Necesaria la vigorización del sindicalismo

La libertad y el trabajo son la base de la moral, de la fuerza, de la vida y de la riqueza del porvenir. Más el trabajo, si no está libremente organizado, se vuelve opresivo e improductivo para el trabajador, y por eso la organización del trabajo es la condición indispensable de la verdadera y completa emancipación. Ello hace fraternizar cada vez más al trabajador en la comunidad de intereses, le acostumbra a la vida colectiva, le prepara para la lucha suprema. Aún más, la organización libre y espontánea del trabajo es la que debe substituir al organismo privilegiado y autoritario del patrono, una vez establecida la garantía permanente del mantenimiento del organismo económico contra el organismo político.

Los sindicatos débiles y divididos vacilan siempre en contraer compromisos. Para "hacer peso" ante el Estado y la clase patronal en una discusión compleja y grave en consecuencias, necesitarán varias docenas de expertos y varios cientos de miles de asociados. Para lograr la disciplina requerida de la gran masa de los asalariados, tendrán que apoyarse en nutridos cuadros de mando capaces de defender los intereses de los trabajadores, pero también de comprender y de imponer la estrategia de conjunto. Semejante armazón requiere medios de formación muy superiores a aquellos de los que en la actualidad disponen nuestras organizaciones obreras. No se tratará ya de conceder a los trabajadores derechos ficticios, sino de ayudarles a forjar, el instrumento de su participación en la realidad del poder, y de poner en tela de juicio los fines mismos de la gestión económica.

Si la expansión es, con toda evidencia, la base de una posible justicia social, la justicia llega a ser, y esto es aún mucho más importante, condición del crecimiento continuado. Esta unificación de dos factores que nos habríamos acostumbrado a distinguir, e incluso oponer (lo que se "daba" por afán de justicia se consideraba como "tomado" a la producción), debería ser la fuerza de un sindicalismo de gestión.

El Gobierno revolucionario prometió transformar la sociedad y ha estado aliado, desde que empezó a existir, con los menos favorecidos. Sigue siendo la predilecta de cientos de miles de trabajadores, más de la mitad de los ciudadanos del país, cuya vida puede verse transformada por un crecimiento más rápido y mejor orientado. A esta esperanza, puede responder el sindicalismo de dos maneras:

1. Explotar el capital de confianza depositado en ellos por los asalariados para obtener una mayor expansión. Y negociando las ventajas que ello procura a todas las categorías sociales, conseguir un reparto diferente de los beneficios de la colectividad. En este caso, acepta hacer marchar la economía. No pierde de vista el antagonismo de intereses, pero se aviene a resolverlos mediante la concentración y el contrato, fuera de las actitudes de guerra civil.

2. Explotar el capital de descontento, que igualmente es capaz de hacer fructificar; desinteresarse, en consecuencia, del problema de gestión, y renunciar a un ejercicio prolongado del poder. Estas tres posiciones están estrechamente ligadas entre sí. Exigirá la paciencia, habilidad y energía por parte del Gobierno decidido a emprender las verdaderas reformas de estructuras: las que atañen al equilibrio de poder.

Es igualmente imposible sembrar a un tiempo la revolución y el sentido de las responsabilidades; formar simultáneamente una milicia de agitadores y un ejército de administradores eficaces; negar las presiones económicas cuando se está en la oposición, y reconocerlas cuando se gobierna.

En la segunda hipótesis, que es la más cómoda, no está el sindicalismo enteramente reducido a la impotencia; puede arrancar concesiones al Estado y al patrono cuando empuñan las riendas del mando. Y aprovechar, como ha venido haciendo, lasinstancias para hacer aprobar leyes sociales. La derecha tendrá que respetar estas reformas y "digerirlas" durante los años siguientes.

Es evidente que el deseo de progresar triunfa cada vez más sobre la necesidad de protestar. Después de decenios de estancamiento, los trabajadores se adaptan en masa a las condiciones del crecimiento. En su conjunto, aceptan el cambio más fácilmente que sus dirigentes. La esperanza que en otros tiempos despertó el Proceso revolucionario no ha desaparecido en nuestro país, donde tantos hombres y mujeres viven aún en la mediocridad. Ahora se cifra en las tangibles y notables satisfacciones que promete una economía en continua expansión. El sindicalismo puede, si quiere, dar al crecimiento, por medio de la justicia, la envergadura propia de una revolución.

—¡Mientras la tierra no sea propiedad comunal; mientras haya quienes, adonde quieran que vayan, tendrán que pisar tierra ajena y no encuentren propia sino aquella que les tengan dar de sepultura luego que hayan muerto; mientras tanto no se puede hablar de socialismo!

—Pero quince años de expansión chavista, continúa y orientada hacia la izquierda, produjeron unos resultados espectacularmente superiores a los cuarenta años de la "social-imperialista" puntofijista:

¡Gringos Go Home!

¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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