El ahora y los viejos tiempos adecos

Así como San Cristóbal tuvo sus abuelos, este Barrio tuvo sus gestores. Palidecidos los Teucaras, viejos abuelos, aparecieron los Cárdenas, los Mateos, Mendoza, Pulido, Chacón, Delgado, Vivas, Useche, Illaramendy, Ramírez Espejo. Pero ellos no construyeron este Barrio, este Barrio nació después de 1950, con la llegada de Félix Vivas, José Porras, Luis Suarez, Vásquez, Rosita y Ninfa Cazar, Aparicio Jaimes, José Peña, Luis Niño, Patricio Mora, Zamudio, Santamaría. Después de 1955 llegarían Ambrosio Mantilla, Ulises, Julio, Devora, René, Alberto Medina, Manuel Mora, Los Hernández, Julio Parada, Luis Ovalles, los Mendoza, los Chacón, Maldonados, Merchán, Altamiranda, Torres, Natalio Gonzales y su bella esposa Cealta Avendaño, Marcelino Delgado, Padre Carbajal, Álvarez, Tapias, Saturnino Delgado, Antonio García, Sarmiento, Rafael Rosales, Antero Delgado, Los Valero; después de 1960 muchos más, todos, mezclas de la soledad, el apuro y la soberbia, surtidos de una genética diversa, encubriendo su mestizaje atrás de un pellejo blanco que desencajaba con los cenagales y abrasadoras neblinas; diverso matices y tonos tenían esos campos de tierra florida, en donde yo empecé a relacionarme con la vida.

Hasta 1900, los humedales o la terquedad de los Teucara, no habían dejado sobrepasar la aldea más allá de la carrera 12 y en ella unas 10.000 personas. Después de cientos de años, a la aldea, le costaba transformarse en ciudad, 10.000 personas guardaban su destierro. A pesar de la venida de los campesinos de las aldeas aledañas, sorprendidos, destellados por el Teatro Garbiras y de los intentos de Eustoquio Gómez, en 1920, de enderezar la red de la aldea, para hacerla ciudad. Para 1930, cuando naciera Filomenas Agelviz y para 1940 cuando naciera Ángela Santamaría, la Venezuela agraria hacia aún titiritar las empedradas calles de San Cristóbal, aún se alimentaba y se sostenían los espíritus, no era el tiempo de los caramelos, sino de los aleados o templones, de las catalinas o cucas.

Para ese entonces, el Cuartel Bolívar era apenas un regimiento, un campamento de paso y huida, no se mostraba ni la idea de la bella estructura que hoy ostenta; a pesar de los canticos y musicales que ya se oían, todavía, por el lado este de esta ciudad que hoy amamos, no había pasado nada. Un capitalismo naciente, mantenido en el esfuerzo propio, sostenido en sus herencias coloniales, xenofobias y pensares, apellidos y tierras conquistadas, o en las ventajas exportadoras hacia el mundo europeo, las cuales mostraban todavía las marcas dominantes de la Compañía Guipuzcoana, especialmente la casa dinamarquesa de Eckard y Compañía.

Concretado el café en la región andina, y valorado este a mejor precio que el cacao, se dio la presencia de grupos económicos extranjeros, originarios del comercio colonial; relaciones comerciales que no jugaron a favor de los agricultores y que marcaría una forma de negociación durante todo el siglo XX y XXI. Esta presencia, dio forma a grupos sociales que imprimirían un sello al desarrollo económico y espiritual de la región durante todo el siglo XIX y XX, y dinamizarían los viejos apellidos, tal como la del dinamarqués Andresen Moller, Werner Steinvorth, italianos como Bruno Baldasini, Galeazzi Leonardi, Chiossone Chiapara, el artista Angel Noferí, Saladini, Chicaroni, Laporta, Giordanelli, Botello, Parlapiano, Giordano, Troconis, Guarino, Yurdanelly, Pezil, Valeri. Los franceses José María Semidei, Juan Guglielmi Olivieri, Eugenio y Henrique Branger, Benito Roncajolo, Biaggine, Duilio Paolini; Alemanes como Wolgram, Georgi Strack, Gerstaker. Norteamericano Peter O´Kreill, Libaneses como Juann Haddad Farage, Rad Rached

Estos apellidos fueron iconos importantes de un capitalismo reciente, dinamizado por la inversión en tecnologías nacientes, implantación del salario, vías de comunicación, desarrollo de la ganadería, canalización del Rio Uribante, cervecerías, mercadeo con países europeos, cajas de ahorro locales, Gran Ferrocarril del Táchira, clubes diferenciados en su arraigo social, apoderamiento de grandes territorios, cruces con familias locales; riquezas que concluían en la creación de iconos característico de una clase social que imponía su impronta: canchas de tenis, periódicos, teatro-cine, equipos de baseball, presentación de obras culturales traídas del Europa, casas comerciales, clínicas, decoraciones de fiestas realizadas por artistas italianos; familias nacionales y extranjeras que apostaban por el desarrollo de una ciudad nueva, que se metamorfoseaba y metamorfoseaba las aldeas, una sociedad de clases bien desentonada.

El siglo 19 y 20, en apariencia general, fue la época de la fijación del hombre en la tierra, tiempos de riquezas compartidas, pero también de calamitosas enfermedades, propias de una tecnología médica a penas naciente, la riqueza que se establecía, permitía un crecimiento poblacional

A pesar de un desarrollo ganadero, sustentabilidad del café, mantenimiento del trigo, que daba bienestar a una parte de la población, El Táchira, su población en forma general, en la primera mitad del siglo XX, se ubicó en los primeros lugares de las estadísticas con población más enferma, sobre todo con enfermedades como la lepra, gripe española, la tuberculosis y el paludismo; relacionado en la infinidad de veces con la pobreza generalizada de la población. Llegando a pobreza extrema en ciertos sectores, con especificidad en los sectores del campo. Históricamente los desarrollos económicos, no parecen en América tener sintonía con los avances sociales, ya que a pesar de las grandes manadas de ganado de Guasdualito y Palmarito y las cargas de Café hacia Europa. Horacio Cárdenas nos cuenta, en su libro Lomas al Viento, que Venezuela, ofrecía, para esos años, uno de los índices más altos de analfabetismo en el continente americano y digitalmente se podían contar el número de Liceos en algunas capitales de provincia; ello es una entre nagua que se no oculta y se nos olvida auscultar.

Todos estos elementos cualitativos contrastantes, caracterizarían y diferenciarían un capitalismo particular que se sucedía antes de 1945, pero que lo desmarcarían de un capitalismo de estado que nacía, sostenido en la palabra desarrollo y como espada guía la renta petrolera, dedocracia partidista. tecnologías no sustentadas y el grito "educación para todos"; sin embargo, el origen mercantil y especulativo de unos y otros, facilitó a los nuevos y viejos, sumarse a vivir de un estado todo poderoso; entonces la agricultura y los agricultores serían los grandes perjudicados; de allí de estos últimos provendríamos los escapados. Acción Democrática en el ascenso al poder en el 45, vivió un dilema, asumir el principio de siembra el petróleo, en donde se priorizaba la inversión sobre el consumo, propuesto por Alberto Adriani y asumido como discurso por Arturo Uslar Pietri o, la tesis Keynesiana y promovida a nivel mundial, por un Estado Unidos floreciente, el cual planteaba que el crecimiento económico se incrementaría estimulando la demanda global; fue la época de las lavadoras, las neveras, los carros, la época de los grandes supermercados. Fue la época donde se desbarató el esquema de distribución de los beneficios en cada etapa de los procesos productivos, no guardando relación alguna con la contribución real a la formación final del producto; allí, se concretó y oficializó los principios de la compañía Guipuzcoana, en donde el campesino. Con su picardía y elocuencia, sintetiza en un dicho "campesino que se mete a camionero, jamás vuelve agarrar azadón". Ante ello, todos los gobiernos venezolanos, en un tratado comercial, con los Estados Unidos, en donde este, garantizaba el libre acceso al petróleo venezolano, a cambio de grandes concesiones arancelarias tales como: considerable número de importaciones, libertad de importación y sobrevaluación deliberada con total convertibilidad del signo monetario. Quien trate de sembrar el petróleo, hará que entremos en tremenda crisis, ya que los tratados comerciales serán diferentes-.

Para 1943, mi padre era un guardia nacional, que completaba su sueldo con la extracción el miche, producto de un alambique, escondido, en las riberas de la quebrada la Parada, por lo que ubicó su casa, en la Romera, en la calle 11 con 17. Mi mamá, sin saber que se entraba en la época del consumo, que iba a buen caminar, de acuerdo a los próximos tratados entre el gobierno y los Estados Unidos, atizaba la leña del caldero del miche, con leña buscada por ella, Meri, Pablo, Teocano e Hilario, entre los matorrales y montaña de la actual Urbanización los Naranjos y el actual Barrio Libertador. Pero, Creyendo en la Reforma agraria de Isaías Medina Angarita, se equivocó y no esperó el tratado de los adecos y gringos en el 45 y, se vino a cultivar las tierras de la aldea la Lejía, en el Sector Fiqueros de Rubio.

Entonces, cuando por aquí, sólo se buscaba leña, mi barrio, se escondía entre las nieblas, en un cerro realengo ubicado a más de un kilómetro de un suburbio que pretendía alcanzarnos, era apenas una hacienda, llamada Pozo Hondo, límites de la gran hacienda Altos de Pirineos, propiedad de los Illaramendy. Se encubría con un monte, monte no muy distinto a cuando mis padres vinieron a alquilarle la casa a Juanita, de seguro que por ahí transitaban, con sus casas de tamo y sus burros a cuestas los Teucara, ya fueran como peones o tras las sobras de los cafetales, cañaverales y enflaquecidos platanales. Lo único distinto de 1904, 1930, 1935, 1940, cuando por aquí nacieran, Juanita Filomena, Zamudio y Ángela, época de haciendas frondosas y ricas, es que cuando yo llegué en el año 1960, ya la hacienda Altos de Pirineos era propiedad de Edgar Ramírez Espejo, aquella época de cafetales erizados agonizaba, sólo se mostraban dominantes las grandes y largas filas de Pomarroso; escondido dentro de ellos el mocho Melitón, hoy gran pintor de renombre internacional y ejemplo de la constancia y perseverancia como herramientas poderosas de la inteligencia humana- Melitón, cuando pequeño junto con su madre, Sánchez Espejo les prestó una casita para que vigiaran a Antonio Medina, su capataz, en los potreros momentáneos de alquiler, en donde pasteaban una que otra vaca realenga. Un capitalismo de estado nos atosigaba, crecía; los comerciantes de cacao, café, añil, azúcar, algodón, ahora se transformaban en grandes importadores de carros, ropas, artefactos eléctricos, televisores y suvenires; la agricultura del valle se reducía a potreros fugaces de alquiler.

Ante esa metamorfosis que sufríamos todos, cada uno de los nacidos por aquí, a partir de 1950, se sorprendían de la gente que huía de la aldea, de una aldea empobrecida; los huidos hacían de la Villa el mundo de las posibilidades. En 1940 a 1960, la aldea olvidada de Juan de Maldonado, empezaba a tomar ínfulas de ciudad.

Aquella clase media, que de algo se sostenían y parafraseaban las letras, terminaban siendo vendedores, caleteros, arreadores de ganado, jamás del Club Tenis y, si teníamos carro, fletadores de telas de algodón y cortes de casimir, eso sí, todo esfuerzo del lugareño terminaba en manos de un mercader, el dueño del comercio un italiano, alemán o francés, a mera semejanza y copia de cuando la compañía Guipuzcoana,

Cuenta Ángel María Arellano, en su libro "Mis Memorias", narra, que, en 1926, en un flete que a él le tocó hacer para Caracas a un italiano, "la carretera no tenía nada de buena, en varias partes apenas si cabía el camión o un solo carro, en unas partes lagos de barro y nubes de polvo… así estaba de San Cristóbal hasta el Palito, pues de allí en adelante si estaba asfaltada". Cuenta Don Ángel, que a pesar que Caracas mostraba una gran atracción para largarse de su finca, a pesar del fantasma real de la lepra y tuberculosis que le acechaba. A nuestros abuelos, el campo le brindaba seguridad, alimentos, agua limpia, no se le pagaba tributos a nadie y ahí donde se doblaba el lomo no aparecían los mercaderes, ya que no fuera pa´tomarse las tierras; las candilejas de la ciudad, a pesar de las camisas limpias y bien planchadas, de algunos hospitales y escuelas, todavía no deslumbraba del todo a la gente productora del campo, pero a partir de 1945 las cosas cambiaron, cambiamos todos sin darnos cuenta. Quizás de por allí, desde cuando nuestros abuelos adecos, vienen nuestros males, desde muy ayer.

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Gabriel Omar Tapias

Investigador

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