¡Ay bendito!

La querida Borinquen. Sí, querida, en alto grado; nos consta, el cariño que recorre a la latinidad americana, por ese maravilloso país, referencia caribeña y que necesitamos más cerca para complementarnos como hermanos vecinos que somos, además, los venezolanos tenemos límites marinos que nos llaman a compartir. El Libertador Simón Bolívar, intentó, amarrado a su pasión por la hermandad y vaticinando el futuro del colonialismo inducido por el eurocentrismo, copiado por los yanquis, preparaba su incursión, para 1830, con el fin de liberar a Puerto Rico, de la desidia española, pero, se frustró el intento, por acontecimientos que fueron sucediendo, hasta la muerte del adalid de la libertad Americana, el gran Simón. Puerto Rico, que también es nuestro, como el Caribe, se ha partido los brazos, en su lucha independentista, primero de la invasión española y ahora de la expansión yanqui. Sabemos con profundo sentimiento, de los esfuerzos de grupos, organizaciones, partidos nacionalistas, que desde mediados del siglo XIX, vienen aupando la bandera de la estrella solitaria, del gentilicio borincano, por ser autónomos y tener en sus manos la ansiada auto determinación, para decidir por el bien de un pueblo, que derrama hidalguía, generosidad y solidaridad, festejada con la sonrisa, ciertamente franca. Se adorna Puerto Rico, de Revueltas: Las Taínas, de 1511, encabezada por Agüeybaná II, Cacique de Añasco, sublevado contra los españoles, arbitrarios y con las agallas más grandes que un Mero, facilistas, buscadores de riquezas que nunca fueron suyas. En lucha desigual, el Taíno, demostró amor propio, sentido de pertenencia, de patria y, enfrentó con verdadera pasión a un ejército organizado y superior, por su armamento, no por otra cosa; y, la debacle, que se le venía a estos amorosos puertorriqueños llegó, en la batalla de Yagüeca, solo armados de valor, amor, flechas, lanzas y el pecho franco y abierto como la Isla del Encanto, contra los mosquetes y arcabuces, de los hombres de cabeza cubierta de cobre y petos protectores, en un alarde de ventajismo criminal, sádico. Resultado, muertos, muertos y más muertos, suicidios, huidas de la Isla. Así la frustración y la esperanza llegó el siglo XIX; ocurrieron las "Revueltas Criollas", contra los sátrapas españoles, éstos, nativos criollos, se combinaban con los que quedaba de los Taínos, y continuaron la lucha inquebrantable, por eso se recuerdan las conspiraciones de San Germán en 1809; la gente de Ciales y en 1898, Sabana Grande. Para no hacer más largo este requiebro que siento y llevo en mi pecho, por Puerto Rico, cito con el más grave respeto al General Antonio Valero de Bernabé, reconocido con alegría como "El Libertador de Puerto Rico", este ilustre hombre, hijo del ejemplo Taíno, que sembró su amor por Puerto Rico y luchó por la Independencia Suramericana, junto a Bolívar, que también soñó y buscó porque Puerto Rico fuera libre, autónomo. Una belleza de espíritu de mujer: María Mercedes Barbudo, mujer gloriosa, que juntó fuerzas con los bolivarianos, para llevar la libertad a la Patria borincana. Otras Glorias Patrias que se entregaron a su Puerto Rico. Llegado el año 1868, "El Grito de Lares", donde se declaró la República de Puerto Rico: "Qué bonito suena" ¡Caray! Y deja una estela de esperanza al próximo futuro; así, tenemos a Eugenio María de Hostos; Hiram Rosado y Elías Beauchamp, que reivindican la masacre de Río Piedras; la Masacre de Ponce; Pedro Alvizu Campos; Julio Henna; Alejandro Torres Rivera Ramón Eleuterio Betances; Segundo Ruiz Belvis; el gran Filiberto; y, muchos otros patriotas, que sacrificaron y entregaron la vida por el ideal de libertad.

La hermosa Isla, fue visitada oficialmente, un 4 de marzo de 1513, por Juan Ponce de León, permisado por el gobernador de la vecina Isla: La Española, Nicolás de Ovando, para colonizarla y hallar la legendaria fuente de la eterna juventud, que se esmeró en buscar. Jamás la encontró. ¡Eso sí! Bebieron mucha agua, se "apiparon", sin poder detener el proceso aquel, del que todos quieren huirle.

Puerto Rico es en verdad hermoso. Por donde lo mires o lo sientas. Y es rico; muy rico. Se refleja en su terreno montañoso, la sierra central que atraviesa la perla borinqueña de este a oeste, sus incomparables valles, sierra del Cayey, la del Luquillo y la región pluvisilva, que son los ecosistemas biológicamente más variados del mundo, de especies arbóreas inimaginables, que se entrelazan en sus copas, como bóveda protectora del suelo, permitiendo a capricho el paso o no, de la luz solar. La tierra es fértil y posee la humedad necesaria para garantizar su producción agrícola. Tiene energía hidroeléctrica, que producen sus ríos, como la del río Yauco. Bosques tropicales llenos de Capoc o Ceiba; la Poinciana o Flamboyán, el árbol de pan, palma cocotero, helechos, orquídeas, caoba, palo santo o Jacaranda, roble, quina. ¡Ah! La rana Coquí, con su canto de ruego, sensual como borinquen, símbolo de Puerto Rico, asignándole un carácter especial a las noches de la isla. Podríamos estar mucho tiempo con sus folios de horas incluidos, refiriéndonos a la vasta Historia que cubre con honor a Puerto Rico, pero, cito sólo cosas someras, que es la idea que me mueve para manifestar mi sentir verdaderamente profundo, irreversible por la Isla del Encanto.

No hemos mencionado el valor más importante que puebla este terruño caribeño, diseminados en hermosas ciudades, bautizadas con los nombres de San Juan, Bayamón, Ponce, Carolina, Caguas, Mayagüez, Arecibo, como las mayores, sin dejar de paladear con el espíritu, los pueblecitos emanadores de la más auténtica solidaridad generosa, donde el abrazo de un pueblo amarra nuestra voluntad y debemos sucumbir ante la bondad más pura que se nos mete en nuestros corazones, para taconear en conjunción, una jacarandosa plena puertorriqueña, que deberíamos cruzarla con un joropo llanero de nuestras grandes sabanas venezolanas.

Pero… Siempre hay uno. Qué gran frustración sentimos, cuando queremos por, una vez al año, al menos, visitar a la Isla del Encanto. No podemos pedirle el favor a la autoridades de Puerto Rico, como debería ser, con el respeto debido, manifestándole a los únicos dueños de ese paraíso caribeño, nuestro deseo y nuestras razones de admiración, de sentimiento, de buena fe, con rectitud, con respeto a su ordenamiento jurídico, a su integridad, a su soberanía, para adquirir por contagio de sus habitantes, esa alegría sana, sus preocupaciones, sus criterios, su cultura, su espontaneidad y ese intercambio natural, ese magnífico trueque de razones, del que se alimentan

los pueblos y los hace crecer, expandirse con dignidad a través de la familiaridad, el patriotismo bien entendido, de proyectos futuros y sobre todo soñar entre pueblos, razón que nos mueve a recortar distancias, límites geográficos, aspiraciones que relacionan directamente las arenas con el cielo y ese inmenso mar, asoleado, con nuestras almas.

Pues no. No es así. Para adentrarnos en el espíritu borincano, tenemos que pasar por una falsa alcabala, inconsecuente, imperiosa de un país extranjero, potencia que determina quién puede ir a Puerto Rico o quién quieren ellos, que vaya, cómo, por qué y con qué, después de enfrentar la ignominia de ser interrogados por un funcionario, generalmente latinoamericano, que entrenado para tal fin, nos veja, nos advierte, amenaza y tenemos que salir cabizbajos, humillados, frustrados. No valen explicaciones, argumentos, razones. ¡Pero señor! Solo quiero ir a Puerto Rico, a saludar y celebrar con mis amigos y amigas, a visitar sus playas, asistir a los conciertos de sus estudiantinas, de sus orquestas, sus teatros, comer sabroso su magnífica mesa tradicional, envolverse en las noches cálidas de brisas y montones de lunas amorosas. No quiero ir a su poderoso país; o al que usted representa. ¡No! Voy a Puerto Rico, un pedazo de tierra que se escindió y se llevaron más al norte del nuestro, los incomparables Arahuacos, navegantes insignes, artistas de la cerámica, del tejido, practicantes de la paz, igualitos a nosotros, ahora mismo, en los pasados y en este siglo XXI. No queremos ir a vuestras metrópolis, incultas, contaminadas, métricas, de fastidiosas y largas carreteras, de prohibidas entradas, de no coma, no suba, no baje, no respire; de híbridos o cruzados sinsabor, inodora comida chatarra, de tiendas y tiendas y tiendas, del ¡What’s! No hermano, ¡No! No quiero, me lo ruega mi espíritu, él quiere ir a Borinquen. Qué bonito suena. ¡Borinquen! Acorde mayor, octavas de sabor y cuero repicante. No se puede decir ni repetir en otro idioma, que retumbe tajante, definido, poético, musical, real, humano, tangible, imperecedero por los siglos de los siglos.

Si ellos comprendieran, si fueran inteligentes, razonables, si se sensibilizaran por sólo un suspiro, no ahogarían, ese "tumba’o" caribeño, o "swing" como dicen ellos, que se vuelca de manera franca, que viene mezclado con los genes aborígenes orgullosamente heredados, en un resultado que suma el mestizaje más maravilloso, creativo, productivo, leal, fuerte, con la capacidad de equipararse y superar los retos científicos, culturales, en el mejoramiento humano y sin egoísmos, jamás interesados en los porcentajes que aniquilan la vida, corroen y oxidan las almas con el desparpajo del descaro.

Este argumento, más el origen, su geografía y condiciones ambientales detalladas antes, de manera muy superficial, nos indica que el pueblo borincano con su territorio, su población y su poder, tienen el insoslayable derecho a ser República, en la medida que el pueblo boricua lo exija, lo proponga y lo imponga. Que pueda demostrar que su soberanía vale con cada ciudadano, cada milímetro de su espacio terrestre, aéreo, marítimo e insular, es exclusivo de los puertorriqueños. ¡De más nadie! Todo está servido, para el honor boricua, el que no dejará que vuelvan a quebrar el Estado, que se quiebre la nacionalidad, la soberanía, el orgullo, la moral, la fe, la patria, el optimismo y la promulgación al futuro de la felicidad ciudadana, con nombre y apellido: ¡Puerto Rico!

Así, con el favor de Dios, podremos sin tutelajes oprobiosos, sin administradores foráneos, dirigirnos directa y respetuosamente, a la autoridades regentes de Puerto Rico, y expresar que tenemos la voluntad de visitarlos, ateniéndonos a su Constitución y sus leyes, que es la manera más adecuada para manifestar respeto por lo que dentro de ese territorio bulle, crea, resuelve, exige y dignifica junto a su bandera, como Nación, como Estado y como República.

¡Viva Puerto Rico sin ataduras! ¡Puerto Rico Libre! ¡Puerto Rico es de nuestra latinidad sureña! ¡Ay bendito!

docekilos@hotmail.com



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