Una vez más, las Naciones Unidas consideraron a la isla borinqueña como un caso colonial

Puerto Rico: la independencia que falta

Credito: Archivo

Han pasado varias semanas y, no por repetirse cada año, dejó de tener importancia la conclusión del Comité de Descolonización de la Organización de Naciones Unidas, de que Puerto Rico, la isla irredenta, debía considerarse como un caso colonial.

Por supuesto que la gran prensa haría caso omiso al hecho. Por razones que conocen quienes han debido participar en este debate en la organización internacional, dar a esta declaración la amplificación que merece se traduce en una severa fricción con los representantes de Estados Unidos en cualquier parte del mundo.

Generalmente ha sido Cuba el país que ha propuesto la adopción de esta resolución, año por año, en el Comité. Esta vez, como una muestra de los nuevos tiempos, estuvo acompañada por varios países latinoamericanos.

No es casual ni anecdótico. Recordemos que en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en La Habana los países integrantes proclamaron la identidad latinoamericana de la nación puertorriqueña. Por ello, la resolución adoptada este año, con el respaldo coherente de la comunidad regional, tiene una significación especial.

La independencia de Puerto Rico es una asignatura pendiente del mundo y en particular de América Latina. No ha sido por falta de atención ni de preocupación de los países latinoamericanos. Un vistazo a la historia del tema en las Naciones Unidas nos informa con elocuencia al respecto.

El caso puertorriqueño se viene planteando ante la comunidad internacional desde los tiempos de la Liga de las Naciones por el propio movimiento independentista y por Pedro Albizu Campos. Al crearse las Naciones Unidas en San Francisco, una delegación observadora del Partido Nacionalista Puertorriqueño estaba presente en la reunión constitutiva.

No era un buen momento para la lucha anticolonial. Las Naciones Unidas solamente pedían a las potencias coloniales informar anualmente sobre las condiciones sociales y económicas de sus colonias. Hasta 1960, cuando la declaración 1570 de la institución se refirió a la concesión de la independencia a los países y pueblos colonizados y creó un comité especial encargado del cumplimiento de esta declaración.

Y desde el primer momento el Comité tuvo que bregar con el tema puertorriqueño, a instancias de las organizaciones patrióticas boricuas y de la Revolución cubana.

La oposición estadounidense fue desde entonces feroz. Ya antes Washington se había quitado de encima la obligación de rendir cuentas anualmente sobre su colonia, aduciendo falazmente que era tal el grado de autonomía de Puerto Rico, que no podía informar en detalle sobre su situación.

Así, cada año se reproduce la misma historia: cada vez más países emplazando a Estados Unidos su inconfeso caso colonial, y aprobándose declaraciones más abarcadoras. La definida hace varias semanas incluye la denuncia de la salvaje prisión a que está sometido el patriota Oscar López Rivera desde hace 33 años, el preso político más antiguo de América Latina. Y solamente fue acusado de ser independentista.

¿Qué piensan los puertorriqueños?

Una falacia más nos invita a pensar que los puertorriqueños, satisfechos con la condición actual, tienen alma de esclavos. Sin embargo, las últimas elecciones para gobernador, hace dos años, fueron acompañadas de un referendo, con respuestas muy elocuentes a las preguntas planteadas. La primera debía responder si se estaba conforme con el estatus de la isla, y la mayoría votó que no. La segunda pregunta indagaba, a quienes votaron no, qué condición preferían y la mayoría se pronunció por una república asociada.

Si añadimos a estos resultados que el partido de gobierno instó a la abstención, y una buena parte de los independentistas también -la inhibición fue de un 50 por ciento-, estaremos más cerca de saber que los puertorriqueños, por gran mayoría, rechazan el yugo actual.

Puerto Rico, nos decía el que fue embajador cubano en Naciones Unidas durante más de 14 años, Ricardo Alarcón -quien nos aportó mucha información-, no es un caso neocolonial. Una neocolonia es una república con instituciones, himno y bandera, con fuerzas armadas y relaciones exteriores propias, pero dominada económica y políticamente desde otro país. Fue el caso cubano.

Puerto Rico, simplemente, es una colonia, a la que un gobierno extranjero le dicta su política económica, y no tiene ni ejército propio ni seguridad interna, ni maneja los temas migratorios, ni dirige sus relaciones exteriores.

Pero mantiene enhiesta, y con orgullo, su cultura. No han faltado los intentos por absorberla. Una generación completa de puertorriqueños no pudo estudiar español, idioma prohibido, y debió aprender solamente inglés.

Hoy, sin embargo, el espíritu puertorriqueño y sus manifestaciones culturales no solamente existen, sino que muestran un vigor considerable. Los más famosos de los artistas puertorriqueños no ocultan, más bien exhiben, su amor por la pequeña isla caribeña: los conciertos de Marc Anthony se pueblan de banderas puertorriqueñas, Ricky Martin, en una actuación memorable, llevaba en la mano escrito el texto que leyó pidiendo la excarcelación de Oscar López Rivera.

Y es la emigración puertorriqueña, la más vejada y discriminada de Estados Unidos -más que los inmigrantes, más que los negros-, la que se encarga de levantar, en las mismas entrañas del imperio, la bandera azul, roja y blanca que simboliza los sueños de independencia de los grandes patriotas de la irredenta isla caribeña.


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