¿El mal perfecto?

¿Cómo hablar de Dios después de las masacres contra los indios, descuartizados a muerte en Ayacucho?, se preguntaba el fundador principal de la Teología de la Liberación, el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez. ¿Cómo hablar de Dios después de Auschwitz, el horror casi absoluto de la Shoah, durante la Segunda Guerra Mundial? Si Dios existe, ¿puede existir el mal absoluto? Y si el mal existe, ¿puede existir Dios? ¿Puede Dios permitir la violencia increíble que practican los verdugos de todos los tiempos -recientemente en la hermana Colombia, por acción militar y paramilitar- contra seres humanos horrorosamente torturados?

Las prédicas rosaditas y supuestamente piadosas (¡los acusadores de Job!) vuelan en pedazos frente a las mil artimañas de un ¿diabólico? genio humano, activadas para hacer sufrir al semejante. ¡Y a veces, en nombre del mismo Dios de amor! ¿Qué decir, cuando se manifiesta lo que parece estallar como cultura pura de muerte?

Austeras meditaciones, provocadas por las imágenes del intenso sufrimiento humano. El genocidio camboyano de los años 70. Los horrores de la guerra civil en Ruanda en el año 1994. A machetazo puro fue diezmada la población: ¡un millón de muertos! Pero esta guerra teledirigida tenía, en varios políticos y militares europeos, sus autores intelectuales falsamente inocentes.

Lo mismo en la primera Guerra del Golfo, 1991: había sido decidida desde el año 1980 en Estados Unidos. Así también el desmembramiento de Yugoslavia en los años 90. Así la segunda guerra de Irak contra el antiguo monaguillo de los yankees, Sadam Hussein. Y ahí va un largo etcétera histórico.

¿Serán la codicia y la tecnología norteamericana las autoras de un terremoto provocado en Haití, como se dice por ahí? No nos consta, por supuesto. Pero la soberbia y la capacidad de crueldad humana comprobadas en hechos inútiles (arrasamiento de la población civil en Dresde hace exactamente 65 años, bombardeos atómicos en Japón pocos meses después…) parecieran denunciar el arte de los humanos para ser satánicamente perfectos... y negarlo después. Pero para bien nuestro, un gesto de amor y compasión (como los hay miles)… le arranca al mal su aparente "perfección".

Sacerdote de Petare


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Bruno Renaud


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