Conversación en el maldito Bush *

La destartalada chatarra llegó a cinco minutos para las seis de la mañana a la parada, donde yo como un mismo penepén aguardaba (advierto que lo de penepén no tiene nada que ver con erotismo ni tripita frontal), penepén me llamo cuando me levanto bien temprano creyendo que con eso voy a llegar más pronto al trabajo y resulta que no es así, porque la eterna cola que se forma desde el restaurant gringo ese (cuya figura es un payaso con una cara de estúpido que no se la quita ni una cirugía plástica) hasta El Torreón en El
Paraíso semeja una foto: no se mueve nadie. ¿Por qué será que por ahí nunca hay un vigilante de tránsito que ayude en esa hora pico?

Bien, una dama con un collarín se sienta a mi lado. El chofer con toda la calma de una pereza sobre un yagrumo conducía el armatoste. En la puerta un aviso: “De ahí mismo, 700”, pero la unidad era algo así comom el cerebro del que lanzó la bomba sobre Hiroshima: una mierda. La dama me observa y, comienza una conversación. Dice que va al hospital a una terapia, pues está recién operada de la columna. Lo siento por ella, el asiento es una tabla de acero y la amortiguación del bus se parece a la del auto de Pablo Picapiedra. “¿Usted es chavista?”, me pregunta porque llevo mi franela de ¡Diez millones! para Chávez. Sonrió. Un hombre de sesenta años como yo debe aceptar algunas preguntas con sabor a ñoqui. La dama tendrá, por su apariencia, algunos cincuenta y pico de años. “Yo también soy chavista, señor.

El día 12 de abril de 2002 esa gente me quería matar”. Dice de sopetón y continúa al palpar mi silencio sepulcral. “Yo trabajo en una clínica popular por Caricuao, señor, y ese día los escuálidos, que aún están ahí, me hicieron una “rueda de pescao” con la intención de matarme. Me salvé de vaina, porque unas señoras comenzaron a llorar”. Siento simpatía por la dama. El collarín se ve inmenso en su cuello. Sus ojos son pequeños bajo los lentes de cristal. “Yo creo que Chávez se pasa de humanista, señor. Ese día además de la clínica, los escuálidos que trabajan en la administración pública se sintieron poderosos. Los teníamos ahí mismo, a nuestro lado. Eso no ocurría cuando AD y COPEI. Llegamos a El Paraíso, yo vivo en Caricuao.

Un hombre calvo dentro de la camioneta lanza una imprecación y se baja maldiciendo… “Coño e la m…, con esta cola del carajo”, y se pierde en la distancia. La mañana huele a humo con zapato tenis. La dama prosigue: “Yo le digo una cosa, señor, ojalá que más nunca nos den un golpe de Estado, porque esos escuálidos que se mueven como pez en el agua por todos los ministerios, centros de salud, escuelas, institutos, nos van a joder”. Es extraño, no he podido hablar. Yo a quien mi compañera llama loro medieval, permanezco más silencioso que un radio apagado. La señora tiene una voz tan dulce como las puntas de los dedos de unos niños alrededor de una torta. “Mire señor, tenemos que estar mosca. Chávez se confía mucho. Los escuálidos son muy malos. Hacen saboteo en todas partes y luego se ponen la gorra roja. ¿No se dio cuenta de lo que sucedió en la AN? Esos sapos después que llegaron de las manos de él, se volvieron traidores, señor.

Eso no es justo. Claro que todos somos venezolanos, pero en política, cada vez que un partido llega al mando, debe trabajar con su gente. Eso siempre fue así y los ríos nunca cambiaron su curso. A mí, que vivo en Las Adjuntas, los escuálidos me dañaron la casa ese mismo 12 de abril. En la Alcaldía de Bernal, en la Imprenta Nacional, en la Municipal, en Ipostel, en todos los ministerios, los escuálidos campean como moscas, señor”… El destartalado transporte se ha movido como cien metros en la cola. Ella otea por la ventana. De repente me pone su mano derecha en el hombro y me dice: “Bueno, camarada, hasta la victoria siempre”. Y se baja con energía.

NdA* La letra “h” se me saltó en el título y lo dejé así.


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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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