La conciencia social vulnerable ante la presencia silenciosa y fantasmal del imperialismo económico (parte I)

Introducción.

Cada vez es más descarnada, e impúdicamente manifiesta, la voracidad de las fauces que la escalada de la ambición imperialista ha desencadenado sobre la Venezuela Bolivariana de la Revolución Chavista. Se abaten sobre los derroteros socialistas de la transición que la revolución procura, las peores y más sórdidas conjuras internacionales, en coyunda con las antipatrióticas sediciones incesantes de una oposición interna, de derecha neoliberal y fascista-insurreccional.

Una guerra económica, con importantes injertos de guerra de cuarta generación, parece haber elegido el campo de la conciencia y su complejo trasfondo emocional, como el ámbito y territorio de sus embates indiscriminados de violencia a ultranza de todo género.

Vamos a intentar definir y caracterizar las relaciones ser social y conciencia social para mostrar la precariedad de la conciencia social, en las sociedades capitalistas, y su proclividad a ser fácil presa del imperialismo, como una imperceptible y poderosa presencia en élla, que la sojuzga, subrepticiamente, desde el campo de las relaciones capitalistas de producción y de cambio. Es decir, que se trata del asalto silencioso a una conciencia debilitada por estar sumergida en sus propios límites; límites que ha determinado en élla la realidad cosificada y fetichizada de la cual forma parte, mediante las relaciones de producción propias de la producción económica mercantil capitalista, donde cobran forma fantasmal los productos del trabajo, bajo la forma de mercancías y el trabajo mismo bajo la forma social del trabajo abstracto. (Fin de la introducción)

A decir verdad, normalmente, nos cuesta mucho pensar la realidad (social y natural) que nos incluye y de la cual formamos parte, activamente, con una conciencia que pudiéramos llamar, realmente, propia. En general no estamos conscientes de las determinaciones externas que condicionan nuestra conciencia, ni del influjo, poderosa e invisiblemente inductor, que ordinariamente la jalona y envuelve; todo lo cual, ni por asomo, es obra de algún artilugio metafísico, de origen psíquico o ultra sensorial, empeñado obstinadamente en la desfiguración del verdadero rostro de la realidad ante la conciencia.

Pensar la realidad con una conciencia propia y que se corresponda con aquella, es decir, con esa realidad y su condición de fondo, con sus fundamentos reales, con el verdadero sentido de su movimiento y de su ser, parece difícil para una conciencia que como la nuestra, en general y mundialmente, se halla cosificada y fetichizada, justamente, por la naturaleza del contexto de las relaciones de producción que constituyen esa realidad, las cuales, previamente, adolecen de la misma cosificación y fetichización, que se han instalado en la conciencia, a posteriori, como una consecuencia de su pertenencia a esa realidad.

Nuestra órbita existenciaria, es decir, el ámbito general de nuestras vidas, es el mundo contemporáneo, interconectado y poderosamente influido por la globalización imperialista, en tanto forma superior del capitalismo mundial.

Esta es una verdad incontrovertible, lapidaria, contundente y que, por tanto, no podemos soslayar, estando en nuestro sano juicio ideológico, por así decirlo. Pero ¿qué hay, qué pasa, qué ocurre entre la conciencia y la realidad social e histórica de la que forma parte? Todas las sociedades capitalistas del mundo y sus economías, incluidos nosotros por supuesto, confluyen en un mercado mundial, altamente desarrollado, a través de su diacronía histórica, y fruto, igualmente, de los capitales monopólicos que controlan y organizan el movimiento de las fuerzas productivas totales más desarrolladas de la historia humana.

Cada una de estas sociedades capitalistas del mundo, es capitalista porque su economía es una "economía mercantil capitalista", por tanto, se asienta o se basa en el modo de producción capitalista, el cual es un sistema de producción para el cambio; producción privada de mercancías para el cambio.

En la producción mercantil capitalista, el cambio es el mecanismo que esa producción, privada y anárquica, crea, espontáneamente, es decir, de manera no planificada, para regular las relaciones laborales entre las personas, para la distribución social del trabajo de esa sociedad y en esa sociedad. Es mediante el cambio que los diversos trabajos privados, individuales y concretos, creadores de utilidad (valor de uso) se equiparan y relacionan unos con otros, y lo hacen a través del intercambio de los diversos productos de esos trabajos; por tanto, no se relacionan directamente los diversos trabajos concretos que integran la "masa del trabajo social" de la sociedad sino que lo hacen por medio de los diversos productos del trabajo, como hemos dicho, a través de la esfera del cambio. Se producen mercancías, se produce para el cambio.

Pero el sistema capitalista de producción se articula en dos momentos fundamentales e inescindibles, el uno del otro, que son, la producción directa de mercancías, donde se genera la extracción de plusvalía a partir del despliegue, excedentario, de la fuerza humana de trabajo (obrero) (trabajo excedente realizado en un tiempo de trabajo excedente), y la circulación o "nivel de la circulación", donde el "cambio" constituye un ámbito esencial, estrechamente ligado a la producción directa, pero diferenciada de ella (es a este "nivel de la circulación" al cual nos referiremos para mostrar, desde él, la condición cosificada de la conciencia).

Es en el nivel de la circulación donde se realiza el valor de las mercancías producidas y, concretamente, en la esfera del cambio donde el valor realiza su materialidad, donde cobra su "forma social" de tal valor, y su "magnitud social", donde adquieren, los productos del trabajo, su forma material de valores, la cual es una "forma social" por demás, mensurable socialmente (trabajo socialmente necesario, reducido a unidades de tiempo social, a tiempo de trabajo socialmente necesario). Es en el nivel del cambio donde los productores privados equiparan, como valores, los productos de sus diversos trabajos privados, independientes, individuales y concretos. Pero al hacerlo, lo que realmente equiparan o intercambian son sus diversos trabajos como modalidades de trabajo humano igual, "lo hacen pero no se dan cuenta". Es a través de los objetos, de las mercancías, de los productos del trabajo, que los hombres interconexionan, a través del cambio, los diversos trabajos, individuales y concretos, que forman el trabajo social, la masa total de todos los trabajos de la sociedad, haciendo, con esto, que el trabajo individual se convierta en trabajo social y el trabajo concreto en trabajo abstracto, mediante la crisálida del cambio. Oigamos la explicación de Marx en la "Contribución a la Crítica de la Economía Política": "El trabajo se hace social sólo cuando toma la forma de trabajo universal abstracto, la forma de la igualación con todas las otras formas del trabajo". Así mismo, en el tomo I de "El Capital", Marx nos dice: "en una economía mercantil el carácter específicamente social de los trabajos privados independiente los uno de los otros reside en lo que tienen de igual como modalidades que son de trabajo humano".

"Los hombres no relacionan entre sí los productos de sus trabajos, como valores, porque estos objetos les parezcan envolturas simplemente materiales de un trabajo humano igual. Es al revés. Al equiparar, unos con otros, en el cambio, como valores sus diversos productos, lo que hacen es equiparar entre sí sus diversos trabajos, como modalidades de trabajo humano" (ibíd.)

La constelación de trabajos privados e independientes que integran la masa del trabajo social general de la sociedad, no se relacionan, todos y cada uno de ellos, directamente, sino, indirectamente, mediante el cambio de sus productos, de los diversos productos del trabajo. Es así como la economía capitalista, mediante el cambio, regula el aspecto técnico material del trabajo (creación del valor de uso) en la sociedad y regula, también la distribución del trabajo social general, del trabajo total de la sociedad.

Entonces, el trabajo abstracto, que es el resultado de la igualación de todos los trabajos, útiles y concretos, como trabajo humano, de la sociedad, mediante el cambio, es la forma social (por tanto general y universal) que adquiere el trabajo en una forma de sociedad históricamente determinada, como es la sociedad capitalista, y el valor, la forma social de los productos del trabajo en la misma. Como son los diversos productos del trabajo los que se equiparan y relacionan, como valores, en el cambio, las relaciones entre las personas, las relaciones de producción, no aparecen directamente como lo que son, relaciones sociales de producción entre las personas. Estas relaciones aparecen cosificadas, es decir, adquieren una forma material; se expresan a través de cosas y las relaciones entre las cosas, entre las mercancías, entre los productos del trabajo aparecen como relaciones sociales entre cosas. Una realidad invertida. Parece como si las cosas tuvieran, en sí mismas, las propiedades sociales que, aparentemente, dimanan de estas, como si tuvieran un poder social en sí mismas; como si el valor fuese una propiedad innata e inherente a las cosas mismas, a su naturaleza material de cosa, y no una relación social de producción entre las personas, como realmente es; como lo es el capital, como lo es el dinero, como es la renta del suelo, como es el trabajo asalariado, como es la propiedad privada, etc.

Esto es lo que Marx denomina el fetichismo de la mercancía, el carácter fetichista de los productos del trabajo.

Al entrar, por voluntad y obvia necesidad de los productores privados, en la esfera del cambio, en el mercado, siempre como valores, la gran diversidad de los abundantes productos de los diversos trabajos, "atomizados" e independientes, son esos productos del trabajo, esos objetos, esas cosas, las que al relacionarse, como valores, parecieran tener cualidades y propiedades sociales en sí mismos, intrínsecas, que les permiten tener relaciones sociales entre ellos, y entre ellos y las personas. Es la personificación o personalización de las relaciones entre las cosas y la cosificación de las relaciones (de producción) entre las personas. Por eso Marx advierte que las categorías económicas se refieren, invariablemente, a relaciones sociales de producción y no a cosas en sí mismas; las categorías económicas son expresiones teóricas de las relaciones de producción que subyacen y se articulan en la trama de la realidad social, esto es, en el sistema de la producción económica de una sociedad, en este caso, una sociedad capitalista o sociedad burguesa, como gustaba decir Marx, desde la formulación de la concepción materialista de la historia (materialismo histórico), aparecida, en plan polémico, en la "Miseria de la filosofía", de 1847.

En realidad, en el cambio lo que se equipara y entra en múltiple conexión social, son los diferentes trabajos, individuales y concretos, de los productores privados de mercancías, conexión e interrelación, esta, que integra e iguala todos los diversos trabajos de la sociedad, como trabajo humano igual, convirtiendo así el trabajo individual en trabajo social, y el trabajo concreto en trabajo general, en trabajo universal abstracto.

De esta "forma social" que asumen, en el régimen de producción capitalista, tanto el trabajo, como los productos del trabajo, aquel como trabajo abstracto y estos como valores, es decir, de estas "formas materiales" que asumen o adquieren las relaciones de producción; de este carácter de cosas que adquieren las relaciones sociales de producción, para decirlo con mayor propiedad, dentro del materialismo dialectico, es de donde procede, básicamente, la cosificación y fetichización de la conciencia. Conciencia inmersa, permanentemente, en este contexto cosificado de relaciones de producción materializadas, objetivadas, que es la sociedad capitalista, y donde la conciencia adquiere las mismas características que presenta la apariencia de esa realidad, es decir, la manera cosificada y fetichista de ver y pensar la realidad social.

La conciencia (social e individual) asume o adhiere los límites cósicos y fetichizante que la realidad social, en la cual está inmersa, le impone; los límites que esta realidad instala en élla (en la conciencia). Pero como la conciencia es social, aún antes de ser individual, la conciencia social aparece se puede ver claramente- "determinada" por el ser social. A una sociedad, donde los productos del trabajo tienen el carácter de mercancías, tienen la forma social y material del valor, y las relaciones de producción asumen una objetivación fetichista y, por tanto, el carácter de cosas, corresponde una conciencia social cosificada y fetichizada, incapaz de trascender, en su mirada, la apariencia de las cosas, de la realidad social que la incluye y condiciona. "El ser social determina la conciencia social"…invariablemente.

Marx, cuyas investigaciones económicas establecen lo que hemos expuesto, anteriormente, también considera, de manera importante, en el proceso del fetichismo de la mercancía, la participación inevitable de la conciencia en el acondicionamiento y la costumbre propios de la "vida cotidiana". Nos dice en la "Contribución a la Crítica de la Economía Política" que "únicamente el habito de la vida cotidiana induce a considerar trivial y obvio que una relación social de producción tome la forma de un objeto, dando a la relación entre las personas en su trabajo el aspecto de una relación que se establece entre las cosas, y entre estas cosas y las personas".

Es decir, que siendo la cosificación y fetichización de las relaciones de producción, en una economía capitalista, un proceso estructural, inherente a sí misma y totalmente real, sólo la narcosis que la habitualidad de la vida cotidiana y social ejerce sobre la conciencia, determina que no veamos, detrás de las cosas, detrás de su apariencia fetichizada, las relaciones sociales de producción entre las personas, y es esto lo que hemos señalado como la cosificación o reificación de la conciencia, en su relación con una realidad social que la incluye y condiciona, que la "determina" "en primera instancia" –diríamos nosotros- -sabiendo, como sabemos, que la conciencia es parte fundamental de la "subjetividad" (de nuestro "aparato psíquico", para decirlo con Freud) y que el capitalismo, como sistema de producción de mercancías, es también un sistema de producción de hombres, de producción de "subjetividades", cultura y poder, mediantes, etc.

Ya estamos próximos al objetivo central de este escrito; pero antes quisiéramos mostrar cómo es la visión desmitificada, descosificada, de una relación de producción, fundamental, en las sociedades capitalistas, que es precisamente la relación del capital, que en tanto relación de producción, no es la "cosa" (dinero, bienes de producción, capital constante, etc.) que siempre se concibe y se piensa cuando aún, semánticamente, pronunciamos la palabra capital o cuando manejamos la categoría del "capital", desde los lugares ideológicos de puntos de vista económicos, propios de las diversas escuelas desarrolladas por la epistemología, social y académica, de la dominación cultural-mundial (global) del capitalismo.

A este respecto oigamos a Marx, desde el tomo III de "El Capital", que -vale la pena-, con pelos y señales, corresponde al capítulo XLVIII, titulado la "Fórmula Trinitaria":

"… Pero el capital no es una cosa material, sino una determinada relación social de producción, correspondiente a una determinada formación histórica de la sociedad, que toma cuerpo en una cosa material y le infunde un carácter social especifico.

El capital no es la suma de los medios de producción materiales y producidos. Es el conjunto de los medios de producción convertidos en capital y que de suyo tienen tan poco de capital como el oro y la plata, como tales, de dinero. Es el conjunto de los medios de producción monopolizados por una determinada parte de la sociedad, los productos y condiciones de ejercicio de la fuerza de trabajo sustantivados frente a la fuerza de trabajo vivo y la que este antagonismo personifica como capital. No son solamente los productos de los obreros convertidos en potencias independientes, los productos como dominadores y compradores de quienes los producen, sino también las fuerzas, relaciones y formas sociales de este trabajo que se enfrenta con ellos como propiedades de su producto. Nos encontramos, pues, ante una determinada forma social, muy mística a primera vista, de uno de los factores de un proceso social de producción históricamente fabricado"

La conciencia social vulnerable ante la presencia silenciosa y fantasmal del imperialismo económico (parte II)

"…Del mismo modo que el sistema capitalista se produce y se reproduce constantemente en lo económico a niveles cada vez más altos, así también penetra en el curso del desarrollo del capitalismo la estructura cosificadora, cada vez más profundamente, fatal y constitutivamente, en la consciencia de los hombres. Marx describe a menudo muy gráficamente esa potenciación de la cosificación. Nos limitaremos a aducir un ejemplo; <

La relación social se ha consumado de ese modo como relación de una cosa, el dinero, consigo misma. En vez de la real transformación del dinero en capital se muestra aquí su mera forma sin contenido… Así aparece totalmente como propiedad del dinero el producir valor, el arrojar intereses, como es propiedad de un peral el dar peras…

Para la economía vulgar, que pretende representar el capital como fuente autónoma del valor, esta forma es naturalmente un regalo del cielo, una forma en la cual, la fuente del beneficio es ya irreconocible y el resultado del proceso de producción capitalista –separado del proceso mismo- cobra existencia independiente>>…" (Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, el fenómeno de la cosificación, parte 2)

A través de la significación de la anterior cita de Lukács, nos enlazamos, de nuevo a lo que veníamos planteando en la primera parte de este artículo que constituye la publicación inmediatamente anterior.

La conciencia social y, por tanto, individual, es determinada por la naturaleza del contexto socioeconómico ("ser social") que la produce históricamente, es decir, socialmente. Es la conciencia de los sujetos que el sistema produce, en tanto sistema de producción de hombres, a través de la producción de mercancías, y de la producción y cambio de estas a través de la producción de hombres.

La conciencia cosificada ("reificada", "fetichizada") que se configura sobre fondo del carácter social del trabajo y de la forma social de valor de los productos del trabajo, en el sistema capitalista de producción de mercancías, es un resultado y a la vez un presupuesto de este sistema de producción (condición histórico-social y reproductiva de la conciencia, muy importante y que no deberemos perder de vista) el cual se "exponencializa" , en la medida en que se ha universalizado, mediante su expansión global, es decir, a través de la forma globalizada o extensión global que, en tanto capitalismo monopólico mundializado, asume el imperialismo, en ésta su forma superior (la globalización, que además es, ideológica y estructuralmente neoliberal) vertiendo, en primera instancia, la consecuencia de su agigantamiento global, en la profundización y solidificación del carácter cosificado de la conciencia, el cual se expresa en los límites del pensar que se instalan en la conciencia como sus barreras o sus límites, históricamente determinados y producidos por el capitalismo, que así "produce", igualmente, el pensamiento con el cual se piensa así mismo como realidad social-contextual; todo lo cual muestra, a profundidad, la dimensión real, ontológica, de la dominación de clase (de la burguesía), en los estratos más hondos de la sociedad, que entroniza en la conciencia (social e individual) los "límites del individualismo burgués" como las hormas del "pensamiento" que el capitalismo produce para pensarse, inofensiva y defensivamente, a sí mismo (en este sentido es muy importante agregar que la cosificación de la conciencia que se produce en el sistema de relaciones de producción y de cambio en la sociedad capitalista no es neutra, lo que quiere decir, que tiene un carácter de clase, por donde le es connatural la impronta de la burguesía, de su dominación)

Pero esta mineralización, por así decirlo, extensión y profundización de la cosificación de la conciencia acarrea una inmensa "debilidad" para sí misma, ante la invasión del mensaje –racionalidad del capital mediante- que viene envuelto en la estructura cósica de las relaciones económicas de producción, y que termina por sojuzgarla, impidiéndole, en general, toda capacidad de oposición y resistencia.

La conciencia (social e individual) inerme ante la colonización inevitable que el imperialismo instala en ella, como lo despejamos y establecimos anteriormente, a través de las formas sociales cósicas del trabajo social y sus productos, ahora universalizados por la globalización y, por tanto, dotados de una forma fantasmal más endurecida y, ostensiblemente objetual, autónoma e independiente, se presenta como el campo mayor, más profuso y fértil, de dominación y proliferación del imperialismo (recuérdese que el campo de la conciencia es también el lugar subjetivo de la fuerza y el poder de la ciencia y, en general, del plano cognitivo del mundo humano).

El imperialismo instaura la toma ideológica e histórica de la conciencia, al posicionar en ella el pensamiento (es decir, la actividad y el modo del pensar) reconfigurado por la burguesía, cognitivamente rediseñado por sus "límites" (por los límites sociales e históricos de la burguesía) al convertir la subjetividad, esto es, la "interioridad" consciente e inconsciente, en el ámbito más sensible, comprometido y "complejo" de la dominación mundial de clase. Así, -y el encadenamiento geopolítico internacional, a este respecto, es fundamental- la burguesía "imperial" se articula a las burguesías "autóctonas" de la periferia mundial formando, lo que pudiéramos llamar, el correaje de transmisión de la dominación de sus interés globales de clase.

El imperialismo –lo vemos mejor ahora- es el espectro de "algo" que está muy cerca de nosotros, como individuos sociales, como cultura y, también, como sombra, y como enigma, aparentemente, indescifrable, sobre todo para la conciencia que la enajenación del sistema anula y/o expropia en nosotros. Es una presencia silenciosa que aliena la subjetividad y, por consiguiente, la conciencia inmersa, inherentemente, en élla. Es como si la conciencia apareciese penetrada y envuelta de y en una atmósfera espectral que "discapacita", históricamente, su mirada (su capacidad de "ver" conscientemente) del mundo humano, individual y socialmente. Es la consecuencia de una macrocosificación del mundo humano y, aún, de la naturaleza, que petrifica las formas sociales e individuales del movimiento del pensamiento hacia la realidad, que en vez de explayarse, profunda y críticamente, sobre la apariencia cósica de ésta, se reduce y desagrega en las formas fijas, estrechas y objetualizadas (objetivación) de categorías y conceptos que no expresan ni reflejan las relaciones sociales de producción realmente existentes en el entramado "del mundo humano", naturaleza incluida, por supuesto, invariablemente.

Las relaciones sociales de producción que plenan y sobresaturan al imperialismo, como sistema mundial de producción, obviamente, son relaciones capitalistas de producción, las cuales aparecen encubiertas y transfiguradas, tras la objetivación o carácter de cosas que presentan en el entramado social de la producción y del cambio de los productos del trabajo como mercancías. Es en esta trama donde se halla necesariamente inserta y determinada la conciencia, tanto social como individual y donde, por tanto, adquiere su condición de conciencia cosificada; cosificación ésta que habilita, relaciones económicas mediantes, a la conciencia, como el campo preferente de dominación imperialista. De modo que la inserción inevitable de la conciencia en el mundo de las mercancías, en el mundo de las relaciones económicas de las sociedades capitalistas contemporáneas, periféricas o "centrales", es el vínculo mediante el cual el imperialismo inocula su mácula esclavizadora y políticamente servilizante, la dependencia y sometimiento de los pueblos del mundo a sus intereses, que son los intereses del capital global, por así decirlo, personificado, socialmente, en los intereses de la burguesía "imperial".

Por eso –convenimos- que en cuanto a la articulación mundial del imperialismo como sistema de dominación del capital, el Estado-nación es hoy, aún, más que ayer, un instrumento geopolítico fundamental para el ejercicio y la reproducción de la dominación imperialista. A través de él, la burguesía "imperial" se articula a las burguesías "autóctonas" de los países de la periferia capitalista, haciendo que estas últimas amalgamen sus negocios a los intereses de aquella para lo cual disponen y deciden (poder político) que el Estado capitalista despliegue su funcionalidad propia, activando sus "fuerzas de poder", esto es, sus entidades represivas, ejércitos, policías, servicios de inteligencias, los poderes ejecutivos, que van desde la presidencia del gobierno central hasta las gobernaciones y las alcaldías, así como también sus "relaciones de legitimación" o de "consenso", mediante las cuales (leyes, constituciones, etc.) reblandecen, más aún, las condiciones de flexibilización laboral, ya existentes, precarizan los salarios de diversas maneras y por diferentes vías, instrumentalizan formas "biopolíticas" de "disciplinamiento", de "excepción" y de "control", de las poblaciones en general y de los territorios poblaciones en particular, así como también, de los diversos grupos sociales en tanto minorías excluidas y precarizadas, todo lo cual, normalmente, constituye la diversidad clasista de las poblaciones de los Estados capitalistas y sus democracias capitalistas, las cuales, así, son domeñadas y/o organizadas con las diversas "tecnologías de poder", para la viabilización económica de los intereses, normalmente predatorios, de la burguesía "imperial" que, en general, versan sobre los recursos energéticos, mineros, hídricos y biodiversos.

Las diversas tecnologías del poder y del "biopoder", también llamadas técnicas biopolíticas, como instrumentos imperialistas de poder, implementados por los gobiernos periféricos, son muy importantes para organizar y "reconocer" (legalizar) jurídicamente la exclusión en los sistemas de derecho o "Estados de derecho" de las democracias capitalistas de la periferia, las cuales, bajo las líneas y dictámenes geopolíticos del imperialismo, suelen avanzar sobre la realidad social de sus poblaciones, discriminando en éllas la posibilidad de establecer situaciones de "excepción", y de diferenciar, disfrazadamente por el derecho, la vida, jurídicamente reconocida, de la "nuda vida", que podría, como segregación encubierta, ser desprotegida, es decir, no "reconocida".

Este sería, básica y funcionalmente, el sistema de concatenación geopolítica del imperialismo para la exacción de los recursos naturales, y la aniquilación de los recursos sociales (humanos) de los países periféricos, dentro de los cuales estamos nosotros en primera línea.

Conjurar y erradicar la presencia del imperialismo, en nuestra sociedad, constituye una tarea mayúscula, al tiempo que urgente y, cada día impostergable. Es un cometido obligatorio y titánico e incluso de sobrevivencia. Es, además, una tarea que sólo se podría emprender y desarrollar en el marco real, teórico y práctico, de una revolución de signo y orientación, inequívocamente, anticapitalista que, de alguna manera, ha sido la manera como la revolución bolivariana, y nos valga la redundancia, lo ha venido intentando, a lo largo de 15 años de lucha, políticamente, a brazo partido, podría decirse sin ninguna aprehensión.

Hay un momento en que la revolución ideológica de la conciencia para la construcción del socialismo, como proceso revolucionario de liberación del sojuzgamiento histórico que representa y es el capitalismo mundial, no sólo es un arma imprescindible de la revolución, si no que pasa, inexorablemente por enfrentar, con decisión, lo que ha sido, hasta ahora, para nosotros, una fuente oscura de "temor y temblor", esto es, la transformación económica de nuestra sociedad, la transformación de la naturaleza y el modo de las relaciones sociales mediante las cuales "produce y reproduce su existencia social" y, por tanto, individual, en fin, de las relaciones económicas del capital sobre las cuales se halla cimentada.

Si no desarticulamos estas relaciones de producción capitalistas, transformándolas a través del único modo posible que es la construcción revolucionaria de un proceso de "transición socialista", no podremos interrumpir, cabalmente, el proceso existensario e histórico de cosificación de la conciencia de toda la sociedad, que se reproduce sobre aquellas relaciones sociales de producción que constituyen su base real, su apoyatura material, su insumo y contexto existencial u ontohistórico, permaneciendo, así, en el cadalso histórico de un circulo perpetuo que nos mantendría confinados y eximidos de toda posibilidad verosímil de liberación.

Finalmente, diremos que todo lo anterior, en su conjunto, se aproxima a mostrarnos cómo la cosificación de la conciencia constituye su mayor debilidad, y su proclividad a ser el escenario, por antonomasia, de las guerras mediáticas, psicoemocionales, simbólicas, y en general de la denominada "guerra de cuarta generación".

La conciencia (social e individual) como campo preferente de las acciones de las guerras imperialistas de última generación

(Parte III)

Como lo hemos venido analizando, anteriormente, la "debilidad" de la conciencia social y, por tanto, individual, de nuestras sociedades periféricas, especialmente Venezuela, ante la presencia del imperialismo, interna y externamente, se acusa, mayor y más intensamente, en el carácter cosificado de su condición, por hallarse inserta en la madeja estructural de las relaciones sociales de producción capitalistas cosificadas, previa e igualmente, a su vez, como consecuencia directa y consuetudinaria de la transfiguración que estas experimentan a través de las "formas sociales" (Marx, Rubín) que asumen, principalmente, en la "esfera del cambio" y, en segundo lugar, también, en la "esfera de la producción directa", el trabajo de toda la sociedad, es decir, el trabajo social, y los productos del trabajo en tanto productos sociales de los diversos trabajos privados. El trabajo social, esto es, la integralidad de todos los trabajos de la sociedad, se nos presenta bajo la forma social de "trabajo abstracto", y los productos del trabajo, de los diversos trabajos concretos, privados e independientes los unos de los otros, bajo la forma social del valor.

La conciencia, así, quebrantada y reducida por el proceso de cosificación instalado en élla, manifiesta, como tendencia y modalidad funcional de su pensamiento, un modo superfluo y externo que, desde el "sentido común", aborda y piensa la realidad que la incluye, justamente, como parte pensante de sí, de manera "ordinaria", somera y superficial, sin motivación ni capacidad para trascender o "superar" este nivel de "su mirada", es decir, este nivel elemental de su percepción consciente, inmediata y directa, de la realidad.

No podemos dejar de observar que esta modalidad cósica (reificada) de la conciencia es, también, una discapacidad; discapacidad de la conciencia, adquirida a partir de la dominación que la oprime y condiciona, sustrayéndola de la percepción multilateral y, necesariamente, más profunda de la realidad.

Esta discapacidad de la conciencia, comporta, también, una desfiguración cognitiva de sí misma, debida al carácter y mensaje, ideológicos, de la opresión que la sojuzga, imperialismo mediante, y que, como hemos establecido, tiene sus bases materiales en la realidad cosificada del sistema económico de la mercancía, y que, huelga decirlo, no es más que el imperialismo hecho presencia material, es decir, urdimbre o trama social de relaciones económicas históricamente determinadas, que se prolonga hasta incluir todas las modalidades de la conciencia social, en las cuales y con las cuales se transustancia, por así decirlo, la conciencia individual; razón por la cual esta última no se despoja ni deslinda, ni en general ni cognitivamente, de su determinación ideológica, la cual es como el espectro de sus propios pasos, como la sombra que acompaña y nubla la actividad del pensar, en símil de los "Ídolos" de Bacon.

Así pues, la conciencia –lo hemos dicho- se convierte históricamente, como nunca antes, obviamente, en el campo más propicio para que el imperialismo inaugure e implante, en élla, sus acciones de dominación de última generación, con una importante resonancia mental y una gran distorsión emocional en el fondo profundo del "aparato psíquico", en el fondo de la "subjetividad".

Las guerras de última generación (IV, V y VI) o también llamadas "guerras psicológicas" son, en realidad, "silenciosas" e invisibles tecnologías del poder ideológico global del imperialismo que, para decirlo con Foucault, desde la "Historia de la locura en la época clásica", han cambiado las cadenas externas por la sujeción interior.

Las guerras imperialistas de última generación "inducen" una psicosis, esto es, una deformación irreal y transfigurada de la realidad real y de la realidad imaginaria (es decir, presente sólo en el interior de la subjetividad) alternativamente y, también, simultáneamente.

Somos lo que nos están haciendo ver y sentir que somos, en una realidad que nos están haciendo ver y comprender al modo como el psicotecno-poder ideológico lo impone, lo induce, lo mimetiza, metamórficamente, ante nosotros y desde nosotros mismos. Es decir, nosotros y la realidad social de nuestras vidas convertidos –vamos a traer, precisa y pertinentemente, a Karel Cosik.- en "un claroscuro de verdad y engaño".

Estas ideo-tecnologías de poder sobre fondo de las cuales el imperialismo despliega, contundentemente, su dominación de la conciencia social de los países periféricos y, aún centrales, convierte a la subjetividad, al interior de los individuos, en el campo indefenso e inerme de la genuflexión política pero que, sin embargo, resiste, poderosamente, la fuerza del poder ideológico insurgente, por ejemplo, de las revoluciones anticapitalistas que han emprendido, actualmente y en diversos grados los gobiernos de izquierda de América Latina; lo que quiere decir, que la conciencia no es sólo el campo, vulnerado e indemne, de las guerras de última generación del imperialismo, sino que es, también, el campo ideológico de la "lucha de clases", donde la liberación de la conciencia, como parte fundamental e indispensable del proceso histórico de la "liberación humana - como gustaba decir Marx, o de la liberación de la humanidad - es el objetivo y la respuesta de las clases revolucionarias que se baten, irreductible e irreversiblemente, en la construcción del socialismo, como única salida del "abismo", irracional y criminalmente excavado por la civilización del capital.

Pero la lucha de clases es el proceso completo de una lucha histórica que se prolonga, sin duda e inevitablemente hasta incluir la conciencia, pero que además se desarrolla, contemporáneamente, hasta adquirir su dimensión geopolítica. Así, veremos que el imperialismo, centralizado mundialmente en la cabeza "insustituible" (Huntington) de los Estados Unidos, arrecia sus ataques contra la reacción liberadora de países de la periferia que como Venezuela, Bolivia y Ecuador, han instaurado y organizado gobiernos revolucionarios de izquierda, que tomando por asalto a sus respectivos Estados capitalistas, han desalojado de estos "lugares nacionales de dominación", a las "burguesías autóctonas" de sus países que los ostentaban y que, aun, forman sistema de dominación internacional con la "burguesía Imperial" y sus intereses trasnacionales, verificados en el descomunal poder global del capital, no sólo considerado económico-militarmente si no como "lugar" desde el cual se organiza la lógica y la racionalidad de la dominación mundial, como "naturalización" y "normalidad" de la vida humana. El capital como lugar histórico, social y de poder desde el cual se organiza la racionalidad del "sistema" global, o de la globalización, en tanto sistema imperialista integral del mundo del siglo XX, que es decir lo mismo.

Como expresiones ostensibles y concretas, históricamente objetivadas, de respuestas y reacciones, definitivamente insurgentes y contrahegemónicas, a la asfixia mundial de la persistencia de la dominación de la civilización del capital, tenemos, por una parte, la constitución, neodemocrática, equitativista y libertaria de la República Bolivariana de Venezuela, salida, vitalmente, de las extrañas populares de un proceso constituyente inapelable, que en la fragua y el nuevo ámbito político y sociohistórico de la Revolución Bolivariana dio al traste con una sociedad ignominiosamente injusta e indolente y groseramente desigual, que ya parecía desafiar la "nuda vida" (Mendiola, Benjamín, Agamben) de una franja de pobreza mayor a la mitad de la población, en una especie de soterrado "dejar morir" (Agamben) mediante un no "reconocimiento real", de la población excluida sino, aparentemente, en el sistema abstracto de derecho formal, de su Estado capitalista, que encubría, mediante los artilugios jurídicos de la constitución puntofijista de 1961, un cruento y pavoroso sistema de exclusión, como reconocimiento, encubierto y transfigurado, de la negación de la vida, del "dejar morir" que hemos mencionado anteriormente.

La constitución Bolivariana y revolucionaria de 1999, por el contrario, condiciona y posibilita la construcción transicional de una sociedad antípodamente anticapitalista.

Por otra parte, las constituciones de Ecuador y de Bolivia que, vía "constituyentes", son el fruto de la resistencia y la rebelión de sus pueblos, a idéntica manera del pueblo venezolano, en contra de la dominación de los intereses de clase de las "oligarquía autóctonas", amalgamados a los intereses de la "burguesía imperial", en tanto personificación del capital transnacional, con profundas semejanzas e identidades indigenistas y libertarias, propugnan y establecen, como principios de sus normativas, y como normativas de sus principios, la propuesta ético-política y filosófica del "Sumak Kawsai" ("Buen vivir", o "Vivir bien", o "Vivir bueno") que como cosmovisión, anticapitalista, replantea otra relación entre los hombres y las mujeres, y entre estos y la naturaleza, en tanto seres humanos que producen su existencia social en intima relación con la "madre tierra" (como la Pacha Mama) que ahora es, también, un nuevo sujeto de derechos.

Los seres humanos como prolongación de la naturaleza y parte fundamental de élla, con relaciones de verdadera solidaridad y una "nueva socialidad" ciudadana, produciendo la vida social a partir de relaciones igualitarias y esfuerzos mancomunados y colectivos que involucran a la naturaleza como fuente de la vida y principal bien de todos. Una relación de los seres humanos entre sí que impugna y apela toda desigualdad, toda opresión y toda dominación de los seres humanos sobre éllos mismos y sobre la naturaleza. Un relanzamiento de la fraternidad y la complementariedad en los esfuerzos humanos, en aras de la construcción anticapitalista de la liberación humana, la reconstrucción civilizatoria de un mundo recuperado para la humanidad, donde la naturaleza, la madre tierra (la Pacha Mama) es el cobijo inalienable de la vida, y el hábitat, increscendo, del "buen vivir", como armonía de la vida consigo misma, sin fisuras. Una cosmovisión que recupera la dimensión de la vida como armonía con el universo.

El Sumak Kawsai es, en sí mismo, una repulsa a la civilización predatoria e imperialista del capital. Una oposición intransigente y sin alternativa reformista a la agresión devastadora de la producción capitalista de mercancías a la vida de la madre tierra, en tanto vida de las fuentes de la vida. Una reacción contrahegemónica al imperialismo capitalista que desde la voz profunda de la multiétnica y pluricultural civilización indigenista, recupera la "sabiduría de la vida" como tejido y enjambre de la fuerza y el poder progresivo de la propia vida, como unidad inseparable de la naturaleza y la cultura en el mundo humano, como unidad del pensamiento y el ser que, en su movimiento histórico crea y desarrolla la unidad de la teoría y la praxis a través de la actividad humana del trabajo que ensambla la mixtura de naturaleza e historia como verdadera condición del ser humano, del hombre y la mujer.

El Sumak Kawsai es un desmarcamiento y una separación radical del desarrollismo extractivista de la producción capitalista que derrocha y envenena, simultáneamente, la naturaleza, intentando construir una transición al "crecimiento", más allá de los límites destructivos del "desarrollo", históricamente único y lineal, pautado por el modelo tecno-económico del capitalismo industrial de occidente (Morín).

De modo que la progresiva toma de consciencia mundial como resultado de la inhumana (Lyotard) y tecno-política opresión neoliberal ejercida, globalmente, por el imperialismo, ha representado una ostensible reacción periférica, por así decirlo, de la conciencia domeñada que como respuesta a la asfixia y atosigamiento, material y espiritual, de la dominación, puja por hacer saltar los "límites" interiores de su "estructura"; límites que en élla decantó la mercancía como modo de producción de la vida humana, lo que indudablemente postula a la conciencia social, globalmente considerada, como el campo mayor de la lucha de clases, donde las guerras confusionales y de transfiguración, como prefiero llamar a las guerras imperialistas de última generación, hallan sus mejores y más eficaces armamentos de abatimiento ideológico, en los sistemas transnacionales de medios de comunicación que se encargan de organizar y "potabilizar", en el interior de la "subjetividad", la falsificación de la realidad, como su "proyección fantasmal sobre el cerebro de los hombres".

Estas armas del imperialismo constituyen su "apresto operacional" más devastador y poderoso, respecto al "encadenamiento interior", que tras el bombardeo diario de la conciencia de los pueblos, lo que equivale a decir, de la conciencia social de los individuos, instala en éllos "matrices" de comprensión y asimilación de la realidad que funcionan como dispositivos psicóticos que median y transfiguran las relaciones cognitivas entre los individuos sociales y el medio social con el que interactúa.

Es muy importante agregar, a todo lo anterior, que los medios de comunicación tradicionales ven exponencializado su inmenso poder por la asimilación que han hecho de las info-tecnologías globales, procuradas por la lógica y la intencionalidad imperialistas, que, como sentido y mensaje, están insertas en la colonización informática.

Así mismo, "se puede tocar con las manos" que el aparato global de la comunicación imperialista se organiza e implementa, a partir de la cibermundialización de la comunicación, convertida en el insumo ideológico del conjunto, diverso e integrado, de sus tecnologías comunicacionales de poder; todo lo cual redunda en la ratificación del asalto a la conciencia por parte del imperialismo, tomándola, necesariamente, como su campo de afectación y dominio fundamental en tanto lo considera ámbito decisivo de la lucha de clases, en el cual se produce el enfrentamiento "a muerte" donde se juega la liberación de la humanidad. El imperialismo parece decir ahora –podemos afirmarlo- ¡se gana la batalla de la conciencia o se pierde la dominación del mundo ante su liberación!

Para la Revolución Bolivariana y la lucha por su diseminación y prolongación latinoamericana, la guerra mediática tiene que ser enfrentada, drástica, especializada e inteligentemente, en resguardo de la fertilización revolucionaria de la conciencia y, en general, de la "subjetividad", donde están los yacimiento de la esperanza que avizora en la, hoy, utopía comunista, las posibilidades reales de "un mundo a construir" (Harnecker).

Para la Revolución Bolivariana es imperativo que la "guerra de cuarta generación" sea ganada por esta generación; porque al imperialismo es preciso arrebatarle el largo plazo, y cualquier estrategia, en este duelo, tiene que comenzar por allí.

La brutalidad de la fuerza descomunal y absoluta con la cual nos agrede y nos cerca, multifactorialmente, el imperialismo, sólo nos deja dos alternativas: o aceptamos que la revolución socialista es el campo progresivo y estratégico de un enfrentamiento a muerte con el dominador, donde tenemos que construir la victoria a través de la sucesión exitosa de los pasos tácticos acertados, y a la velocidad adecuada, o nos asumimos vencidos, sojuzgados y ominosamente servilizados por la reinstauración del poder y la supremacía del "amo".

Las actuales guerras psicológicas del imperialismo o guerras de última generación, en el conjunto de su diversidad, sólo son uno de los procedimientos de dominación que´, como tecnologías de poder, son recursos bélicos "globales" que sólo pueden ser producidos y utilizados por una superpotencia que ejerce una dominación "global", económica y militarmente bien acorazada, sobre todo, por la dominación omnilateral que mundialmente hegemoniza el capital como relación social de producción omnímoda mundialmente y que, sea dicho de paso, define a la globalización como la fase superior del imperialismo (Borón) estas tecnologías de poder organizan e instauran un sistema de dominación que encierra, en sí mismo, el secreto de la estrategia para su derrota, develado en el sentido y en la lógica que subyacen en el interior de aquellas tecnologías, y que no tienen nada de sobrecogedor y extraordinario sino ser el producto prolongado de la actividad civilizacional humana, como dominación, llegado a cierto grado de desarrollo histórico de la producción social.

La guerra mediática es abatible a partir de la comprensión del sentido de su apresto instrumental; y la conciencia, como su escenario y campo preferente es liberada a partir de desmontar en élla, mediante la luz antidogmática de la revolución ideológica, los límites que la dominación histórica del capitalismo "mineralizó" en la naturaleza y modalidad de su interior (en el interior de la conciencia) social e individual.

Américo Alvarado Benítez

americoideofil@hotmail.com



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