A favor de un sindicalismo para transformar la sociedad

El sindicalismo atraviesa, en prácticamente todos los países, una situación de debilitamiento general. Las tasas de afiliación han descendido, la capacidad para mantener las conquistas alcanzadas se erosiona, la influencia para incidir en la acción de los gobiernos es casi nula. Todo esto ha recrudecido en las últimas décadas (especialmente en los recientes 30-35 años), en los que el capitalismo de orientación neoliberal domina el mundo.

Los sindicatos, tradicionalmente, habían tropezado-aun en sus mejores épocas- con una limitación fundamental: el corporativismo. Es decir, el enclaustramiento, la transformación en institución del sistema, reducidos al ámbito de la acción reivindicativa económica, desconectados del resto de los sectores subalternos. De un tiempo para acá, sin embargo, se han agregado otros problemas : el capitalismo, orientado a la ganancia salvaje, a la sed especulativa- obtención de dinero a partir de dinero, fuera del campo de la economía real- y al menosprecio flagrante por los derechos colectivos democráticos, ya no encuentra gusto en compartir la mesa con la dirigencia sindical. Una y otra vez los hombres de negocios formulan a esa dirigencia las mismas promesas: aguarden, tengan paciencia, vendrán mejores tiempos, la economía se va a recuperar, ahora es imprescindible desregular el mercado de trabajo, rebanar la legislación laboral. Mientras tanto, la participación del trabajo en el ingreso nacional desciende progresivamente, la desigualdad se profundiza, la proliferación del empleo precario es evidente y la desocupación se mantiene alta (alcanzando tasas increíbles entre los jóvenes), a la par que se desmantela, paso a paso, la seguridad social. Todo parece ilustrar que hay que cambiar la estrategia. O sucumbir.

A los trabajadores nos hace falta un sindicalismo:

Combativo: exigente, de pelea, preparado para la negociación dura cada vez que resulte necesario. Se trata de entender que no sólo está en juego una pugna por viejas y nuevas conquistas, sino la lucha por el derecho a luchar. Hoy día aparece con más claridad que la relación de trabajo no es un vínculo entre agentes económicos sino una compleja relación social, en la cual lo que resulta decisivo, a la postre, es la posibilidad de ejercer influencia y poder. Vale la habilidad para negociar así como las presiones simbólicas y reales que los trabajadores puedan hacer para alcanzar sus objetivos. Se puede, por cautela, ceder en algunas circunstancias. Sin olvidar que se trata de recuperar progresivamente la ofensiva, a nivel del centro de trabajo y en el ámbito global.

Participativo: la fuerza del dirigente sindical es el conjunto de los trabajadores. El dirigente individualista, egocéntrico, que confía sólo en su habilidad y su carisma, pierde la batalla de antemano. Sin la base, el delegado o directivo es nada. La vida del sindicato es la asamblea, los conversatorios, la combinación del liderazgo y el trato horizontal, la gestión itinerante, entre la gente, la formación de equipos para estimular la participación y el surgimiento de propuestas, a nivel del taller, la planta, la oficina de trabajo, el grupo empresarial o la rama de actividad.

Transparente: en la vida sindical debe privar la claridad y la transparencia; por un lado, en lo que se refiere a la lucha en si misma: el dirigente no puede arengar a los trabajadores con un discurso y luego en secreto decir al patrono, "no se preocupe que yo los tengo controlados", como sucede con frecuencia. Igualmente, la transparencia vale con respecto a las finanzas del sindicato: es necesario aclarar todas las dudas de los trabajadores mordidos con razón por la desconfianza, contrarrestar la propaganda del adversario, rendir cuentas, explicar la situación de los ingresos y los gastos. Valga recordar la anécdota de aquel dirigente obrero responsable de finanzas: en medio de una huelga en la que se discutía la situación en asamblea, irrumpe la policía y los trabajadores se dispersan; encontrándolo después, los compañeros preocupados le preguntan por qué lucía tan desmejorado, a lo que él contestó que tenía varios días sin comer pero que esa había sido su decisión porque la plata de los trabajadores era sagrada. Una historia real, extrema quizás, pero que revela la importancia del compromiso personal con los principios.

Pluralista: el sindicato pertenece a todos los trabajadores, con independencia de sus inclinaciones políticas, religiosas, o circunstancias de género, edad o nacionalidad. El dirigente que prefiere relacionarse con unos trabajadores y excluye a otros, cualesquiera sean los motivos, o que coloca por encima la lealtad a un partido e incurre en vínculos clientelares o en la subordinación pura y simple al liderazgo de su organización política, socava su propio espacio y apuesta a la división de los trabajadores, lo que redunda en beneficio del patrono. La unidad, por el contrario, mejora las posibilidades de éxito de las luchas actuales y futuras.

Clasista: los trabajadores somos millones de personas; ninguna clase social es tan numerosa, tan determinante en la composición de la sociedad. La clase trabajadora, sin embargo, está conformada por múltiples estratos, pertenecientes a sectores productivos con perfiles tecnológicos distintos, empresas pequeñas y grandes, funcionarios públicos y obreros industriales, entre otros. Hay además sectores difíciles de sindicalizar, como los trabajadores a tiempo parcial, o por contrato a tiempo determinado, en actividades económicas sumergidas, o de la economía informal. Un problema adicional a considerar es el de los asalariados que se encuentran, al igual que cualquier trabajador, bajo relación de dependencia, pero que desde el punto de vista del consumo se han asimilado a las capas medias de la sociedad. Ante esa situación, un propósito fundamental del movimiento sindical es propiciar la unificación de la clase, crear condiciones para el surgimiento de una cultura de la lucha, por lo que resulta indispensable contar con un programa mínimo general de reivindicaciones, incluyente, de corto y largo plazo, que ampare un campo tan heterogéneo como el señalado. Hay que señalar que, en esa dirección, el sindicato por rama de actividad es una de las mejores herramientas para favorecer la identidad de clase.

Sociopolítico: el movimiento sindical debe reexpresar sus luchas en el terreno de lo público, trascender (para decirlo en términos gramscianos), del momento económico-corporativo al momento ético-político. Algunos especialistas hablan de la existencia de un "mundo del trabajo", reducido al proceso del trabajo, su organización, el ámbito de la legislación que lo regula y la acción reivindicativa. Nada más falso. La suerte de los trabajadores y del sindicalismo, la envergadura de los desafíos a los que se enfrentan, sus expectativas y frustraciones, los fuerzan a intervenir en el ámbito más amplio de las políticas públicas, a fijar posición sobre los pronunciamientos de la patronal, las formación de matrices de opinión por las empresas de comunicación, el programa de las organizaciones políticas, el papel de las corporaciones globales, entre otros factores de poder. De suyo, el tema de la legislación del trabajo incorpora a los trabajadores y sus organizaciones en el campo de fuerzas que se reflejan en las actuaciones del Estado. El movimiento sindical se ve forzado, por otra parte, a intervenir en la definición del modelo de desarrollo existente y sus implicaciones, y sobre las políticas macroeconómicas de corto y mediano plazo, es decir, el marco en el cual se establece el impacto decisivo sobre el empleo, los salarios y la seguridad social. De la misma forma, las violaciones a la libertad sindical presionan a las organizaciones de los trabajadores a defender la vigencia del Estado de Derecho, transformándolas directamente en un actor político. La despolitización del movimiento sindical (su transformación, como habíamos dicho, en una corporación de quejas y reclamos) es, a fin de cuentas, la estrategia de sus adversarios. Así como también de algunas organizaciones de izquierda para las cuales existe una división del trabajo rígida entre lo que corresponde hacer a las organizaciones de trabajadores y el papel, superior y exclusivo, del partido político.

Autónomo: el movimiento sindical preserva su cualidad de sujeto social con capacidad de contestación, de lucha y transformación social, si conserva su independencia frente a los gobiernos y a los poderes del Estado, la patronal, las iglesias, y las organizaciones políticas. Todos esos sectores tienen sus propios intereses estratégicos, modos específicos de intervenir en sociedad; si bien puede haber coincidencias con algunos de ellos en circunstancias precisas, la autonomía es imprescindible, aun para explorar posibles acuerdos. Una visión histórica de conjunto nos permite apreciar que la coincidencia total (es decir, la asimilación a los intereses y a la estrategia de esos otros actores sociales), ha servido para desmantelar la capacidad de reacción del movimiento sindical en los períodos de crisis abierta, que inevitablemente forman parte de la dinámica cíclica del capitalismo. Aun en los casos del ascenso de gobiernos populares, que se identifican con las aspiraciones de los trabajadores, las organizaciones sindicales deben ofrecer un apoyo condicionado, crítico, sujeto a la interlocución y el debate. En el marco de las experiencias latinoamericanas, en las que son frecuentes las situaciones de cesarismo e hiperliderazgo, la autonomía cobra particular importancia, toda vez que se promueven situaciones de subordinación y de culto que simplifican la complejidad de los procesos de cambio y acaban por someter al movimiento sindical a la burocracia del Estado y a un ideal confuso, cargado de devocionismo y de contradicciones.

Competente: las tareas del sindicalismo son tan exigentes, al intervenir, tanto en el marco de las relaciones laborales como en el ámbito sociopolítico, que los dirigentes se encuentran expuestos a una tensión constante entre sus competencias y las exigencias de una formación continua. El dirigente sindical debe conocer la legislación, los procedimientos y la jurisprudencia existente, las estrategias de negociación, las características del proceso del trabajo en la empresa o institución, la situación a nivel de la rama de actividad ( en los casos en que existen organizaciones sindicales de ese nivel), tener una comprensión general de la economía nacional y también, de la historia del movimiento obrero, sus triunfos y derrotas, además de contar con habilidades para promover el entusiasmo y la participación activa de los trabajadores y poseer el carisma de un líder cercano. Pocos perfiles son tan exigentes. De allí la importancia de contar con apoyos que complementen el esfuerzo de formación que el dirigente realiza constantemente. El movimiento sindical requiere de especialistas consustanciados con la causa de los trabajadores, dispuestos a cooperar, a ofrecer elementos de juicio para allanar las decisiones que el dirigente debe adoptar en conjunto con la base; contar con sus propios asesores, además del respaldo que puede provenir de cuadros políticos de partidos amigos. Hay intelectuales deseosos de colaborar con los trabajadores, la cuestión es buscarlos y cultivar un vínculo orgánico con ellos.

Vinculado a otros movimientos sociales: la mejor forma de superar la tendencia a recaer en el corporativismo es la convergencia, tanto en el terreno de las ideas como de las luchas, con otros movimientos sociales: comunitarios, cooperativistas, ambientalistas, campesinos y productores del campo, estudiantiles, defensores de servicios públicos, inquilinos, de género, discapacitados y sectores de las capas medias. Hay que tomar en cuenta que, en diversos casos, el corporativismo constituye la orientación inicial de las organizaciones (aunque algunas adoptan desde el primer momento, perfil de movimientos). La transformación en movimiento social es un proceso que guarda relación con las especificidades de cada organización, con luchas concretas, o con condiciones generales existentes en el país, que pueden agudizar los ritmos de las distintas luchas, acompasarlas y propiciar el encuentro y la solidaridad entre ellas. En ese caso, las organizaciones confluyen en redes o coordinadoras que se apoyan entre sí, o más allá de eso, conforman una plataforma bajo un programa común, que dota a la iniciativa de relieve político, una situación en la que la cuestión del ascenso al gobierno (de la mano con un liderazgo amplio y la participación de partidos políticos), puede llevar a plantear la imperiosidad de formación de un gobierno popular.

Internacionalista: en el marco de una economía fuertemente entrelazada bajo la hegemonía de corporaciones globales, la alianza estrecha de fuerzas políticas y gobiernos conservadores, espacios geopolíticos de control, y una permanente formación de matrices de información a cargo de un red internacional de empresas de medios de comunicación, que intentan desalentar las iniciativas y las luchas populares, es imprescindible crear redes entre las organizaciones y movimientos sociales de todo el mundo. La iniciativa tradicional (la difusión, los actos de solidaridad), debe acompañarse de acciones jurídicas conjuntas de alcance internacional, actividades sincronizadas de lucha, la presión sobre los organismos laborales y defensa de los derechos humanos, entidades civiles y públicas como la Organización Internacional del Trabajo, entre otros factores. Tales acciones deben adoptarse de manera bidireccional, es decir, tanto para solicitar apoyo como para proporcionarlo donde se requiera.

Los sindicatos pueden ejercer una enorme influencia para precipitar los cambios globales que el mundo requiere, lo que pasa por una revisión a fondo de la experiencia histórica, el papel que han desempeñado, sus logros y limitaciones. Salir al encuentro de la voluntad de transformación existente en las diversas fuerzas sociales, es parte importante de ese desafío.

César Henríquez Fernández

Septiembre 2016



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