Carta a los menores y mayores de 24 años

Manejaba yo un colectivo en una ruta truncal en Los Rosales cerca de la avenida Nueva Granada, durante la mañana escuché en la radio que la situación se estaba calentando y que la gente estaba muy molesta, de hecho algunas unidades de transporte resultaron seriamente dañadas por lo que decidí estar mosca y alerté algunos colegas, dos horas después, nada que hacer. Entonces pensé; "guardo mi carro, -la pistola-, ¡a ver si me lo queman!" estacionamiento y me quedé en una esquina del barrio con algunos amigos.

Mientras pasaban los minutos se acumulaba una pesadez en el ambiente y algo me dijo que me quedara por esos lados en vez de irme a mi casa al otro lado de la ciudad cerca de la avenida San Martín. Y vino el trancazo, la gente de los cerros bajó como hormiguitas, con un impulso más de justicia que de pillaje.

Cuando la gente sufre se solidariza espontáneamente y amortiza su desgracia. Había una bulla silenciosa y empezaron a subir personas con paquetes y comida; piezas de carne de res completas, ayudé a una viejita a jalar un carrito de supermercado lleno en su mayoría de sardinas y el queso crema ese amarillo, pasó alguien con un televisor y otros dos cargando una silla de un dentista, el caos se apoderó de la tarde pero aun así nadie se peleaba con nadie y no recuerdo que nadie se riera, los supermercados cercanos quedaron arrasados y la gente empezó a subir con electrodomésticos de una tienda muy grande que hasta entonces estaba custodiada por algunos policías que al final terminaron organizando la entrada a la muchedumbre.

Ya de noche alguien trajo una botella de ron que no fue comprada, como siempre los venezolanos nos damos cuenta de que la cosa es en serio algo tarde y uno espera que todo será como siempre, un vacilón más. Nos quedamos en vela, que noche tan larga, era rarísimo que no habían pronunciamientos, ni planes de las autoridades para poner orden. Amaneció y nos dimos cuenta que la cosa era en serio, seguía el caos, pero el barrio era el sitio más seguro de la ciudad.

Hubo por fin varios pronunciamientos que hablaban de completa paz y mis ojos eran testigo de todo lo contrario, se suspendieron las garantías pero antes esperaron que el caos fuese completo para así justificar la decisión, el ejercito y la guardia nacional salieron, la gente se replegó, sin embargo habían muchas personas en las calles, empezaron a oírse disparos y rumores de aquí y allá. Llegada la tarde se pudo respirar una pequeña pausa en medio del caos, entonces decidí aprovechar para tratar de llegar a mi casa con una moto que me prestaron.

Sin pensarlo dos veces y con la angustia de que mi familia no sabía de mi paradero, bajé del barrio y llegué a tierra plana, no podía creer lo que vi, era una zona de guerra, todos los negocios estaban destrozados y para llegar a la avenida principal esquivé dos muertos tendidos, el ejercito había ya pasado.

No me quedó opción y tomé la autopista, que raro, vi dos carros desde la bandera hasta la salida de San Juan, parecía una película gringa de esas donde un virus mata a todo el mundo, sigo adelante con los dientes apretados y frío en las piernas con 32 grados, San Juan era intransitable EN MOTO, había restos de todo en las vías, un carro ya quemado con los restos de humo, dos tipos cargando a un tercero que sangraba por una pierna, una cuadra más adelante;¡PÁRATE! me dicen desde un grupo de militares, ¡si Luis! -no lo estuviera contando- le di gas al puño y me monté por la acera escurriéndome milagrosamente cuando sonó la ráfaga que pegó en todos lados menos en mi espalda, aunque pelé los dientes y cerré un ojo esperando el golpe, me salvé de vainita, salí de esa esquina,ya no me restaban más que un par de cuadras para llegar vivito a mi casa, volvía lentamente a mi color original.

Por la noche los militares hicieron redadas y requisas, en un momento nos asomamos a la ventana, ¡que brutalidad! con la luz prendida, dispararon a mi casa y luego a los transformadores de corriente dejando toda la calle a oscuras. Extraoficialmente se estima que en estos dos días unas tres mil quinientas personas perdieron la vida y una infinidad resultaron heridas.

Esto ocurrió el 27 y 28 de febrero de 1989 en Caracas y otras ciudades. Si comparamos y recordamos, debemos estar orgullosos de la Venezuela y de la Fuerza Armada Bolivariana que tenemos hoy, y debemos estar eternamente agradecidos al comandante eterno Hugo Chávez Frías.

luben.aldana.petitlup@hotmail.de


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Luben Aldana


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