Hoja de ruta de la dignidad en una Venezuela en crisis

No hay dignidad a priori en ninguna parte. Ni arriba, ni abajo, ni a la izquierda o a la derecha. En la cotidianidad de ricos, pobres o muy pobres se manifiesta la dignidad, cuando se manifiesta. Diría el poeta: la rosa es sin porqué. La dignidad tiene sus porqués, pero son intangibles.

El presente de la Venezuela sin recursos es desalentador. Aun así, se puede preservar la dignidad, si la voluntad del ser humano lo permite.

Un ciudadano que recoge comida de la basura para su hijo tiene dignidad. Una madre que hace una cola de horas para conseguir una medicina para su niña tiene dignidad, a menos que el mal momento la condicione, la degenere, lo obligue a rendirse ante su ira y frustración. El que sufre la cola tiene derecho a no sucumbir ante ella, pero el que no la hace no tiene derecho a invisibilizarla. A hacerse el loco ante esta realidad, a maquillarla con eufemismos desconsiderados.

En este país puede que te roben, que te atraquen. Y también puede que te asesinen. Eso pasa. ¿Qué es morir con dignidad? ¿Es indigno que pidas clemencia, que ruegues por tu vida? ¿Importa? Se supone que es mejor morir en paz que morir en sufrimiento. Vivir o morir no es "juego de carritos".

El delincuente busca la dignidad por caminos tenebrosos, contaminados. No quiere ser pobre, no quiere ser cualquiera, quiere ser alguien a toda costa. Conseguir la dignidad con bienes materiales, despojando a los demás, secuestrando, torturando, llenándose las manos de sangre. Una dignidad maldita, un despropósito.

Ahora la orden es combatirlos a plomo limpio. Si un agente del orden, si un uniformado mata a un ser humano desarmado, a un inocente que esté en la zona de enfrentamiento, es un indigno. No sólo por violar las leyes, que lo deberían proteger si existen atenuantes a su favor, también por arrastrar en el fango la condición humanista del proyecto de sociedad que se propuso en el año mil novecientos noventa y ocho. Y si los dirigentes gubernamentales asumen que los muertos por equivocación, o no, son un daño colateral, una falta que se corregirá "en otro momento, más adelante", la indignidad está tocando a sus puertas.

Se puede ser indigno por omisión: hay indignidad en repetir un discurso vacío mientras tus oyentes están esperando de ti un mensaje de sinceridad. El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, pero es un camino indigno.

Se habla de valores en crisis. El que ve televisión basura, de acá o de allá, tiene su dignidad, pero puede perderla si es permeable a los mensajes vanidosos, vacíos, que invitan a la acumulación, al egoísmo y a la ausencia de la solidaridad y el respeto. Pero el que hace estos contenidos SÍ es indigno, sobre todo si pretende justificarlos con razones mercantiles, irrespetuosas para con el otro, trasladándole a él la culpa. Y si pregona representar ideales y principios progresistas, alternativos y nobles, pero envenena a la sociedad, es indigno. No vale usar el truco de que se hace de esa forma para entretener. No insulten la inteligencia de la ciudadanía.

Siempre se recuerda al líder que dijo que si tiemblas de indignación ante la injusticia eres compañero en la batalla por un mundo mejor. Pero si pospones tu indignación esperando el momento más indicado, puede que se te pase la hora, y entrarás en el territorio de la indignidad. Empezarás a mentirte a ti mismo, y por ende a los demás.

Si eres líder, lidera, no te conformes con conservar la cuota de poder. No tener palabra es indigno. En las circunstancias precisas, la palabra se vuelve sagrada, los demás esperan de ti ejemplo, verdad, transparencia, horizontalidad, porqué eso les has prometido. Y si tu discurso florido, o a veces ni siquiera florido, solo una sarta de frases repetidas, no se corresponde con tus acciones, eres indigno de la confianza de los que te rodean. Indignidad es no arriesgarse con los demás en una incertidumbre compartida, de reglas horizontales.

Si tu discurso es de redención, pero tu verdadera intención es conseguir beneficios que te hagan más poderoso, o mantenerte en el ejercicio del poder, eres indigno. Si ondeas esas banderas, pero caíste en la trampa de la confrontación con quien debía ser tu aliado y solo te interesa verlo derrotado, eres indigno de tu autoproclamado rol de vocero, de dirigente, de persona que puede representar a los demás.

Si crees que los dogmas que defiendes y que ya han fallado reiteradamente en la práctica tienen derecho a permanecer, mientras que el resto debe ser extirpado, eres indigno de servir de guía y ejemplo. Si defiendes que hay que ser indulgente con Stalin pero implacable con Betancourt, eres indigno de ondear banderas de liberación. No te hagas el loco: el marxismo es una tesis, una proposición científica, que al intentar convertirla en sistema de gobierno ha cometido los mil y un errores y desastres: igual que el capitalismo, sólo que durante menos tiempo. Estúdialo, no lo veneres. Lo único más feo que un recalcitrante es un recalcitrante engreído.

Entras en el terreno de la indignidad si por mantener un letrero que diga aquí si hace justicia, aquí se construye un mundo nuevo, decides que pueden padecer unos cuantos, o muchos, que puedes posponer la verdad y la felicidad para cuando puedas maniobrar mejor, mientras tanto que se fuñan, bueno, eso es indignidad. ¿No es verdad?



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