Pedagogía petrolera

Las huelgas petroleras. A la muerte de Gómez, todo empezó a cambiar (6)

Pueden escribirse densos volúmenes con los relatos de los obreros petroleros sobre sus experiencias en la era de la cultura del petróleo. Decenas de ellos lo hicieron, otros, ya muy ancianos, siguen enriqueciendo la literatura petrolera al calor de sus anécdotas y, aunque no fueron protagonistas de primera línea, sin ellos no hubiesen sido posibles los logros alcanzados a través de las luchas obreras.

Los relatos de Taborda, Faría, Prieto, Espartaco, no son únicos aunque sí impresionantes. Todos ellos refieren con inusitado realismo sucesos que a estas alturas, en pleno siglo XXI, creemos extraído de alguna novela de eximios novelistas como los Benito Pérez Galdós (, Leopoldo Alas “Clarín” (1851-1901); el francés Gustave Flaubert; los rusos Dostoievski, Gogol, Iván Turgenev, Gorki; pero ya se ha mencionado que estos obreros petroleros, cuando esos episodios, no sabían leer ni escribir. La siguiente cita muestra esas dramáticas realidades:

“ (…) Después que la Venezuelan Oil Concessions (VOC) tomó para sí las orillas del Lago, llegaron los agentes de Rockefeller y Morgan, quienes se posicionaron en dos importantes franjas adentro del Lago (…) Los imperialistas clavaron sus pérfidas garras en el fondo lacustre con insaciable furia. Las hileras de torres arrancaron paralelas hacia Cabimas y La Misión, por un lado, hasta Bachaquero… (…) Para 1925 había una enorme masa de obreros en el Zulia. Miles de hombres y muy pocas mujeres. Había corianos, margariteños, andinos, centrales, caroreños. Existían perniciosos regionalismos. Las riñas sangrientas entre venezolanos de diferentes regiones eran el pan de cada día“(Faría.: 49).

Faría va describiendo características resaltantes del diario vivir de los obreros petroleros con un lenguaje que cautiva por su exactitud, como cuando expresa:

“(…) Los corianos casi todos éramos “pico y pala” (sic). Campesinos analfabetos, ignorantes y necesitados. Trabajamos en tierra porque pocos sabíamos nadar y muchos se ahogaban en el lago. Los caporales seleccionaban a su gente y hacían sus negocios. Especialmente los “listeros” se destacaban por sus trampas, hacían su agosto con las “imaginarias”. Listero que no tuviera 25 “imaginarias” era un chambón. Un listero ganaba -o mejor dicho robaba-, en un día, tanto como un obrero en un mes. Eran pequeños ladronzuelos que mordisqueaban la presa de los grandes ladrones“(Op. cit.: 50).

Más adelante pasa a describir las diferentes costumbres ¿cultura? que caracterizaba a los nativos de las diferentes regiones. Así, señala:

“…Los margariteños alquilaban casas y las ocupaban con una masa muy superior a la capacidad de éstas. Así, el alquiler que le correspondía a cada uno era una misma cantidad. Tenían su “rebullicio”, lo que en la práctica era un embrión de cooperativa. Compraban funche y arroz por sacos, pescado salado y fresco, plátanos por contadas y café (…) Entre La Rosa y Cabimas se habían aglomerado más de veinte mil hombres venidos de todos los confines de Venezuela. La abrumadora mayoría éramos analfabetas y teníamos prejuicios regionales…“ (Op. cit.: 50-51).

Manuel Taborda fue uno de los testigos y protagonistas de mayor significación en las luchas petroleras; durante medio siglo fue constante y persistente en el combate. Llegó al Zulia siendo un adolescente y vivió, padeció, luchó, organizó, sufrió cárcel y vejámenes, participó en todas las huelgas petroleras en el Zulia, en Falcón y en el oriente del país. Con el tiempo, llegó a dirigente nacional, a diputado, y a las organizaciones obreras internacionales.

Taborda nos refiere y da a conocer infinidad de hechos y experiencias vividas durante ese largo trajinar. Así nos señala:

“Cuando se estabaperforando un pozo y tenía una profundidad que obligaba al encuellador a trabajar, si había viento fuerte a llu­vias era imposible hacerlo sin peligro para la vida del encuellador y hasta para los que trabajaban, ya los trabajadores habían senta­do criterio y se había establecido que durante tiempo lluvioso o de viento fuerte no se podía trabajar” Taborda: 83).

Los capataces de las compañías siempre se empeñaron en que las labores no se podían detener, y allí empezaban los conflictos, en especial con los margariteños, cuya experiencia ancestral como marinos les había enseñado el peligro de las tormentas lluviosas, de los fenómenos eléctricos. Continúa relatando Taborda:

“Continuó creciendo el pueblo La Rosa de Cabimas, antes una al­dehuela, una ranchería de techos de eneas de juncos o de hojas de coco y con paredes de barro de los llamados bahareque, calles sin alumbrado, montaron una planta eléctrica, dos motores regalados por una compañía, de combustible de gasoil, el empresario era un gomecista de apellido Maya. Por cada bombillo de 20 vatios se pa­gaban seis bolívares, empezó a ser una población iluminada, apa­recieron los avisos luminosos con nombres llamativos, los centros de corrupción: “Casino de La Rosa”, “La Habana” “Sol de Media Noche”, “Hijo de la Noche” y otros, todos prostíbulos, salones de baile y de juego, grandes bares y a la vez casas de juegos de todas clases, póker, bacará, monto y dado, ruletas en cada local, todas pre­paradas para sacar de los bolsillos de los más incautos trabajadores el producto de amargas y agotadoras jornadas de trabajo. Todo esto era administrado y apoyado por las autoridades policiales por ser propiedad privada de altos personeros gomecista, primero al servi­cio de Santo Matute Gómez y ahora de Pérez Soto” (Taborda: 83).

En efecto, los lenocinios, o mejor “latrocinios”, eran casas de prostitución, de envite y azar, cuyos propietarios eran los jefes civiles, los Presidentes de distrito y del estado, de allí la mención de Pérez Soto y de Santos Matute Gómez.

“A un lado de los casinos y las casas de juego estaban las vivien­das. Los gomecista eran los principales caseros, monopolizaban las viviendas de las prostitutas, una pieza de tres metros por tres paga­ba al dueño cuarenta bolívares semanales, en cada Campo eran ellos los dueños de esa clase de vivienda. También en Maracaibo cons­truyeron el barrio Boburito con sus prostíbulos anexos, El Molino Rojo y otros. Igualmente otros negocios eran monopolio de Santos Matute primero, y luego de Pérez Soto, con su cohorte de rufianes. Uno de los satélites de Pérez Soto que monopolizaba hasta la venta de kerosén era Néstor Maya en Maracaibo y en el distrito Mi­randa, mientras su hermano Mario Maya lo hacía en el distrito Bolí­var con un cargo de Gobernador como se llamaban los Jefes Civiles de distrito” (Op.cit: 83).

 



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César Eulogio Prieto Oberto

Profesor. Economista. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Económicas del Estado Zulia. Candidato a Dr. en Ciencia Política.

 cepo39@gmail.com

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