Corazón chavista

Ya comenzaba yo a desdeñar del sempiterno dicho de que el venezolano es buena gente, para endilgarle el de que su maldad no tiene límites. Cómo razonar distinto al ser impávido espectador de una especie de humana tauromaquia levantada en el ruedo callejero. Ver gente quemar viva a otra, cuya única distinción era su tinte político; atropellar familias enteras al punto de quemarle su casa por sospecharlas de Chavistas al no arengar la aniquilación inmediata del "Régimen". Impedir la libertad de decidir en las urnas aduciendo dictadura. Quemar supuestos soportes plebiscitarios, para luego denunciar un fraude electoral en legítimas elecciones sin ánimo de auditarlo.

Pocas esperanzas me quedaban, pero alguna reapareció hoy cuando me vi Chavista silente en un aquelarre opositor. Como me veo cotidianamente en la panadería, el supermercado, el médico… Y me vi callado no porque les temiera -aunque un riesgo hasta de perder la vida corría de haberme manifestado opositor a su irracional oposición-, sino por respeto y consideración a su locura, por lástima a su terrible enfermedad, a su minusvalía inducida por la mediatización contradictoria de quienes los manipulan.

Cuán fácil sería invertir esta ecuación si no fuera así, si los confrontáramos en el día a día, incluso en sus propias aberraciones incontroladas. En nuestra constatada supremacía mayoritaria, en nuestro posicionamiento de fuerzas.

Pero no es así, es todo lo contrario, los perdonamos, tratamos de entender su desdén en sus reiteradas derrotas, su borrachera efímera en sus minúsculas victorias, fracasadas y llevadas a la nada por su soberbia administración. Aunque guardamos silencio ante sus disparates, e incluso calladamente, siempre en silencio, nos reímos de ellos, sin buscar ofenderlos, pero percibiéndolos errados y disparatados en sus razones, sabemos que la verdad es nuestra mayor fuerza, la sinceridad y la sindéresis en nuestro amor por la Patria.

Al final del día puedo afirmar la grandeza del pueblo Chavista que sin tener que hacerlo, ha venido reiteradamente perdonando la incoherencia y la desfachatez de una minoría apátrida, que más temprano que tarde deberá aceptar su patología y superarla, y ceder a su infructuosa manipulación que no ha hecho mella en el bondadoso corazón del Venezolano, o huir a sus imperiales refugios, pues no les conviene olvidar, sin embargo, que cuando se requiere este heroico pueblo alza su grito de guerra Caribe, para estruendosamente decir: "Sólo nosotros somos gente, aquí no hay cobardes ni nadie se rinde y esta tierra es nuestra".

rmnvarelavarela@gmail.com

 



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