El veguero, bisnieto de Maisanta

Los llanos venezolanos fueron desde muy temprano, en el siglo XVI, refugio de gente insumisa. Aquellos territorios, donde, en ocasión de la estación seca, la vista se pierde en una infinita alfombra de paja, a veces interrumpida por islotes de matas de mediano tamaño; o, en ocasión de la estación lluviosa, cuando todo se inunda y entonces se asemeja aquello a un gran lago de aguas oscuras, eran lugar para el seguro resguardo de los indígenas que huían de los atropellos del tercio español y de los sermones del ensotanado misionero, recién llegados ambos a este lado del mundo con el propósito de conquistar, con ayuda de la espada y de la cruz, nuevas tierras para los reyes españoles, y someter a sus pobladores a los rigores de un sistema de trabajo cuyos beneficios iban a parar a manos de los lejanos monarcas.



Luego, a partir del siglo XVII, serán los esclavos negros, escapados de las haciendas o hatos del presuntuoso mantuano, los que encontrarán refugio en estos vastos territorios. Y, junto a la gente, llegaron también reses, caballos y mulas, atraídos por el agua y los pastizales, abundantes en los llanos, en cantidad suficiente como para alimentar manadas de miles de cabezas. Se juntaron entonces las mejores condiciones para que indios arrochelados y negros encimarronados, en rebeldía contra los maltratos conferidos por los dueños latifundistas, consiguieran vivir en completa libertad, lejos de los pueblos blancos, y a seguro resguardo de las patrullas policiales enviadas por los gobernadores y propietarios con la misión de capturarlos. Según Carlos Siso: “El producto de esa mezcla de negro con indio, con ligero tinte español, fue un tipo de zambo autónomo muy original, extraordinario por su fuerza física, por su valor y por su audacia imponderable”.



Tales fueron entonces los orígenes históricos de los bravíos llaneros venezolanos, gente que conquistó su condición libre a fuerza de luchar por ella, viviendo en medio de unas condiciones naturales por demás exigentes, siempre amenazados por los latifundistas criollos, deseosos de someterlos a sus predios para utilizarlos como mano de obra en sus haciendas y hatos. Las adversas condiciones de la geografía llanera le sirvieron más bien para hacer de ellos hombres fuertes, ágiles, valientes, habituados a vivir con lo mínimo indispensable, unos temibles insumisos, que por obligación de las circunstancias se hicieron además, estupendos jinetes y diestros cazadores; aprendieron igualmente a soportar los intensos calores y la carestía del agua en la temporada de sequía; aprendieron también a sobrevivir en medio del gran pantanal en que se convertía el llano, luego de los torrenciales aguaceros de la temporada de invierno. Nadadores ágiles fueron entonces, capaces de cruzar a brazadas y sin contratiempo los caudalosos ríos que se forman en estos tiempos por doquier en estos parajes. Y así, se templó de acero la personalidad del llanero. Un cuerpo troquelado a fuerza de exigencias salió de allí sin una pizca de temor. Valentía era lo que exudaba el hombre llanero, nada lo arredraba, pues conocía las debilidades de todo bicho salvaje de esos lugares; a las propias autoridades españolas y criollas puso en jaque con sus incursiones sigilosas en pueblos y ciudades, donde acudía en procura de alimento y a secuestrar mujeres.



Esos fueron los valientes hombres que al iniciarse el conflicto independentista no dudaron en incorporarse a las tropas realistas de Boves, de Rosete, de Antoñanzas, de Zuazola, de Cerveris, de Yáñez, de Calzada, pues, de tanto sufrir atropellos, vejaciones y maltratos de parte de los miembros de la clase mantuana, el primer deseo de los llaneros era hacer la guerra contra este grupo social, incendiar sus haciendas, saquear sus palacios, matarlos a todos. Y esto fue lo que hicieron entre 1810 y 1816. Espantosa fue la carnicería de mantuanos durante 1814, desatada por las tropas de Boves y Morales, en las poblaciones de calabozo, Valencia, Barcelona, Cumaná y Maturín, tanto como para inducir, a Juan Uslar Pietri, afirmar que “en Venezuela se derramó más sangre en aquel año que en toda la Revolución Francesa”. Hasta que, por influencia de procesos desarrollados durante el primer lustro de la guerra, las condiciones del conflicto sufren varios cambios, y entonces los llaneros emigran hacia el bando dirigido por uno de los suyos, el Taita, José Antonio Páez. A partir de este momento pasan a ser la fuerza militar más importante de los ejércitos comandados por Simón Bolívar. Y los veremos de ahora en adelante, al lado del Libertador, jugando papel destacado en las batallas por la emancipación de Venezuela. Al final, en Carabobo, se obtuvo la victoria definitiva. En este momento, el ejército libertador, no era otra cosa que el pueblo armado, y así, con ese carácter, era una fuerza invencible. De manera que, instaurada la República, en 1830, ésta se erigía sobre unas bases demasiado solidas, pues sus dos principales pilares eran, el Primer Magistrado, José Antonio Páez, la primera lanza de Venezuela, un hombre salido del mundo de la gente pobre, y el ejército de esa república, que estaba constituido, en parte, por la poderosa caballería de indios, zambos y mulatos. Tal era, el mismo ejército libertador, el que había conducido Bolívar a lo largo de casi una década.



Dadas las anteriores condiciones, debía esperarse entonces que el gobierno de la república recién instalada manejara los asuntos venezolanos de manera tal que los más beneficiados con su ejecutoria fueran los que antes, en tiempos coloniales, sufrieran los horrores de la esclavitud y las humillaciones de la discriminación, mismos que fueron, por su condición insumisa, los principales protagonistas de las victorias obtenidas por las armas republicanas, en las distintas batallas por la independencia. Pero esto no fue lo que ocurrió con los gobiernos de los próceres: Páez, Soublette, los Monagas. La tan temida tiranía interna, muchas veces anunciada por Bolívar, fue el estilo impuesto por los conductores de la República en esos años aurorales. En Verdad, fue un colonialismo interno lo que montaron los nuevos amos del país, los mismos que ahora se repartieron las tierras de los amos mantuanos. De ahí entonces que los levantamientos populares no se hicieran esperar. Las guerras campesinas de la Venezuela de los tiempos caudillescos fueron consecuencia de esa torcedura de la historia, provocada por gente tan nefasta, que incluso se atrevieron a aproar como gobernantes esa oprobiosa “Ley de Azotes”, ley propuesta por los nuevos latifundistas para reprimir a los campesinos insurrectos, insatisfechos y frustrados por las injusticias que en su contra cometían los gobernantes de ahora. De esos insatisfechos mencionamos a Ezequiel Zamora, General de Hombres Libres, nativo de Cua, tierra de negros, otrora esclavos, y también a Pedro Pérez Delgado, Maisanta, nativo de Ospino, pueblo situado en el mero centro de los llanos venezolanos, la de los hombres a caballo.





De esa estirpe de insurrectos viene el Veguero, el bisnieto de maisanta, el comandante Hugo Chávez. De allí entonces su espíritu rebelde, su carácter insumiso. Son quinientos años de historia insurrecta las que cabalgan sobre sus hombros. Él pertenece a la clase de los hombres arrochelados y encimarronados contra el sistema de los amos mantuanos; al de las tropas de Boves y Páez, que guerrearon contra los latifundistas, esclavistas y contra el ejército invasor de Pablo Morillo. De allí le viene su clase de guerrero. Por eso su incansable andar en procura de la justicia para los ninguneados por la República del Pacto de Punto Fijo, de allí su empecinamiento por la emancipación definitiva de la patria, “patria, patria, patria querida”, condición que ahora disfrutamos nosotros, los habitantes de este suelo, pues, en verdad esa patria soberana ha empezado, a andar por fin, y así debe seguir, en esa dirección, en ese rumbo. El trecho andado y lo ganado en este caminar de estos últimos años, gracias a la conducción del Veguero, es para no perderlo nunca más. Así será. Los encimarronados de ahora, es decir, el pueblo venezolano, lo garantiza.

siglanz53@yahoo.es


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Sigfrido Lanz Delgado


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