Historias de fronteras

Bogotá y el síndrome de estocolmo

Aparentemente resulta inexplicable la conducta de la oligarquía neogranadina frente al despojo territorial de su provincia de Panamá impulsado por el gobierno de los EEUU. Dentro de una era de efervescencia del nacionalismo, resulta enigmático que un Estado renuncie al ejercicio de su soberanía, que expresa el poder de la clase dominante, en este caso los propietarios de la tierra y quienes dominan las actividades mercantiles. Contrasta este comportamiento con el asumido por México, donde se realizó una resistencia heroica frente al invasor gringo –por cierto un fonema usado por las fuerzas mexicanas, derivado de la frase “Green go” usada por los mandos invasores para impulsar sus tropas que seguían banderas verdes. No es extraño que para ese momento, coincidiendo en fecha con la revolución rusa, se estuviese realizando en este país un proceso similar. Una dinámica que llegó a su fin, casi también simultáneamente con el derrumbe de la URSS, en ambos casos no por la acción de sus enemigos externos, sino por la de su principal adversario interno, materializado en la burocracia.

No obstante hay una clave para decodificar el enigma. El conocido síndrome de Estocolmo lo hace dentro del terreno de la psicología individual, para explicar la conducta cooperativa y hasta cómplice de las víctimas de secuestros. El caso de Patricia Hearst es un ejemplo típico. Aprisionada por la organización terrorista contestataria Ejército Simbiótico de Liberación, se unió a esta para adversar a su padre, creador del “amarillismo mediático”, hoy práctica común en la acción de las fuerzas conservadoras, y no en pocos casos de las revolucionarias.”Pero si esta explicación se extrapola al campo de la psicología social, lo cual no es un método insólito en el mundo de las ciencias sociales, se puede aclarar la conducta de la élite bogotana frente al despojo territorial experimentado. Ciertamente, esa oligarquía, como sucede en los casos individuales, trató de protegerse en un contexto de situaciones que les resultaban incontrolables, y “los delincuentes” –los gringos- se presentaron como benefactores ante ellos para evitar una escalada.

Incuestionablemente, esa camarilla bogotana, intrascendente por carecer de conciencia para sí, desde el mismo momento de la secesión se transformó en colaboradora y coautora de los despojos territoriales que ha intentado realizar el Imperio en este hemisferio, mediante la llamada “diplomacia de las cañoneras. La misma usada a lo largo del planeta para globalizar el mercado. Así, realizo acciones hostiles contra Venezuela, coincidentes con el bloqueo anglo-alemán de 1902, mediante la fracasada invasión al territorio tachirense del General conservador Carlos Rángel Garbiras, y ejecutó la llamada Guerra de Leticia contra el Perú en 1932. Sin sorpresas, ambas confrontaciones tienen como variable influyente la presencia de recursos petroleros, tanto en Venezuela, como en la región amazónica peruana . Unas situaciones a la cual debe agregársele el conflicto limítrofe mantenido con Nicaragua, sobre las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, junto con las islas, islotes y cayos asociados que configuran los Departamentos colombianos de San Andrés y Providencia, todos situados en la plataforma continental submarina de Nicaragua. Se trata de una tensión, actualmente amenazadora de un conflicto bélico, dentro del cual el gobierno bogotano una vez más serviría de agente del Imperio. Sería una acción complementaria al golpe hondureño, enmarcado en la Plan Puebla-Panamá, destinado a garantizar el dominio del interoceánico, garante de la vigencia del mercado globalizado.

Pero esta conducta de la pandilla bogotana, no esta ausente de cálculos. Consciente de la posesión de un poder derivado de la acumulación de recursos físicos, entendían que sólo la afluencia de estos medios podría garantizar se persistencia en el marco de una sociedad que los rechaza. Un hecho evidente con la existencia de la prologada guerra civil que se mantiene en ese país. Entendieron que las fuerzas acumuladas se agotaban con el ejercicio de la represión, por lo que era vital su reposición. De modo que transformaron sus fuerzas de defensa en mercenarios al servicio de las fuerzas militares imperiales. Con ello lograron transferir el costo de su entrenamiento, equipamiento y sostenimiento al presupuesto militar de las fuerzas armadas del Imperio. Lo que no han obtenido es el libre acceso al mercado norteamericano. Los gringos entienden que adicionarle esta ganancia, a esa pandilla, es dotarla de medios para alcanzar una relativa autonomía indeseable para sus fines. Es esa la razón, por la cual los mantienes prisioneros, y con ello, como impulsores de la violencia en las áreas fronterizas de Nuestraamérica.


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Alberto Müller Rojas*


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