Las iracundas Magndalenas de la “Guerra Sensacional”

Un preámbulo: Antes, aquel tipo de show se le llamaba “Sábado Sensacional”, a partir del 10 de diciembre de 2001 comenzó a ser “Guerra Sensacional”. Yo aquí narro parte de los primeros desgarros de aquella infernal y macabra carnavalada.

Me encontraba donde el odontólogo cuando sonó el celular: se trataba de mi amigo el poeta Pedro Pablo Pereira. Algo muy raro debía estar pasando (un poeta no llama a un celular). Pues, otro Sábado Sensacional, en un día martes y a la 5 de la tarde. Los “andan moviéndo (los culos) porque se avecina otro golpe”. Los cuatro canales estaban de lo lindo contorsionándose en la plaza Francia de Altamiran en el momento en que me encontraba en pleno centro de Mérida cuando a las 6 llego a mi carro. Poco a poco me voy enterando de que hay una tranca descomunal. Subo hasta la calle Dos Lora para tomar la vía más expedita, y a las 6:30, cuando ya me encuentro a dos cuadras del complejo Tulio Febres Cordero, entre sombras, gritos y carreras, se hace evidente que algo grave debe estar pasando. Era un estado de pánico indescriptible, y llegué a pensar que seguramente había ocurrido un temblor que por estar en el carro no lo había sentido. Los comercios cerraban de manera angustiosa, en un puesto de periódicos se recogían con urgencia cachivaches, grupos de mujeres con la mano en el pecho subían desesperadas para luego entrar en un edificio. Como pude ubiqué el carro en una acera, y allí lo dejo. Pregunto a la señora del kiosco de periódico qué está pasando, con la idea de que me digan que a Chávez lo han tumbado; eso es lo que espero, o que a Chávez lo han matado. La mujer sin dejar de recoger enceres, y sin siquiera mirarme, sofocada, lívida, en trance de pánico, me responde: “Están saqueando, vienen para acá.” Le pregunto a otra, morena, pequeña y adiposa, que se cruza en mi camino, y me contesta: “Yo trabajo en la gobernación y me dijeron: váyase inmediatamente a su casa que hay un gran lío en toda Venezuela.”

Comienzo a andar en dirección contraria de donde viene la gente en medio de un estado de incontenible desesperación. Como un río turbio, salido de madre. Algunos hablan contra Chávez desde los carros, otros lo defienden, avanzó hasta la plaza Bolívar; no oigo disparos, ni se siente olor alguno a bomba lacrimógena; a los carros los han dejado sobre la vía y la gente toda ha seguido subiendo como una tromba hacía Milla. Algunos se meten en cualquier lugar de puertas abiertas. Ahora a lo lejos veo los que vienen del Viaducto, agitados, bufando, sin ánimos de dar explicación. Lo importante es huir, dejar atrás la desgracia, el horror, la muerte. Un señor que lleva en sus manos una gorra le dice al de la otra acera: “Hay saqueos: han saqueado el abasto Yuan Ling. Ahora van para la Gobernación”. La marejada que ha dejado los carros, como yo el mío, ahora está subiendo hacia la Plaza Sucre, hacia la salida norte de la ciudad. Soy el único que no lleva el paso apresurado porque voy considerando que todo ese fleco demencial es producto de la cadena de los Cuatro Canales del Apocalipsis que en la tarde trasmitieron el fulano pronunciamiento de catorce militares (de paso eran los mismos que se habían alzado el 11-A). Otra epilepsia fotosintética. Que el show debe continuar ad nauseam.

Me devuelvo con el paso sereno sorteando a docenas de carros atravesados de todas las formas posibles en aquellas estrechas calles.

Cuando llego a la plaza Sucre el congestionamiento y la confusión es descomunal, un mesonero me dice que se ha pronunciado en Washington un alto oficial del gobierno contra Chávez, y lo sostiene con absoluta seguridad y convencimiento. Que se van a tomar medidas militares. Yo pienso que a lo mejor es Colin Power quien ya ha tomado la determinación de enviar los marines. Son la 7:30 de la noche, y llamo a mi esposa, quien en medio de una gran agitación me cuenta que las niñas no han llegado del colegio. Le contesto que tenga calma, que no vaya a salir de casa, y que me espere que voy subiendo a pie. Me consigo en el camino a muchos colegas, entre ellos a Manuel Briceño (hoy diputado a la AN), quien está retirando a su hija de un colegio, después al amigo Santiago Ríos en el mismo plan (de la Facultad de Ciencias). Continuo sereno en la plena certeza de que todo es mentira, de que todo es otra vez ese terrorismo magistralmente diseñado en los laboratorios de las televisoras privadas, todo dentro de la estrategia que han tomado luego de que les fracasó el paro del día anterior. Como el paro ya no iba a ser indefinido, en razón de la derrota que se llevaron, entonces era imprescindible mantener a millón el plan mediático, ahora con turbulentos ruidos de sables, que es lo que más suena. Suena el celular y es mi esposa para decirme que las niñas se fueron donde el abuelo, en los Sauzales, y que ya no me preocupe. Gracias a Dios. Es decir que la extensión del pánico cubrió alrededor de unos cinco kilómetros a la redonda.

Si algo me da una gran serenidad de que aquí no puede darse un Golpe de Estado es ese montón de pobres militares que se alzan metiéndose debajo de las faldas de las histéricas matronas del Este. Esas iracundas magdalenas que sólo saben ser arrechas cuando tienen un montón de cámaras y micrófonos apuntándoles. Sin esas cámaras fueran menos que una hormiga. Esto se desinflará pronto como todo lo de ellos, como ocurrió con aquel hércules del Pedro Soto, que llevaron y trajeron como una gran vaina, y que hoy de él ya nadie se acuerda. Militares también sábadosensacionaleros, puro bulto y nada de fuerza ni de coraje, que chillan como malcriadas, protegidas por los ricos del Este, los que en sus cuarteles andaban con el rabo entre las piernas y que ahora son arrechos porque Globovisión, Televen, RCTV y Venevisión les mete silicona para mantenerlos como héroes juntos con esas viejas histéricas de la IV.

Allí pues, en el restaurante La Loca Luz Caraballo, pido un sanduche y café, dando tiempo al tiempo, que bajen las aguas turbulentas de la locura, para bajar y buscar el carro. Es cuando me convenzo de que realmente no está sucediendo nada en el país, al escuchar un reporte de Globovisión, en el que aparecen entrevistas a los diputados Cilia Flores, César Pérez Vivas y Tarek William Saab, entre otros. La noche está fría, y espero que se desate la lluvia como ha venido ocurriendo durante las últimas noches. La lluvia que lo lava todo. Hay en la calle discusiones como si se hubiese escenificado una gran pelea de boxeo o un clarificante partido de fútbol. Oigo a una dama que dice que el pueblo tiene hambre, y por lo tanto tiene derecho a saquear. Otro dice que ya basta, y que Chávez debe intervenir de una buena vez esas estaciones de televisión, porque si no mañana inventarán otra desgracia, y que ya no se aguanta tanta mentira, tantos inventos. Alguien responde que eso es lo que buscan para entonces colocar un polvorín internacional en el país.

Llega un anciano con un bastón, que ha salido de su casa por el gran alboroto que se ha desatado, y va embozado en su ruana; se ve que lo han sacado de la cama; golpeando el piso dice: “En tiempos de mi general, esa partida de sinvergüenzas estarían, carajo, cargando piedra en la carretera.”

Yo prefiero no opinar. No tiene sentido opinar cuando ante ti está un televisor encendido enfocado fijamente la plaza Francia de Altamira, en una toma espectacular que muestra el obelisco y las luces como un formidable rosario del mismo infierno, y que la gente se ve forzada a mirar, hipnotizada. Hay unos jóvenes en sus trajes militares leyendo un panfleto. Es la guerra del pánico, de la alarma reiterada. Han declarado la zona de Altamira territorio libre del chavismo. Otro Sabañón Sensacional cualquiera como los que se vienen dando día tras día, desde el 10 de diciembre del 2001, y que pronto cumplirá un año. Un Sábado Sensacional de todo un año. Y me voy diciendo: “Si Chávez llegara a cerrar esas cuatro putas, legalmente, por estar incitando a un golpe militar, por alarmar horriblemente a la población, por atentar de manera vesánica contra la paz pública, entonces la oscuridad de esas pantallas escandalosas con sus sábados-sensacionalismos, crearían otro estado de igual zozobra: el rumor se multiplicaría, y la imaginación de cada cual tomaría el lugar de los inventos, de las patrañas que rodarían de boca en boca, y el caos sería el padre y señor nuestro de toda una gran perturbación que también destrozaría nuestros nervios”. Es como tener ante si a una rata, y te paraliza por instante la idea de si la matas o no, y hay un instante en te domina el asco y la náusea, la repugnancia de recordar la sangre y el estertor de la bicha, temblando ante nuestros ojos. Y vacilas.

Entonces decido bajar, y encuentro que en toda la calle Dos Lora los carros están detenidos en contravía. Pregunto a un señor que viene del Viaducto cómo está la situación allá abajo, y me dice que todo es normal, que puedo bajar sin problemas. Así hago, llego al Viaducto en mi carro y lo encuentro colmado de curiosos. Veo que hay unos guardias, pero continúo mi camino hacia la casa del abuelo, donde recojo a las niñas y las llevo a casa.

En casa está el drama de mi mujer que se siente angustiada porque quiere oír noticias verdaderas de lo que está pasando en Caracas. Que algo muy grave debe estar pasando porque el mundo está desquiciado y que yo no percibo realmente la tragedia que se avecina. Trato de calmarla, explicándole que en la gente lo que hay es una epilepsia televisiva y que no se debe dejar manipular. Todos los televisores están encendidos en la casa, y desde la ventana que el vecino también con toda su familia está paralizado viendo las “noticias”.

Ya mi mujer no me está escucha, concentrada con todos sus sentidos en una entrevista que le están haciendo al general de división, Raúl Isaías Baduel. Está muy alterada y me dice que no quiere ver Venezolana de Televisión porque están pasando cosas viejas, que ella quiere informarse de lo que está pasando. Que el gobierno está tendiendo un velo especioso para que no nos enteremos de la realidad. Trató de explicarle: “si algo grave estuviera pasando, el primer interesado en movilizar a su gente sería el gobierno”. No hay manera. La dejo con una entrevista que le hacen a José Vicente Rangel y me retiro a la biblioteca. Yo sé que no pasa nada, pero que algo podría llegar a desatarse por el efecto epiléptico que tiene la pantalla sobre la gente débil, y cuyo cerebro se ha escindido durante tantos meses de infamia, de engaño y monstruosas manipulaciones.

De un 10 de diciembre, al 11-A; del 11-A al 14 de agosto, de este 14 al septiembre Negro, de aquí al octubre Rojo del 10, del 10 de octubre al paro chucuto del 21, marchas, tomas, guarimbas y el show pertinaz de los que hacen pasarelas en el territorio libre de los sifrinos de América.

Amanece el día 23 de octubre, y lo primero que hago es dirigirme al centro para informarme de lo que realmente pasó la noche anterior, INSÓLITO: absolutamente nada, no se robaron ni un limón, no hubo saqueo de nada, y cuanto se produjo fue efecto de la cadena que los cuatro canales del Apocalipsis se dedicaron a trasmitir sobre la rebelión de los mismos alzados el 11-A.

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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