El origen y culpable de la pobreza, la miseria, retroceso y atraso por dos siglos del desarrollo suramericano fue el imperio estadounidense, que acabó con la vida de sus libertadores, cuando iniciaban la organización y fortalecimiento de la Patria Grande. El imperio emergente compró conciencias corruptas y desleales, la de Páez, Santander y otros y desintegró a la Gran Colombia. A esos traidores debemos dos siglos más de coloniaje; sin embargo, obviar que el Libertador les perdonó una y otra vez es soslayar el conocimiento de que éste fue el origen de la derrota frente al nuevo imperio y permitir que el error siga vigente, en esa perniciosa enseñanza de justicia, en la que fue formada nuestra sociedad, para favorecer con el perdón a quienes amamos, hasta permitir la impunidad para su corrupción, su deslealtad y su traición y ser en cambio severos para el miserable desconocido que hurta un pan. Esa vocación por el perdón es la debilidad sobre la cual otras naciones construyen la traición que nos somete a sus dominios.
Venezuela logró una segunda liberación y lidera a la América Latino Caribeña por ese camino, pero al borde del precipicio del colonialismo, la corrupción la empuja hacia ese abismo. Como antes Chávez, Maduro vive inmerso en la trinchera para defender la Patria del propósito de someterla una vez más al coloniaje. La urgencia para neutralizar los ataques imperiales hace lucir inoportuna la lucha contra la corrupción, debilidad que favorece al propósito del imperio y éste desató otra campaña que moviliza de entre sus lacayos a antiguos mandatarios americanos y europeos, para obligar a que Maduro se baje los pantalones y disponga que el Estado libere a quienes asesinaron a venezolanos para servir al propósito de dominación imperial y suspenda sus procesos judiciales. El imperio se ve obligado a exigir una impunidad que proteja a sus lacayos y favorezca su propósito. Hasta recién ejercimos esa impunidad sin exigencia alguna.
El imperialismo conoce la fertilidad de la corrupción para la traición y busca oportunidad para plantar o cultivar entre allegados, la semilla que enarbole el puñal y acabe con nuestra libertad. Sucedió el 11 de abril y estuvo cerca en diciembre de 2002. La Historia enseña como la traición acabó nuestros momentos de libertad y a interpretar la presente determinación imperial, para obligarnos a persistir en la impunidad para los traidores. Su prolongada guerra económica y de desabastecimiento no pudo desacreditar aún a la Revolución, la violencia ejecutada por sus agentes y lacayos le fue desfavorable. Estos fracasos y el presagio de otra derrota electoral ya no le deja al imperio otra salida, que la eficaz arma milenaria: la traición. Propicia para ésta es el escenario de violencia interna que presagia la triangulación de conflictos en nuestras fronteras con Colombia, Guyana y a la Holanda de la OTAN frente a nuestra costa.
Maduro corrigió la injusticia del perdón una y otra vez a criminales al servicio del imperio, pero no ha podido descifrar de nuestro error histórico, a la corrupción como el mal entre los nuestros, donde crece la traición. Hace dos siglos el Padre de la Patria amó, hasta el perdón de sus traiciones, a quienes embriagados por la copa imperial acabarían con su autoridad y su vida. El imperio supo sembrar entre esos corruptos la traición que acabó con nuestra primera liberación ¿A caso hay dudas acerca del origen de la enfermedad que acabó precipitadamente el sueño en Santa Marta? ¿Quién forjó el disparo contra Zamora? ¿Cómo enfermó Cipriano y quién cultivó al traidor a su lado? ¿Quién inoculó el mal al Comandante?
Maduro debe preocuparse más por la consecuencia de la corrupción entre los nuestros, que por otro mal que nos afecte. La traición fue origen inequívoco de nuestras derrotas y la corrupción terreno fértil para su cultivo. Quien es corrupto para esto estará listo para la traición.
