Richard Nixon en el candelero de la invasión hace 50 años

Betancourt es el padre de la democracia moderna.

Luis Muñoz Marín

El 13 de mayo de 1958, llega a Caracas Richard Nixon en un viaje muy extraño y ajetreado. Se podía decir que nadie lo esperaba, nadie lo quería, nadie lo necesitaba. Su deber primero debió haber ido a Miraflores y presentar sus credenciales al Presidente de la República, pero él ha llegado con otros fines: provocar. No cumple una sola de las normas que exige el protocolo en estos casos, por ello su presencia denota una gran provocación. No olvidemos, además, que Nixon y Betancourt se conocían desde 1949, y que habían estado departiendo y discutiendo en La Habana, en 1950, los temas más álgidos de América Latina, en la Conferencia Pro Democracia y Libertad, organizado por Frances Grant.

El gobierno se siente muy perturbado y confundido cuando se entera que a Nixon el pueblo de Caracas literalmente lo ha bañado a escupitajos. Ante esta “ignominia”, Betancourt entra en un trance de incontenibles irritaciones, pero sabe al principio manejarse muy bien para no alterarse. Hay que tener en cuenta que Nixon en ese momento era el político norteamericano con mayores conexiones con Rafael Leonidas Trujillo, y aquella visita llevaba en el fondo, buscar reacomodos dentro de la nueva geopolítica americana en el Caribe, para proteger al dictador dominicano. Pero esto ha estado dentro de los planes acordados en Washington antes de que los Tres Mosqueteros regresaran al país. Es el mismo Rómulo el mejor enterado de que esto forma parte de una provocación para que Estados Unidos pulse y estudie el terreno para una intervención militar en Venezuela. Pero llega a perder la compostura Betancourt y declara que un país que no respeta a sus “amigos” (ricos que mañana pueden invertir) está destinado al fracaso, a la miseria y a la pobreza más brutal. Son cosas para él de sentido común, pero es que “los comunistas son unos resentidos envidiosos y canallas”.

Nixon pasó directamente a la Embajada de su país, y comenzaron las presiones sobre contralmirante Larrazábal para que se dirigiera hasta allá para expresarle sus saludos. El pobre Larrazábal protestaba: “¿Yo? No yo tengo por qué ir allí a saludar a nadie. No señor, yo soy el Presidente de la República. Cómo me voy a rebajar a eso. A él le corresponde llegarse hasta Miraflores.”

Lo hicieron cambiar de idea, y a los pocos minutos ya estaba pidiendo que lo llevaran a la Embajada para expresarle su saludo al alto jefe norteamericano.

¿Quién presionaría?

Es cuando Betancourt decide actuar sin cortapisas contra los del radicalismo izquierdista que impulsan una conmoción popular contra Estados Unidos. Se dirige a la televisión donde cataloga a la poblada contra Nixon de “falta de educación” para con un importante visitante extranjero. Por cierto que el PCV hace maromas para no aparecer como culpable de la agitación y hasta llega a dar declaraciones en el sentido de que no se debe caer en la provocación porque se “lesiona el espíritu unitario”.

Luego Nixon sí visitaría a Miraflores, habló por radio y televisión y se inmiscuyó en el tema político nacional. Atacó directamente a los comunistas, y no hubo nadie en el gobierno que lo colocara en su lugar.

El programa de la visita se hizo apresuradamente e incluyó un recorrido por el Panteón y por el Ayuntamiento de Caracas y su alojamiento en instalaciones muy cuidadosamente preparadas en el Círculo Militar. Pero apenas había llegado a Maiquetía cuando escuchó horribles protestas afuera, rechiflas y pancartas con enseñas que lo llamaban criminal y el conocido Yanqui Go Home. La autopista fue tomada militarmente, pero en Catia la cosa comenzaba a arder. En la Avenida Sucre la comitiva fue asediada y el pueblo logró detener el cadillac en el que se desplazaba el vicepresidente estadounidense. Fue remecido, balanceado y fue tal la lluvia de escupitajos que el limpiaparabrisas quedó atascado.

Richard Nixon trató de llegar al Panteón Nacional pero no pudo y tuvo que ser retirado a la embajada norteamericana, y eso que la tropa con bayoneta calada tomó los alrededores. Allí fue cuando Nixon dijo que él no quería quedarse en el Círculo Militar y que prefería la seguridad extraterritorial de la embajada de su país. Hasta allá fueron a saludarle los Tres Mosqueteros y un servidor de altura, Arturo Uslar Pietri.

Recordemos que Nixon no fue invitado por el gobierno, y que se presentó en Caracas por su propia y real gana, todo dentro de los planes, digo, de provocación del Departamento de Estado. Cumpliendo un formato para palpar el real estado de fuerza que podían tener los comunistas en el país, y para aparecer como un héroe en vísperas de la próxima campaña electoral de su país. El gobierno de los Estados Unidos había tomado las previsiones para una acción de comandos rápida con una fuerza de paracaidistas sobre Caracas en caso de que la situación se tornase incontrolable. Tenían los norteamericanos cien aviones de combate en Puerto Rico, y lo iban hacer con el pretexto de preservar la vida del Vicepresidente Nixon. Foster Dulles informó que cuatro compañías de paracaidistas y soldados de infantería estaban siendo trasladados a bases en el Caribe. “Unos salieron de Fort Campbell en Kentucky, otros de Campo Lejeune en North Carolina y otros de una base aérea en Tennessee.[1]” Hay que reconocer la manera digna como se portaron algunos oficiales de nuestras Fuerzas Armadas, cuando se detuvo a varios oficiales norteamericanos de la Embajada gringa que le estaban haciendo señales a unos “barcos de la posta de La Guaira, en acciones de espionaje, indicándoles los sitios por donde podían desembarcar… a unos de los detenidos los sacaron al exterior.[2]”

En las Fuerzas Armadas nacionales hubo una gran movilización esos días, y tanto de los bandos de la derecha como los simpatizantes de la izquierda se prepararon para repeler una posible invasión norteamericana. Encontrándose el país sumergido en esta situación corrió Eugenio Mendoza a palacio para tratar de calmar los ánimos, según las órdenes que a él le correspondía seguir. Larrazábal, también presionado por militares patriotas en ese momento no le recibió bien. Incluso en son de broma le gritó en su cara: “¡Nixon, no![3]” Como paso inmediato se produjo la salida de la Junta de Gobierno de los empresarios Blas Lamberte y Eugenio Mendoza. Para llenar este vacío pasaron a integrar la Junta, el derechista y multimillonario Arturo Sosa y el conservador nacionalista Edgar Sanabria. Eugenio Mendoza cargaba fastidiado a Larrazábal solicitándole que le permitiera entrar en el negocio petrolero. Sanabria criticó tal aspiración considerando que se trataba de peticiones personales que nada favorecerían el desarrollo del país.

Betancourt tuvo que hacer esfuerzos heroicos para convencer a la CIA, de que una vez desatada esa invasión los Tres Mosqueteros perderían para siempre toda influencia sobre el pueblo. Por ello, se comunicó con sus colegas Caldera y Villalba y les pidió, que como máximos dirigentes de sus partidos, salieran a dar declaraciones condenando los actos violentos.

Sáez Mérida sostiene[4] que el dispositivo invasor que se activó con la presencia de Nixon en Caracas, tuvo un gran parecido con la Operación América que se armará en diciembre de 1963 en el golfo de Morrosquillo para intervenir en Venezuela. Para esa época de 1958, Estados Unidos no pretendía, como sí lo quisieron hacer en 1963, encubrir su acción con las caretas de la OEA y el TIAR.

Cuenta Sáez Mérida que en ese mayo de 1958 varios adecos “estuvimos con él ese día, discutiendo y procesando los sucesos, damos fe del estado de arrebato en que se sumió. Y la furia no era contra la amenaza norteamericana de desembarcar marines en Venezuela, pues nunca la condenó ni privada ni públicamente, sino contra los manifestantes que protestaron a Nixon, a los cuales calificó con los peores epítetos y a quienes embadurnó con su anticomunismo visceral y sorprendentemente calculado[5].”

Cuando se rumoró que Nixon vendría a Venezuela, el estudiantado de la UCV lo declaró visitante indeseable. El pueblo tomó las calles todo ese día 13, y fueron muchos los estudiantes que amanecieron alerta, porque se estuvo esperando una intervención preventiva relámpago.

Una vez que Nixon dejó el país, todos los partidos protestaron las excesivas medidas militares que por aquel hecho se habían tomado. Con ocasión de estos incidentes, Nixon cínicamente declararía: “Esto demuestra que Latinoamérica debe recibir más atención de Estados Unidos.” Ya sabemos lo que haría en el caso de Salvador Allende.

[1] Simón Sáez Mérida (1997) op. cit., pág. 154.

[2] Agustín Blanco Muñoz (1981), La conspiración cívico-militar: Guairazo, Barcelonazo, Carupanazo y Porteñazo, op. cit., pág. 246.

[3] Ibidem., pág.247.

[4] Simón Sáez Mérida (1997), op. cit., págs. 275-279.

[5] Ibidem, pág. 276.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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