La autocrítica y la inconformidad son pilares fundamentales en la construcción del socialismo. Rehuir la crítica y más aún rehuir la autocrítica, sustituyéndola por la conformidad y la complicidad, castran toda capacidad de transformar la realidad. Es así que debemos prepararnos para recibirlas; así como, para saber hacerlas. Porque estamos obligados a convertir la crítica y la autocrítica en acciones concretas que nos permitan seguir avanzando en la construcción del socialismo.
En la relación que existe entre la práctica y la autocrítica yace uno de los elementos fundamentales de la dialéctica transformadora del desarrollo social. Yace el rol de la vanguardia en la dirección del proceso revolucionario. De aquí la importancia de que la crítica y la autocrítica sean concretas; que estén referidas a hechos específicos y puntuales de la realidad. Esta delimitación permite una buena aproximación al conocimiento de los hechos independientemente de nuestros gustos o distorsiones de la realidad. En concreto debe servir de base a las acciones estratégicas y tácticas que conlleven a un cambio en el corto, mediano o largo plazo del proceso social. De allí, que el análisis concreto no rehuya el carácter universal que se expresa en esos hechos. Por el contrario, le da altura y profundidad al debate; logrando con el debido nivel de abstracción apuntalar acciones correctas y corregir desviaciones indeseables.
En este contexto teórico, el avance del socialismo dentro del proceso Bolivariano ha sido modesto. Encontrado en él fuerte resistencia. En particular, del propio Estado, que no ha sabido y/o no ha querido dar viabilidad al desarrollo de relaciones de producción socialistas, ni al emprendimiento de nuevas unidades productivas, mas allá de las propuestas administrativas iniciadas por el propio Estado.
La construcción de una ideología que resulte en una cultura socialista no ha pasado de un nacionalismo y de un pensamiento reivindicativo y oportunista; con una clase obrera postrada y expectante; junto a una burguesiía apátrica e improductiva. Hecho este que resulta de prácticas típicas de un capitalismo de Estado. Finalmente, la transformación del Estado capitalista en uno socialista ha sido más un sueño que una realidad. El Estado Bolivariano no ha ido más allá de un importante cambio en la distribución del ingresos petrolero entre las distintas clase sociales del país donde el beneficio a las clases trabajadoras y campesinas ha sido mayor y más amplio que en la cuarta República. Sin embargo, el modelo del Estado benefactor no ha podido abrir paso a un modelo basado en el ingenio, el emprendimiento y el trabajo de los venezolanos: en la producción de bienes, servicios y en la creación de plus-valor de carácter endógeno. Esta debilidad condiciona el desarrollo del socialismo en Venezuela.
Por otra parte, ese Estado Bolivariano mantiene un cuerpo de Funcionarios de alto nivel cuyos métodos de trabajo siguen respondiendo a los que existieron en la cuarta república. El compromiso del Funcionario (en su gran mayoría) sigue sin ser con el pueblo (con la clase trabajadora); sino, que se mantiene un compromiso con él mismo y con los de su grupo. En ese contexto, los apoyos automáticos y la presión maniquea para escoger entre la contrarrevolución o lo que hay se convierta en un chantaje al pueblo que en definitiva sigue ahorcando la posibilidad de avanzar al socialismo.
Frente a esta situación la tarea ideológica de construir con la palabra y la acción se vuelve más concreta y real. Debatamos sin tapujos sobre nuestra debilidades y encontraremos nuestra fortaleza. Señalemos las desviaciones y castiguemos a los contrarrevolucionarios (internos y de afuera) para lograr desarrollar una moral que nos permita avanzar. Debatamos mil ideas para encontrar el camino al socialismo. Pero, sobre todo comprometámonos con el cambio ideológico; practiquemos el cambio ideológico, luchemos por el cambio ideológico, para que el hombre, la mujer, el adolescente, el niño y el anciano construyan a partir de su propia reflexión al hombre y la mujer nueva que levante a una nueva sociedad socialista. Una sociedad nueva con un Estado nuevo, socialista, conducido con las mejores técnicas de gobierno y dirigido por hombre y mujer plegados a los intereses de la clase trabajadora, con métodos de trabajo propios del socialismo en sus diferentes niveles técnicos, administrativos y de gobierno. Viviremos y venceremos, que viva el socialismo, Carajo.