Conversaciones imaginarias con Fidel Castro

Fidel Castro cumple hoy 90 años de edad

Cuando conocí a Chávez me di cuenta

que estaba frente a un gigante de la política regional

 

Un hombre cuya vida siempre ha estado en peligro, incluso hoy, cumple noventa años de edad, y quizá su capacidad física carezca de las facultades motoras y fortalezas musculares requeridas para un combate cuerpo a cuerpo; no obstante, enterados de la historiografía del personaje, dudamos que admita tales falencias si en este momento tuviese que enfrentar a un adversario en defensa de sus ideales libertarios inspirados en el pensamiento del apóstol José Martí.

Fidel Castro Ruz, Fidel Castro como se le conoce en el espectro político; Fidel como se le dice cariñosamente a escala planetaria, vio la luz tal día como este 13 de agosto, hace noventa años, en la hacienda cañera de sus progenitores en la provincia de Mayarí, al oeste de la isla de Cuba. Una estela de brillo y proeza iluminan las huellas de su trashumancia heroica.

Fidel ha sido un jefe en la acción y de profundos conceptos en el pensamiento. Jefe desde muy joven, cuando planificó derrocar a Fulgencio Batista y comandó el golpe al Cartel Moncada, un sargento de los que abundaban en América y el Caribe en la década de los años cincuenta, amparados bajo el ala tutelar de Estados, Unidos, que asumía como su «patio trasero» a lo largo de América Latina y el Caribe.

Por las jerarquías militares y de mandos alcanzadas en su trayectoria, Fidel, como Comandante en Jefe, de hecho refleja a primera vista la posesión de un exacerbado rigor y una denodada actitud de mando, ilustrada por toda esa parafernalia de seguridad que circunda la protección de cualquier jefe de Estado o de Gobierno; sin embargo, en el caso suyo pareciera invertirse el orden de los factores. En su interior reposa un ser imbuido en una sorprendente vocación de paz. Y es ese el Fidel que refleja el escritor español Ignacio Ramonet en su libro Cien horas con Fidel.

El escritor español es acaso el único que ha estado tantas horas junto al comandante Castro en el marco de sus entrevistas periodísticas, durante las grabaciones de insumos (en las cuales trabajó dos años) para la elaboración de su libro de 700 páginas, traducido a numerosos idiomas. A Fidel, ese portento de voz que en discursos no se apagaba en ocho o diez horas continuas, Ramonet lo presenta como «una persona que no es nada arrogante, que por momentos trata de reducir su propio papel, sin que esto lo disminuya —todo lo contrario—. Alguien que reconoce que ha tenido tal o cual duda (…). Honestamente, creo que la personalidad y la verdadera humanidad de Fidel Castro están en este libro».

Nuestra entrevista imaginaria a Fidel se nutre de declaraciones de prensa, artículos de su autoría, libros y películas; un universo de temas producidos a lo largo de más de medio siglo y que, obvio, no podríamos abordar en este artículo, porque su magnitud nos alejaría de un género literario que demanda precisión en las ideas y ahorro de lenguaje. Por ello, centraremos el presente texto, exclusivamente, en la relación de Fidel con tres personajes de creciente actualidad y trascendencia, cada uno en su mundo, aun cuando estén ausentes. Ellos son Nelson Mandela, Gabriel García Márquez y Hugo Chávez Frías.

Nelson Mandela

Fidel: Conocí muy bien a Mandela; él fue un símbolo de la dignidad humana y de la libertad. Un hombre de una calidad humana excepcional y de una nobleza de ideas impresionantes. Es curioso ver cómo los que ayer amparaban el Apartheid, hoy se declaran admiradores de Mandela. ¡Qué cinismo! Uno se pregunta: si únicamente tenía amigos, ¿quién entonces metió preso a Mandela? ¿Cómo el odioso y criminal Apartheid pudo durar tantos años? Pero Mandela sabía quiénes eran sus verdaderos amigos.

Alentadora la tenacidad y el arrojo con que Mandela, en tantos años de prisión, sometido a las crueles torturas (como Ho Chi Minh, el líder vietnamita), hizo sus ejercicios físicos todos los días al amanecer. Esa actitud ante la vida resulta sorprendente y además estuvo atento a quienes eran sus verdaderos amigos. Creo que su visita a Cuba, no sé si invitado por usted o motu proprio, fue un gesto de gratitud invalorable.

Fidel: Cuando salió de prisión, una de las primeras cosas que hizo fue venir a visitarnos. ¡Ni siquiera era todavía presidente de Sudáfrica! Porque él no ignoraba que sin la proeza de las fuerzas cubanas, que le rompieron el espinazo a la élite del Ejército racista sudafricano en la batalla de Cuito Cuanavale [1988], y favorecieron así la independencia de Namibia, el régimen del Apartheid no se hubiese derrumbado y él se hubiera muerto en la cárcel. ¡Y eso que los sudafricanos poseían varias bombas nucleares, y estaban dispuestos a utilizarlas!

El tema de las bombas nucleares, comandante Castro, parece ser un secreto bien guardado y es utilizado cuando se pretende demonizar a algún gobierno. ¿Usted y Mandela llegaron a tratar ese tema en sus conversaciones cuando él estuvo en La Habana?

Fidel: Un día le pregunté «¿Usted sabe dónde están las armas nucleares que tenía Suráfrica?». «No. No lo sé». «¿Qué le han dicho los militares surafricanos?». «No me han dicho una sola palabra». Esta es la hora en que nadie lo sabe, y el mundo no hace esas preguntas, nadie (…). En el mundo circulan las noticias que les interesan al imperio y sus aliados, que incluso pretenden el monopolio del combustible nuclear, cuando se acaben el petróleo y el gas…

Lástima que usted, Comandante, no pudo asistir a las exequias de ese amigo suyo tan admirado como fue Nelson Mandela.

Fidel: Sí, yo nunca he dejado de admirar su honradez, su modestia y su enorme mérito. Allí estuvo Raúl (…). Ningún acontecimiento presente o pasado que yo recuerde o haya oído mencionar, como la muerte de Nelson Mandela, impactó tanto a la opinión pública mundial, y no por sus riquezas, sino por la calidad humana y la nobleza de sus sentimientos (…). Yo he felicitado la labor desempeñada por la delegación que representó a Cuba.

En esa oportunidad, el saludo de su hermano Raúl al presidente Obama constituyó un hecho verdaderamente histórico que marcó un antes y un después en las relaciones de Cuba y Estados Unidos. Recordemos, Comandante, que según las señales de la televisión el presidente Raúl Castro fue el primer mandatario que el presidente Obama encontró al subir al estrado donde pronunció sus palabras protocolares.

Fidel: Efectivamente, felicité el papel de la delegación de Cuba, con motivo del fallecimiento de nuestro hermano y amigo Nelson Mandela; será inolvidable… Felicité también al compañero Raúl por su brillante desempeño y, en especial, por la firmeza y dignidad cuando con gesto amable pero firme saludó al jefe del Gobierno de Estados Unidos y le dijo en inglés: «Señor presidente, yo soy Castro».

Gabriel García Márquez

Hay un periodista y escritor, Premio Nobel de Literatura, a quien queremos mucho, en cuyas memorias Vivir para contarla señala que no publicaba un libro sin que pasase previamente por los ojos acuciosos del comandante Fidel Castro, a quien considera un lector como pocos, su entrañable amigo. Me estoy refiriendo, como ha debido advertirlo, a Gabriel García Márquez.

Fidel hace acopio en su memoria de los casi cincuenta años de amistad con Gabriel García Márquez y, como ya sabemos, cuando el líder cubano agarra el hilo de su discurso, no lo deja. Bien recomendaba su entrañable amigo Gabo a los jóvenes escritores: cuando consideres que tienes al lector absorbido en tu escritura, no lo sueltes…

Uno de aquellos días de encuentros con Gabo, Fidel prácticamente no tenía tiempo para otra cosa que no fuesen los compromisos políticos, analizar y revisar textos sobre temas internacionales, responder correspondencias, etc., pero como solía expresar el poeta Benedetti, el hombre de a pie, el Comandante, decidió bajar la Santamaría y se dedicó al amigo que lo visitaba con su esposa Mercedes Barcha. Muchos fueron los temas que abordamos con el comandante Castro. Él rememoró los comienzos de esa amistad con al autor de la novela Cien años de soledad.

Fidel: Nuestra agencia de noticias, sugerida por el Che, acababa de nacer, y esta contrató, entre otros, los servicios de un modesto periodista de origen colombiano llamado Gabriel García Márquez. Ni Prensa Latina ni Gabo podían suponer que había un Nobel por el medio; o tal vez él sí, con la «descomunal» imaginación del hijo del telegrafista en el correo de un pueblito de Colombia, perdido entre los latifundios plataneros de una empresa yanqui. Compartía su suerte con un montón de hermanos, como era costumbre, y a pesar de eso su padre, un colombiano que disfrutaba el privilegio de estar empleado gracias al teclado telegráfico, pudo enviarlo a estudiar…

Yo viví una experiencia a la inversa. El correo con su teclado telegráfico y la escuelita pública de Birán eran las únicas instalaciones en aquel caserío que no constituían una propiedad de mi padre; todos los demás bienes y servicios de valor económico eran de don Ángel, y por eso pude estudiar. Nunca tuve el privilegio de conocer Aracataca, el pueblito donde nació Gabo, aunque sí el de celebrar con él mi 70 cumpleaños en Birán, adonde lo invité.

Fue igualmente obra de la casualidad que cuando por iniciativa nuestra se organizaba en Colombia un Congreso Latinoamericano de Estudiantes, la capital de ese país fuera sede de la reunión de Estados latinoamericanos para crear la OEA, siguiendo pautas de Estados Unidos, en el año 1948.

Recibí el honor de ser presentado a Gaitán (Jorge Eliécer) por los estudiantes universitarios colombianos. Este nos apoyó y nos entregó folletos de lo que se conoció como la «Oración de la Paz», discurso pronunciado en ocasión de la Marcha del Silencio, la multitudinaria e impresionante manifestación que desfiló por Bogotá, en protesta contra las masacres campesinas realizadas por la oligarquía colombiana. Gabo estaba en aquella marcha…

Llamé al Gabo, que estaba cerca, y le dije bromeando: «¡Monta con nosotros en este coche para que no nos disparen!». Así lo hizo. A Mercedes, que quedó en el punto de partida, le añadí en el mismo tono: «Vas a ser la viuda más joven». ¡No lo olvida! El caballo partió renqueando con su pesada carga. Los cascos resbalaban en el pavimento.

Después supe que ocurrió allí lo mismo que cuando en Santiago de Chile una cámara de televisión que contenía un arma automática apuntó hacia mí en una entrevista de prensa, y el mercenario que la operaba no se atrevió a disparar. En Cartagena estaban con fusiles telescópicos y armas automáticas emboscadas en un punto del recinto amurallado, y otra vez temblaron los que debían apretar el gatillo. El pretexto fue que la cabeza del Gabo se interponía obstruyendo la visión.

Durante nuestra conversación, rememoré y les pregunté a él y a Mercedes —campeona olímpica de los datos— sobre multitud de temas vividos dentro y fuera de Cuba en que estuvimos presentes. La Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, creada por Cuba y presidida por García Márquez, ubicada en la antigua quinta Santa Bárbara —histórica por lo positivo y negativo de sus antecedentes en el primer tercio del pasado siglo—, y la Escuela del Nuevo Cine Latinoamericano que dirige esa Fundación, y está ubicada en las proximidades de San Antonio de los Baños, ocuparon un espacio de nuestro encuentro.

Birri, con su larga barba negra, hoy tan blanca como la nieve, y otros muchos personajes cubanos y extranjeros, pasaron por nuestro recuento.

Gabo a mis ojos ganó respeto y admiración por su capacidad para organizar la escuela de forma meticulosa y sin olvidar un solo detalle. Yo lo había supuesto, por prejuicio, un intelectual lleno de maravillosa fantasía; ignoraba cuánto realismo había en su mente.

Decenas de acontecimientos dentro y fuera de Cuba, en que ambos estuvieron presentes, fueron mencionados. ¡Cómo pasan cosas en decenas de años!

Hugo Chávez Frías

Nos toca entrar en un tema de mucha sensibilidad para todos; se trata de otro gran amigo suyo, quien decía que usted había sido su mentor: Hugo Chávez Frías. Pero trasladémonos a otro escenario: a aquella grabación que le hiciera el escritor español ya mencionado, Ignacio Ramonet, para una cinta cinematográfica.

Ramonet escribió posteriormente que percibió un ambiente de silencio y congoja que reflejaba el dolor por la usencia de un ser tan querido por usted, por su familia, por el pueblo cubano y por el propio Ramonet, que era gran amigo de Chávez y con quien hiciera un hermoso libro que tituló Hugo Chávez. Mi primera vida, una joya de historia contemporánea de gran calidad.

En aquella entrevista Ramonet le propuso al comandante Castro, en el marco de la filmación referida, hablar de un amigo común: Hugo Chávez. Cuenta que percibió en el ambiente que Fidel Castro aún estaba bajo el dolor por la ausencia del amigo. «Sentí que aún estaba bajo el dolor de la terrible pérdida. Evocó al Comandante bolivariano casi con lágrimas en los ojos. Me dijo que se había leído, "en dos días", el libro Hugo Chávez. Mi primera vida. "Ahora tienes que escribir la segunda parte. Todos queremos leerla. Se lo debes a Hugo", añadió. Ahí intervino Dalia para señalarnos que ese día (13 de diciembre), por insólita coincidencia, se cumplían 19 años del primer encuentro de los dos Comandantes cubano y venezolano.

Ramonet: Meditando para sí mismo, Fidel se puso entonces a recordar aquel primer encuentro con Chávez del 13 de diciembre de 1994. «Fue una pura casualidad —rememoró—. Me enteré de que Eusebio Leal lo había invitado a dar una conferencia sobre Bolívar. Y quise conocerlo. Lo fui a esperar al pie del avión. Cosa que sorprendió a mucha gente, incluido al propio Chávez. Pero yo estaba impaciente por verlo. Nos pasamos la noche conversando». «Él me contó —le dije— que más bien sintió que usted le estaba haciendo pasar un examen…». Se echa a reír Fidel. «¡Es cierto! Quería saberlo todo de él. Y me dejó impresionado… Por su cultura, su sagacidad, su inteligencia política, su visión bolivariana, su gentileza, su humor… ¡Lo tenía todo! Me di cuenta de que estaba frente a un gigante de la talla de los mejores dirigentes de la historia de América latina. Su muerte es una tragedia para nuestro continente y una profunda desdicha personal para mí que perdí al mejor amigo…».

*Periodista venezolano en funciones diplomáticas en Vietnam

nelsonrodrigueza@yahoo.com



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Nelson Rodríguez A.

Periodista y diplomático. Autor de ensayos, cuentos y poesía.

 nelsonrodrigueza@gmail.com

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