El partido político Realista en la Venezuela del siglo XXI

Que en Venezuela exista hoy día un partido de oligarcas cipayos como Primero Justicia, no es nada extraño. Tal fenómeno ha sido realidad reiterada en nuestro país, que tiene una historia de colonialismo y neocolonialismo de larga data.

En esa situación colonial reside el origen de ese comportamiento lacayuno de los miembros de las clases pudientes del país, pues tales personas mantienen una línea de continuidad con los conquistadores españoles y los oligarcas mantuanos coloniales. Fue aquí en el contexto del sistema colonial donde maduraron las condiciones materiales que hicieron posible la aparición de tan execrable fenómeno, pues la simiente incubó en la subjetividad del criollo colonial, un descendiente del adelantado español, del verdugo de los indios originarios; heredero de encomiendas y repartimientos, propietario de esclavos, funcionario del orden monárquico, un ejecutor de tareas de la administración colonial, un empleado encargado de representar al Rey español en estos territorios, una especie de extensión del dominador foráneo. En fin, un subalterno encargado de tareas subalternas.

Esto es lo que fueron los empingorotados mantuanos venezolanos, una clase subordinada del sistema colonial, pero que se creía ocupante de la cima del mundo. Afanosa por acrecentar sus riquezas materiales, celosa de sus prerrogativas de casta, cuidadosa por salvaguardar su linaje español. Esta fue la clase que delató a José María España, lo ahorcó y luego descuartizó su cuerpo, la misma que reunió una buena suma de dinero para financiar la resistencia contra los intentos de Francisco de Miranda por incursionar en el territorio venezolano, y fue esa clase también la que en el transcurso del proceso independentista venezolano se mantuvo al vaivén de los triunfos obtenidos por los ejércitos en contienda. Según las circunstancias, era realista o patriota. Conspiró contra Miranda, al mismo tiempo que hacía guiños a Monteverde en 1812, lisonjeó a Bolívar en 1813 declarándolo Libertador, y se congració con Morillo en 1815; muchos de sus miembros se sumaron a los ejércitos del Rey, temerosos de la revolución social agitada por esclavos, pardos e indios. Fue esa la misma clase que, concluidas las guerras por la independencia, una vez obtenido el triunfo en Carabobo, maniobró hasta ver deshecha la República de Colombia y se adueñó luego de las instancias del poder en Venezuela, en alianza con el caudillo José Antonio Páez.

De manera pues que la condición colonial es un dato intrínseco a la realidad venezolana. El dato colonial lo encontramos entonces dentro de las instituciones, en las organizaciones, las personas, las ideas, la cultura, etc. Lidiamos habitualmente con tal fenómeno, a cada rato y en diferentes circunstancias, todo porque aquella condición subordinada impuesta a nuestro territorio a lo largo de más de tres siglos por la monarquía española no desapareció totalmente, a pesar de haber ocurrido una muy cruenta guerra de independencia que acabó con casi todos los españoles habitadores de Venezuela. Pero ocurrió también que una vez finalizado el conflicto se constituyó en nuestro país el partido de los intereses realistas, cuyos miembros, criollos en su gran mayoría, pasaron a dirigir las riendas de los gobiernos que a partir de 1830 rigieron los destinos de nuestro país. Sobre este asunto resulta esclarecedor leer lo que nos dice el historiador venezolano Laureano Vallenilla Lanz.

Afirma el autor de Cesarismo Democrático que “Fueron los realistas y sus descendientes inmediatos, quienes unidos a los patriotas adversarios del Libertador y contrarios a la unión colombiana, constituyeron aquel partido poderoso que desde 1822 se apoderó de la prensa y de los Ayuntamientos, convirtiéndolos en intérpretes y defensores de sus intereses (…) interviniendo en las elecciones hasta llevar sus representantes al Congreso, apoderándose de los Tribunales de Justicia, de las jefaturas políticas de las localidades; y, por último, con Páez a la cabeza, promoverá la disolución de la República”. (1983. P. 21). En este sentido, no hubo en Venezuela, una vez culminada la guerra de independencia, quiebre histórico, sino evolución política sin solución de continuidad; hubo continuidad de lo mismo. Y por esa continuidad de lo mismo fue que los bandos contendientes en los numerosos combates librados en territorio venezolano, a lo largo del siglo XIX, cuando estábamos ya en plena vida republicana, estuvieron integrados por los mismos sectores que se enfrentaron durante la guerra de independencia.

A este respecto no cambió para nada la naturaleza de la conflictividad política luego de la guerra libertadora conducida por Simón Bolívar; y no cambió porque tampoco lo hizo la composición de la estructura social nacional. Y ese partido realista, el mismo partido de los godos terratenientes, se enseñoreó entonces en las distintas instancias del poder político nacional hasta más allá de la mitad de ese tiempo decimonónico. Eran poquísimas las familias venezolanas integrantes de este clan de propietarios y gobernantes. Entre esos apellidos sobresalían los Zuloaga, los Machado, los Tovar, los Mendoza, los Madriz, Los Mancera, los Gallegos, los Mijares, los Fernández, los Palacios, los Blanco, los Herrera, los Llamozas, etc. De aquí, de este grupo salían los presidentes, los ministros, los jueces, los gobernadores de estado, los miembros del clero, los congresantes., es decir, salían del sector de los propietarios de tierras, de las casas comerciales y de la banca. Y fue por el desempeño apátrida de estos hombres y mujeres influyentes que Venezuela perdió sin chistar, a fines del XIX, casi 200.000 km2 del territorio Guayanés, arrebatados por Inglaterra; luego, durante el mandato de López Contreras, perdió más de la mitad de la península de la Guajira, cedida a la vecina Colombia.

Por la misma razón, empresarios ingleses, franceses, alemanes y usamericanos, se apropiaron con facilidad de la mayor parte de la inmensa riqueza aurífera extraída de las minas del Yuruari, desde 1850 hasta mediado del siglo XX; misma pérdida ocurrida con el hierro arrancado del cerro el Pao y del cerro Bolívar, durante el tiempo que las empresas norteamericanas Iron Mines Company y Orinoco Mining Company respectivamente explotaron este mineral.

Y se atrevieron a más los miembros de este partido realista. Un representante conspicuo de este grupo, el aristócrata banquero Manuel Antonio Matos, en una circunstancia cuando los suyos habían perdido momentáneamente el control del gobierno nacional, pues el jefe del Ejecutivo para entonces, Cipriano Castro (1899-1908), se mostraba díscolo, irreverente y desobediente a los intentos de las clases adineradas de manejarlo, cometió la fechoría de liderar una conjura internacional contra Venezuela con el objetivo de derrocar al presidente. En esa oportunidad, este general Matos, el hombre más rico en Venezuela para el momento, Jefe de la mal llamada Revolución Libertadora, recibió, además de embarcaciones y pertrechos de guerra, cantidades de dinero de manos de los propietarios de las compañías extranjeras interesadas en derrocar a Castro. “Recibe libras esterlinas, francos, dólares, y hasta libras y pesetas, hasta totalizar unos doscientos mil dólares oro. Las entidades económicas que suministraron la generosa ayuda fueron: la New York and Bermúdez Company, Orinoco Shipping Company, Intercontinental Telephone Company, American Telephone Company, American Telephone Company, Asphalt Company of America, Norddeutsche Bank, Pennsylvania Asphalt Paving Company, The New Trinidad Asphalt Ltd, The Aberdeem Steam navigation Company, Credit Lyonnaise y Barber Asphalt Paving”. (Brito Figueroa. 1985. P. 245). El compromiso del banquero cipayo era que de ganar el conflicto cedería a los financistas foráneos, por el tiempo que fuese necesario, la administración de las aduanas del país, la principal fuente de ingresos del Estado venezolano en esos años. Se comprometía así, mediante escondido acuerdo, el lomito de las finanzas venezolanas. Pero hizo el ridículo el aristócrata personaje pues en la Batalla de la Victoria, lugar donde se enfrentaron las fuerzas del gobierno con las fuerzas insurgentes, entre los días 11 de octubre y 2 de noviembre del año 1902, sufrieron estos una estruendosa y definitiva derrota, que obligó al empingorotado aristócrata a refugiarse en los EE.UU., el país cuyo gobierno y empresarios prohijaron su malogrado intento.

Son muchos los ejemplos como este que en la historia venezolana podemos encontrar, demostrativos del comportamiento infame de esas familias pertenecientes al grupo de los Amos del Valle. Es que como bien dice Domingo Alberto Rangel, “los que han regido a Venezuela han sido simples agentes del capital extranjero, mayordomos de un imperio, siervos de una divinidad fenicia”. (1995: p. 184).

Ese comportamiento oprobioso del aristócrata personaje es el mismo que observamos hoy en la dirigencia del partido político Primero Justicia, un partido conformado por jóvenes provenientes de familias pertenecientes a la élite económica tradicionalmente usufructuaria de la renta petrolera, acostumbrada a manejar a su exclusivo antojo las riendas de la nación, emparentada de manera subordinada con los centros de poder mundiales, de donde recibe ayuda financiera, pero también directrices y orientaciones en asuntos políticos y económicos. De manera pues que tal organización, por su origen socioeconómico y por la ideología de sus dirigentes, constituye una reproducción en tiempos contemporáneos del partido realista colonial y del partido godo decimonónico. Es el partido representativo de los intereses de familias como los Boulton, los Aristiguieta, los Belloso, los Marturet, los Machado, los Zuloaga, los Penzini, los Fleury, los Mendoza, los Seniors, los Alfonso Rivas, los Landaeta, los Echeverría, los Troconis, etc., es decir las familias de los Amos del Valle hoy, cuyos miembros perciben a Venezuela no como la patria, la patria querida, la patria que el cielo nos dio y Bolívar libertó, sino como un simple lugar para acumular riquezas, pero en su caso se añade que tal riqueza la acumulan sin arriesgar mucho, sin invertir sus propios capitales, sino pegados cual sanguijuelas a la renta petrolera que distribuye el Estado Venezolano: ejm: en 2012 solicitaron 27.000 millones de dólares para producir apenas por un valor de 2.500 millones de dólares.

De allí el inmenso interés de la godarria contemporánea por llevar a Miraflores a Enrique Capriles Radonsky, uno de los suyos. Su interés no es obtener el gobierno para desarrollar el país, para mejorar la ganadería venezolana, para incrementar la producción agrícola, para desarrollar la ciencia y la técnica, para hacer crecer la industria, para crear centros de investigación en diferentes lugares del territorio, para construir vivienda para los venezolanos, para establecer nuevas y numerosas universidades, para promover la cultura autóctona, para invertir en libros y revistas. No, nada de esto forma parte de su proyecto gubernamental.

Su proyecto está plenamente develado. Para visualizarlo en toda su dimensión basta con mirar hacia atrás y ver la “obra” creada por la lumpemburguesía venezolana durante los casi dos siglos de historia republicana en que el país estuvo bajo dominio suyo. Lo que observamos en esa mirada retrospectiva es una pobre Venezuela, llena de rancheríos y de gente viviendo en la miseria, agricultura rudimentaria, industria dependiente, jóvenes sin oportunidad de estudiar, subalternidad del país en la geopolítica internacional, personas desasistidas de médicos y medicinas, miles de venezolanos analfabetas, saqueo de las riquezas naturales por empresas norteamericanas. Tal es a grandes rasgos, la obra de esa clase parásita con ínfulas aristocráticas, que se mueve detrás del partido Primero Justicia y de su candidato sin atributos, el tal Radonsky, el pupilo del Pentágono. Esa es la clase que aspira retomar el control del poder político nacional para hacer con él lo que le prescriben sus amos desde Washington y el Pentágono. Ante tal peligro, a los patriotas chavistas no nos queda otra opción que ser, ahora y por siempre, consecuentes incondicionales con el legado de nuestro querido comandante, mismo que se resume en la consigna: Unidad, Lucha, Batalla y Victoria.


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Sigfrido Lanz Delgado


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