otras latitudes del mundo) que luchan y resisten las políticas llevadas a cabo por lo gobiernos del capitalismo en cada uno de sus países; la mejor forma de hacerlo es no permitiendo que se pierda esta plaza fuerte del antiimperialismo en América latina que es la Venezuela Bolivariana, ni de una manera ni de otra, es decir, ni cediéndola a la derecha pro imperialista ni mucho menos a una casta burocrática, muy pequeño burguesa y anti obrera, anclada en el Estado y en los aparatos políticos a el asociados.

Aunque en el proceso electoral hayan 4 candidatos, solo existen dos opciones: independencia y autodeterminación nacional o sumisión y neo coloniaje imperial. Nicolás Maduro encarna la primera opción. Los otros nunca. Pero para la clase de los trabajadores, para los millones de asalariados que sufre con impar crudeza las inclemencias de la guerra económica y la crisis de decadencia del sistema a ella asociada, no se trata de votar para esperar "milagros" salvadores. Se trata –y debe tratarse- de votar contra las pretensiones hegemónicas de la oligarquía mundial y regional, en aras de poder retomar el camino de la transición del capitalismo al Socialismo bajo una orientación definidamente anticapitalista, tal como el Comandante Chávez lo trazó en su "Golpe de Timón" (como un proceso de construcción concreto continuo y permanente) y que, lamentablemente, ha quedado relegado en las condiciones actuales a una perspectiva lejana, un objetivo para tiempos mejores, mientras desde el gobierno se ensayan formulas que insisten en afianzar –y no quebrantar- los limites de la decadente sociedad burguesa.

En resumen: debemos conservar el gobierno de las fuerzas Bolivarianas que Nicolás Maduro expresa, no para consolidarle el camino a una nueva burguesía nacional "no rentista", sino para que los trabajadores puedan encontrarse como clase revolucionaria, independiente políticamente de los sectores de clases que juegan a la transformación progresiva del capitalismo en socialismo, mientras el pueblo paga las consecuencias; podemos y debemos conservar el gobierno de las fuerzas Bolivarianas que Nicolás Maduro expresa no para enfrentar al gobierno sino para tomarle la palabra en todas y cada una de las cuestiones cardinales (gestión obrero, democracias revolucionaria, superación del capitalismo, etc.) y llevarlas hasta las ultimas consecuencias.

Pero, si algo se desprende de lo dicho es la certeza de que están planteados enormes y complejos desafíos para las fuerzas revolucionarias y, en especial, para los trabajadores venezolanos. Encararlos, entraña la superación de limitaciones y carencias que están en la base misma, por ejemplo, de la ausencia política de la clase trabajadora en la lucha política y en la dirección revolucionaria del país, y de la inexistencia de un verdadero poder popular organizado y en ejercicio de autoridad real como tal. Remontar la cuesta, en condiciones históricas de una gravedad mayor a otras anteriores, será difícil, más que difícil, dificilísimo, pero si de las promesas electorales de Maduro se desprende algo, es que la Revolución es algo demasiado delicado para dejarlo en manos de partidos y dirigentes de "izquierda" embelesados en los pliegues de un Estado que cada vez más se aleja de las necesidades y aspiraciones de la sociedad.

"No podemos optar entre vencer o morir, necesario es vencer para que viva la Patria"

¡Venceremos!



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