Medicina cubana: Indígena wotjuja (piaroa) reconstruye mi tendón de la mano izquierda

Habíamos llegado el día anterior sin comida y en la comunidad de "Las Pavas" había muy poca. Mientras tomábamos muestras botánicas en el río Cataniapo preguntábamos a los guías de la comunidad si los frutos que encontrábamos eran comestibles o qué otro uso les daban, no solo lo hacíamos para llenar las fichas de muestreo, también para comer algo.

Me encontraba comiendo unos frutos anaranjados que un niño me indicó que eran comestibles, cuando Luis, motorista del pequeño bongo que nos llevaba, me gritó: "¡Esos no! Esos frutos dan dolor de cabeza cuando se comen mucho". La advertencia llegó tarde, comí más de lo aconsejable, en menos de dos horas no aguantaba el dolor de cabeza. Al volver a la comunidad me encaminé directamente como un zombie hacia el dispensario, ahí le pedí al enfermero algo para el dolor de cabeza, éste entró en el almacén al que no me dejó ingresar y salió después de un largo tiempo con una mano llena de pequeñas pastillas rosadas, una montaña de pastillas que parecían hacer equilibrio activo para no caer. Se sentó en un banco improvisado de troncos y para mi desespero, como si fueran cotufas, comenzó a comerse aquello lentamente. No me entendió, fue lo que pensé, y busqué la ayuda de Luis para que le dijera en su idioma lo que le había pedido, pero Luis me aconsejó que esperara. Cuando creí que el enfermero se había comido todas sus "cotufas", se acercó a mí y con la mano extendida me ofreció las dos últimas pastillas que en mi boca las reconocí como aspirinas con sabor a fresa, para niños, algo que después eliminaron porque se consumían como dulces, aunque no sabían tan bien. Era el año 1979, realizábamos inventarios de fauna y flora para la Facultad de Ciencias de la UCV en el marco del Proyecto Amazonas y era también mi primera experiencia con la medicina oficial en las comunidades indígenas en momentos en que muchos burócratas, con asesoramiento "científico" de algunos extraños antropólogos y sociólogos, herederos de la mentalidad colonial, aún consideraban que los indígenas no eran capaces de formarse más allá que como simples dispensadores de medicamentos bajo las órdenes de médicos y paramédicos criollos, subestimación a veces oculta en la teoría del "choque cultural". El verdadero choque cultural era mandar a las universidades a indígenas con muy mala base de la educación media (los criollos también la pasaban mal) aunque sin dudas se hicieron esfuerzos como el de la educación intercultural bilingüe, pero la politiquería local del sindicalismo irresponsable y de la asignación de cargos a pintadores de pancartas los destruía.

24 de diciembre del 2016. La actual crisis me llevó a tratar de reconstruir una silla que hace una década estaría desechada. Corté un trozo de lámina galvanizada para que hiciera de soporte a una pieza partida y me disponía a hacerle la última perforación con mi taladro cuando se trabó en la mecha, se soltó de donde la sujetaba y giró cortándome un tendón y una arteria de mi mano izquierda. Sin poder contener la hemorragia me llevaron al CDI de Puerto Ayacucho en el cual siempre me han tratado muy bien a mi y a mi familia, como a todo al que ahí se dirige, en un ambiente limpio y donde pese a la escasez, nos han suministrado de manera gratuita los medicamentos. Los médicos cubanos me dieron los primeros auxilios, suturaron una cortada en el dedo índice y contuvieron la hemorragia de la muñeca a punta de presión y vendajes para referirme al hospital, están en capacidad de hacer mucho más, pero la forma como son tratados estos profesionales, no solo por la oposición en los medios y en las redes, a veces también por el mismo sistema oficial de salud, y me consta que de manera solapada por miembros de la misma dirijencia del "Proceso", los han obligado a dejar casos que revisten cierta gravedad, en manos de médicos venezolanos "especialistas", que aquí en Amazonas, son pocos.

En la sala de curas donde me encontraba apareció personal con bata blanca con el logo de Barrio Adentro para conducirme a la ambulancia y de ahí al "hospital de la ciudad", entre comillas porque no es un hospital, el verdadero hospital, en construcción desde hace más de dos, o creo que tres décadas, es un elefante blanco y rojo rojito al que solo terminaron una parte de la trompa que ya ha sido desmantelada por la delincuencia que posee grandes camiones y suficiente personal para cargar en las noches tanto material a la vista y denuncia de todos.

La ambulancia de Barrio Adentro es impecable por dentro y por fuera, gracias al personal cubano, muy distinto a épocas pasadas donde las ambulancias tenían los cauchos lisos y sin repuesto, porque los nuevos los vendían (hablo de los años ochenta hasta la década pasada, de lo cual soy testigo como todos los habitantes de aquí) épocas pasadas en que los familiares de los heridos, desesperados, debían con frecuencia ubicarlas en los pozos (balnearios) o más difícil, en los fundos, donde además había que pelear muchas veces con el chofer borracho y limpiarle el interior de botellas, ropas, e ingredientes para la parrilla.

Al llegar al hospital el ambiente del sistema de salud es diferente, algo mejor que en mi última visita, pero la entrada de la sala de emergencias sigue con el mismo aspecto de una cárcel para presos políticos de los años setenta o tal vez de esta misma década. La sala, caliente, recuerda las salas de emergencias que se ven en imágenes de la guerra en Siria, colapsada de pacientes, malos olores y paredes sucias y manchas de sangre, pero con un personal haciendo lo que puede en esas circunstancias. Me refirieron al traumatólogo, pero este no apareció. Una doctora llegó para pararme la hemorragia y pasó bastante trabajo y tiempo, sudando copiosamente y manchando de sangre sus zapatos nuevos, tal vez de estreno del 24. A pesar de las limitaciones, todo lo que solicitaba para resolver los imprevistos, llegaba, pero el traumatólogo no. Finalmente, controlada la hemorragia me pidió que buscara al traumatólogo o fuera a una clínica privada. El traumatólogo dejó dicho que me atendería el lunes temprano pero no fue así, y para no alargar el cuento con los problemas que se presentaron de ahí en adelante, voy a saltar al día 28 de diciembre en la noche cuando, después de conversar del problema con un amigo piaroa éste me recomendó que ubicara a Enio, un piaroa del Sipapo, traumatólogo graduado en Cuba que atendía a los indígenas en el CDI, yo lo había conocido cuando aún era un niño. El día 28 me dirigí nuevamente al CDI buscando a Enio, quien no estaba de guardia, pero me dieron su teléfono y apenas llamamos respondió que lo esperáramos, que iría a evaluarme.

En el CDI vi a un indígena de aspecto piaroa con bata blanca dando instrucciones a un paciente, aunque no tenía el aspecto que yo esperaba, le pregunté si era Enio, pero no era. Esperaba a un piaroa con bata mientras veía pasar a pacientes, enfermeras, enfermeros y médicos. Entonces, un indígena con pantalón roto que creía que estaba ahí por algún accidente, me habló: ¿Es usted Íñigo?

Inmediatamente me pasó a la sala de curas y comenzó a ver mi mano. Esta no es la posición en que debieron dejar el dedo y ha pasado mucho tiempo, ahora el tendón estará retraído, advirtió. Revisó si contaba con el material para operar y me dijo que sería en la tarde a las cuatro porque tenía problemas con la moto. Ahora creí explicarme su ropa. En la tarde apareció con el mismo pantalón roto y comenzó de inmediato el trabajo diciendo: esto que hicieron me complica el trabajo a mí, tengo que ubicar las dos partes del tendón retraídas y para ello habrá que ir abriendo y buscando hasta que aparezca. La primera parte del tendón no tardó mucho, pero la segunda sí y para colmo la artería se soltó nuevamente generando otra hemorragia, otros médicos estaban preocupados por el consumo de insumos, todo se hizo con anestesia local: "en estas circunstancias hasta los vapores de la xilocaína deben cuidarse" dijo alguien.

Finalmente, creo que pasadas las siete de la noche, salí caminando y me despedí de Enio hasta el 2 de enero en que me evaluará otra vez si no hay imprevistos. Fue entonces cuando viéndolo con su pantalón roto, sus dificultades económicas evidentes y dándome cuenta de la falta de apoyo a estos profesionales, tuve ganas de llorar, algo que no lograron ni la nueva diversidad de dolores que mi mano me hizo conocer.

 



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Íñigo Narvaiza


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